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Barcelona, retratos de una ciudad en guerra

Sale a la luz el archivo de Antoni Campañà: más de cinco mil fotografías tomadas entre 1936 y 1939 que habían permanecido ocultas durante 80 años

Jaime G. Mora

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Ella lo ve venir unos metros más allá por La Rambla de Barcelona. Es un joven apuesto, bien peinado, y viste con traje y corbata pese a los calores de julio. La mujer, también elegante con un conjunto blanco estampado, se cruza en su camino y le intenta colocar una insignia. No le pide que colabore con una causa humanitaria, tampoco una limosna. Es julio de 1936, los sublevados amenazan la Ciudad Condal y él rechazará el símbolo republicano. Es la guerra. En la foto de Antoni Campañà (Arbucias, 1906; San Cugat del Vallés, 1989), el joven la aparta de manera contundente con su brazo derecho. El reverso de esta instantánea es de febrero de 1939, días después de que las tropas del general Yagüe hayan ocupado Barcelona. Campañà vuelve a la misma calle, pero ahora la mujer de la foto es falangista y el hombre, éste con boina y guerrera, acepta la insignia con una sonrisa.

1936: un joven vestido con traje y corbata rechaza una insignia republicana en La Rambla de Barcelona. 1939: ella es una falangista y él, con boina y guerrera, acepta con una sonrisa la insignia franquista

Aficionado a la fotografía desde niño, a Campañà la Guerra Civil lo sorprendió mientras se labraba una carrera como fotógrafo artístico y reportero deportivo. Carreras automovilísticas, partidos de fútbol o días de fiesta son los temas de las instantáneas que tomó durante la primera mitad de la década de los treinta. Y, cuando la guerra llegó a Barcelona, no retrató la guerra, sino una ciudad en guerra. En sus fotos no hay la épica que sí buscaron Robert Capa o Agustí Centelles , sino la cotidianidad de quienes hacían cola para comprar tabaco, iban al cine o esquivaban los escombros cuando cesaban los bombardeos.

Campañà colaboró con la prensa catalana e internacional, y los anarquistas de la CNT-FAI imprimieron postales propagandísticas con algunas de sus imágenes, pero la mayoría de su trabajo ha permanecido oculto durante ochenta años. Traumatizado por lo que le había tocado vivir, escondió los negativos y se centró en la fotografía de deportes y las postales. Poco antes de morir le dedicaron una exposición y solo mostró dos imágenes del conflicto. Nunca quiso ser el protagonista gráfico de la guerra en Barcelona después de 1939. Y tenía fotos para serlo.

Su archivo se quedó cogiendo humedad en el garaje de su casa de San Cugat del Vallés hasta que uno de sus nietos dio por casualidad con dos cajas rojas que contenían más de cinco mil negativos, un impresionante testimonio que ahora ve la luz en «La caja roja» (Comanegra, a la venta el 12 de febrero). El periodista Plàcid Garcia-Planas , que junto al historiador Arnau Gonzàlez Vilalta y el fotógrafo David Ramos ha editado y seleccionado las cuatrocientas instantáneas de este libro, explica que lo que hace especial el archivo de Campañà es que él nunca disparaba su Leica pensando en ser portada de las revistas: «Disparaba, en esencia, porque amaba la ciudad y el país en el que había nacido, y sufría con él. Sus fotos son universales porque retratan el comportamiento del ser humano ante la dificultad y la turbulencia, en España o en cualquier otro país».

Catalanista moderado, demócrata y profundamente creyente, Campañà hizo algunas de las fotos más impresionantes de las quemas de iglesias. Siempre con la medalla de la Virgen encima, documentó el saqueo y la destrucción de los templos religiosos. ¿Qué pensaba Campañà al ver cómo la gente se congregaba para observar las momias de las monjas expuestas a la entrada de los conventos? Difícil saberlo. Ni quiso que se conociera la existencia de estas fotos ni pretendió servir a ninguna causa. «Su rol en la guerra de la propaganda fue menor –dice Gonzàlez Vilalta–. Ciertamente, creó un corpus gráfico casi para él. O quizá fueran las autoridades catalanas quienes considerasen que su mirada no era adecuada para la propaganda republicana».

El artista alemán John Heratfield hizo pasar a una madre malagueña y su hijo refugiados en Barcelona por víctimas del bombardeo de Guernica en un fotomontaje que fue publicado en la revista «Die Volks-Illustrierte»

Campañà retrató la miseria en Barcelona, igual que si estuviera documentando la hiperinflación en Alemania o la Gran Depresión en Estados Unidos. La penuria es universal, como lo demuestra el retrato de una madre malagueña con su hijo que recuerda a la mítica «madre migrante» que Dorothea Lange inmortalizó tras el crac del 29. Lo paradójico es que un famoso artista alemán, John Heartfield , usó en un fotomontaje la instantánea de Campañà para hacer pasar a los refugiados por víctimas del bombardeo de Guernica. En los disparos del retratista catalán hay un irresistible «cóctel de belleza e información», señala Garcia-Planas.

El campo de Campañà era la fotografía artística, y eso se aprecia en sus instantáneas de guerra. Los primeros planos de los combatientes que se recogen en «La caja roja» tienen encuadres similares a los trabajos de estudio. En unas de las imágenes que captó de la Barcelona republicana muestra a varios manifestantes delante de un retrato de Stalin: la foto podría servir para ilustrar la cubierta del «1984» de Orwell. Campañà captó imágenes más naturales y realistas que las de los fotoperiodistas porque él no estaba ligando a la actualidad; elegía lo que quería contar. «Centelles, por ejemplo, nunca fotografiaría mujeres exigiendo pan frente a la Consejería de Avituallamiento de la Generalitat», añade Garcia-Planas.

El Hotel Colón de la plaza de Cataluña fue la sede del PSUC durante la guerra. Los franquistas cambiaron a Lenin y Stalin por carteles de «Viva Italia. Duce» y «Arriba España. Franco»

Después del 39, Campañà optó por quedarse en España. Aunque fue crítico con la dictadura, mantuvo una posición ambivalente con los primeros años del franquismo y agradeció que el país no entrara en la Segunda Guerra Mundial. Pero la política ya le había dejado de interesar. Solo quería aparcar el drama íntimo y personal que para él fue la guerra. «Cuando la guerra –escribió en un documento manuscrito en su vejez–. Mejor no recordarlo».

¿Por qué se limitó entonces a esconder sus fotos? ¿Por qué no las destruyó? «Destruirlas habría sido destruir su propia mirada -responde Garcia-Planas–. Destruirse a sí mismo».

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