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Javier Gomá: «Lo que menos se espera de España son filósofos»

El autor de la «Tetralogía de la ejemplaridad» lamenta que la filosofía quiera imitar a la ciencia

Javier Gomá: «Lo que menos se espera de España son filósofos» serrano arce

eva bárcena

Javier Gomá (Bilbao, 1965) se ha pasado más de la mitad de su vida pensando en un concepto tan común como la ejemplaridad, una cualidad que se exige cada vez más a los cargos públicos. Sus 30 años de trabajo están recogidos en sus obras «Imitación y experiencia», «Aquiles en el gineceo», «Ejemplaridad pública» y «Necesario pero imposible». En su conjunto, forman la célebre «Tetralogía de la ejemplaridad», una colección gracias a la cual se ha convertido en uno de los grandes filósofos y ensayistas españoles de la historia, ganador del Premio Nacional de Ensayo en el año 2004 y nombrado en 2012 y 2014 uno de los cincuenta intelectuales iberoamericanos más influyentes por la revista Foreign Policy.

-Afirma usted que la filosofía ha generado frustración al querer imitar a la ciencia. ¿Por qué?

-La ciencia cuenta con una verdad contrastable que siempre ha fascinado a la filosofía, que también persigue la verdad. Pero mientras en ciencia, la verdad se puede repetir tantas veces como repitas un experimento, de momento nadie ha corroborado experimentalmente las teorías de Platón o Kant. A pesar de la que la filosofía ha tendido a presentarse como la ciencia de la verdad o del ser, tratando de imitar el carácter universal de la ciencia, creo que es más honesto reconocer que si a algo se parece, es a la literatura. Seguimos leyendo a Aristóteles no porque sus ideas hayan sido verificadas, sino porque nos parecen convincentes. La fuerza de la filosofía radica en la persuasión ye n hablar de los asuntos de todo el mundo, como la belleza, el amor o la angustia.

-¿Está el público español preparado para entender esta disciplina?

-Mira, de España se esperan poetas, actores, directores de cine, bailaores de flamenco, deportistas y hasta cocineros. Pero nadie espera de España filósofos. Ni siquiera Ortega y Gasset figura en la Historia de la filosofía universal. Y eso es porque nos falta el hábito filosófico. En España apenas ha habido novela, no hemos tenido ópera, ni tampoco filosofía. Nos ha faltado ese universo simbólico creado por la clase media próspera que busca entender la realidad, al menos hasta la Transición. Fue entonces cuando nació la clase media que nunca existió en el país, así que todavía estamos en el camino de pulir una laguna histórica en el aprendizaje de cómo ser filósofos y cómo dirigirnos al público.

-¿Y la forma de enseñar filosofía en el instituto ayuda a este entendimiento?

-Hay una confusión que me resulta muy incómoda, y es que cuando se habla de filosofía se habla de Historia de la filosofía, de autores que hacen composiciones de imágenes del mundo que ya no son las nuestras. Si te las explica encima alguien que no las comprende, la gente desiste de acercarse a la disciplina. No se estudia filosofía, sino una sucesión fría de sistemas filosóficos que al estudiante le parece algo aburrido, incomprensible, caprichoso y anticuado. Mi experiencia es que la gente tiene sed de interpretaciones que les sirvan para entender sus experiencias, pero se encuentran con autores como Nietzsche que quedan muy lejano.

-¿Estamos asistiendo a un cambio de valores con la crisis?

-Llevo tiempo defendiendo que, en contraposición a la línea general del apocalipsis y el pesimismo, vivimos el mejor momento de la historia universal. Nunca hemos avanzado tanto como pueblo moralmente como lo hemos hecho hasta ahora. Sin embargo, el estamento intelectual insiste una y otra vez que vivimos en tal podredumbre que el único acto lógico sería suicidarse. La función de un intelectual es aletar sobre peligros en las épocas deqprosperidad e insuflar esperanza en las de crisis, pero han desvirtuado su obligación. Nos hemos encontrado a unos intelectuales que se abandonaron al nihilismo y en tiempos duros añaden depresión y angustia a una ciudadanía suplente. El mundo tiene que mejorar y tiene mucho recorrido , pero la crisis ha servido y servirá para depurar.

-Usted ha estado 30 años explorando el término «ejemplaridad»¿Se puede aprender de un mal ejemplo?

-Una de las tesis de mi obra es que hay que diferenciar ejemplo y ejemplaridad. La ejemplaridad siempre es positiva, el ejemplo puede ser positivo o negativo. Las verdades morales solo se conocen a través del ejemplo, nadie te va a llevar al diccionario a enseñarte qué es ser decente, sino que te pondrán ejemplos de personas que te rodean. Los ejemplos son los únicos instrumentos verdaderamente eficaces para conocer las verdades morales. Por eso, los educadores vigilan que aprendamos tanto de buenos como de malos ejemplos.

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