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centenario de su nacimiento

Saul Bellow, el desastre del humanista ante el mundo moderno

Se cumplen cien años del nacimiento de uno de los escritores norteamericanos esenciales del siglo XX

Saul Bellow, el desastre del humanista ante el mundo moderno abc

javier villuendas

Estamos en 1986 y Saul Bellow tiene 70 años. Es una estrella de las letras estadounidenses, con todo un premio Nobel de Literatura en la mochila, pero ahora poco le importa su prestigio. Su cuarta esposa le acaba de abandonar de golpe y (duro) porrazo y debe rehacer su vida bajo mínimos anímicos. Se percibe el desconcierto y el abismo en sus palabras: «Todo tiene excelente sentido: dos hermanos muertos, acabo de cumplir los setenta y me he expulsado a mí mismo de nuevo a la calle». En esta punzante situación, el ahora reverenciado Philip Roth, su discípulo estrella, cuenta con ternura que le llevó a escuchar a un cuarteto de cuerda tocando a Shostakóvich: «Estaba muy solo. Tenía setenta años, tenía que empezarlo todo de nuevo… Si no estaba lo suficientemente deprimido, le íbamos a echar un cable con los cuartetos. No elevaban el espíritu, organizaban tu miseria. Estuvo muy callado, no dijo nada sobre el concierto, lo cual fue asombrosamente bonito». El escritor, el héroe que lidiaba con esta complicada papeleta vital, publicaría poco después en junio de 1987 su nueva novela: «Mueren más por desamor». Y tal día como hoy, 28 junios después, se cumplen 100 años de su nacimiento en Lachine (Canadá).

Hijo de inmigrantes judíos rusos, fue el único de sus hermanos que no nació en Rusia, en donde eran los Belo para pasar a ser los americanizados Bellow. Hasta 1924 no arribarían a Chicago, la ciudad vinculada por siempre a Saul, que la definió como «inmensa, sucia, brillante y terrible», donde no había necesidad de hipocresía porque «todo el mundo está orgulloso de ser un cabrón», como le contó a su amigo Martin Amis. Un año antes, todavía en Montreal, el pequeño Saul desarrolló una neumonía que le llevó a estar ingresado seis meses en el hospital. Los doctores temían que fuera tuberculosis. Solo en su habitación, intuyendo que otros niños morían durante la noche al dejar sus camas vacías, el joven sabía que podía ser el siguiente . «Era consciente de esto. No lloraba cuando mi madre venía y se iba», le escribió a otro niño por carta. La brutal experiencia conformó su idea de elevado destino.

La mayoría de sus libros, como le suele pasar a algunos grandes, se parecen. Su protagonista clásico es un humanista respetado, muy inteligente, sensible y culto, pero que no sabe lidiar con el mundo que le rodea, que en ocasiones le supera o le destroza. Aliñado con un punto de comedia para suavizar la tragedia, en su típico estilo ágil y trufado de las agudas referencias marca de la casa, «Herzog», la novela que encumbró al judío, es el paradigma de esto. La historia va del profesor universitario Moses Herzog, al que su mujer le acaba de abandonar por su mejor amigo. «Herzog es una personalidad concreta pletórica de vitalidad. Estrafalario, ansioso, desbocado, impráctico, inteligente, melodramático, cultísimo, tortuoso y tierno, nos deja una impresión muy fuerte», explica Mario Vargas Llosa en su ensayo sobre esta obra recopilado en «La verdad de las mentiras». Para el escritor peruano, el fracaso de Herzog es su impericia para funcionar normalmente en el mundo, su ineptitud para adaptarse a la vida tal como es. Su fracaso es el de las ideas que lo habitan: ellas no sirven para vivir».

A pesar de lo antes expuesto, la biografía más polémica del autor de «Las aventuras de Augie March», la de James Atlas, le dibuja como un mujeriego profesional que dejó un reguero de cadáveres femeninos a su paso, además de otras manías y facetas poco halagadoras. El dato cierto es que se casó cinco veces. Quizá la biografía se adentre con demasiado atrevimiento en interpretar al artista, además de en los claroscuros de una persona que, como resalta el premio Cervantes José Emilio Pacheco, «no es peor ni mejor que usted y que yo. Bajo las lupas de la nueva disciplina biográfica, no hay ser humano que no aparezca como la pulga bajo el microscopio: un ser aterrador, la encarnación del mal y la fealdad sin remedio».

Pero Bellow ya se había revelado en sus libros. Elevó la «autobiografía» ficcionada con su talento inagotable (su última obra, «Ravelstein», ya la quisieran casi todos) y cuando pisaba el acelerador introspectivo, con enorme intensidad, encontrábamos las fijaciones de la persona. Afirmó, de hecho, que «la sinceridad absoluta solo la logramos con nosotros mismos y, por tanto, con Dios». Y en su caso, por extensión, con sus genuinas novelas.

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