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Segunda Guerra Mundial

La prisionera de Auschwitz que logró salvar milagrosamente a su bebé de los extraños experimentos nazis

Priska Lowenbeinova escondió su embarazo y, posteriormente, a la pequeña durante su estancia en el campo de concentración

La prisionera de Auschwitz que logró salvar milagrosamente a su bebé de los extraños experimentos nazis Archivo ABC

M.P.V.

Setenta años después del fin de la Segunda Guerra Mundial , son tristemente conocidos por casi todos los extraños y trágicos experimentos que el doctor de las SS Josef Mengele realizaba en Auschwitz con los niños (entre los que destacaban su disección en vida o la extracción de sus huesos).

Por ello, muchas prisioneras judías trataron de salvar a sus recién nacidos de las garras de este nazi. A pesar de que la mayoría no tuvo éxito, sí hubo un pequeño grupo de menos de una docena de mujeres que, poniendo en riesgo su propia vida, ocultaron a sus bebés durante su estancia en esta prisión.

Entre ellas se encuentra Priska Lowenbeinova, una judía que fue trasladada a Auschwitz Birkenau (la expansión del primer campo) en octubre de 1944, donde empezó su calvario. Cuando esta joven llegó tras un largo viaje en tren tuvo que someterse, como tantas otras, a las preguntas de Mengele.

Y es que, éste se encargaba en persona de seleccionar a las mujeres embarazadas más saludables para poder experimentar con sus hijos cuando nacieran. Cuando el «doctor» se puso frente a esta chica de 28 años, y le preguntó si estaba embarazada, nuestra protagonista sólo respondió lo siguiente: «Nein».

Realmente no sabía si aquella palabra la dirigiría directamente a las cámaras de gas , pero, como el médico alemán no le inspiraba demasiada confianza, prefirió evitar decir que estaba encinta. Tuvo suerte, pues la ropa del campo era holgada y el nazi no vio que se encontraba embarazada de dos meses.

Este acto de valentía, tal y como afirma el diario « Daily Mail » en su página web (citando un nuevo libro que narra los pormenores de esta y otras supervivientes), hizo que la trasladaran a una pequeña fábrica de Sajonia. Allí, mientras trabajaba hasta la extenuación siete días a la semana, el tiempo hizo que no pudiera esconder más su embarazo y fue descubierta por una guardiana de las SS.

En cambio, por entonces ya corría 1945 y los aliados marchaban hacia Berlín liberando a su paso todos los campos de concentración que encontraban, por lo que la germana prefirió no cometer más tropelías de las necesarias (pues, llegado el momento, podían hacerle pagar por ellas) y ofrecer ayuda a Priska. Así pues, tuvo pequeños detalles con ella en los siguientes días como ofrecerle barreños de agua caliente (algo que la joven agradeció debido, entre otras cosas, a que carecía de zapatos decentes y el uniforme del campo no contaba con ropa interior).

El parto

El 12 de abril de 1945 Priska se puso de parto en la fábrica. Tuvo a su hijo encima de un tablón de madera mientras era vigilada por varios miembros de las SS, quienes –por corazón o por miedo- decidieron no acabar con el embarazo mediante los métodos brutales que solían utilizar.

A las 15:50, según pudo ver nuestra protagonista en el reloj de un guardia, la joven dio a luz a una niña mientras los alemanes, imbuidos de la felicidad del momento, gritaban con júbilo. «Era la niña más hermosa que había visto nunca», dijo entonces la mujer. La falta de alimento, sin embargo, hizo que la bebé naciese desnutrida .

Posteriormente llegó lo más difícil para Priska cuando fue trasladada de nuevo a Auschwitz: lograr que los guardias del campo (no tan tolerantes como los de la fábrica) no se enteraran de lo sucedido. Con todo, recibió la inestimable ayuda de una pediatra llamada Edita Mautnerova (por lo que llamó a la pequeña Hana Edith Lowenbein) y del resto de reclusos, quienes robaban mermelada de la cocina y la mezclaban con agua para que el bebé tuviera algo dulce que llevarse a la boca.

La larga marcha

Apenas 36 horas después de haber dado a luz, Priska fue despertada en mitad de la noche y se la ordenó vestirse. Según escuchó, los presos serían trasladados a pie hasta Alemania en una gigantesca columna. El objetivo era sencillo: evitar que los aliados los encontrasen y los entrevistasen al liberar al campo. Durante la marcha, de varios kilómetros, una extenuado Priska tuvo que cargar con su bebé evitando ser descubierta por los guardias. Todo ello, vestida con harapos e intentando que la pequeña no se muriese de frio.

Pero en el viaje terminó ocurriendo la inevitable: un alemán descubrió que portaba un niño bajo su ropa. Sin embargo parece que se sintió enternecido por poder ver a un bebé, por lo que llevó a la joven a un lugar seguro, le dio ropa nueva para ella y para la pequeña y, cuando llegaron a su destino, fue enviada a una celda con otras mujeres.

Por entonces corría el 30 de abril de 1945 y no eran buenos momentos para los nazis. De hecho, esa fue la jornada en la que Hitler se metió un tiro en la mollera, por lo que no se fijaron mucho en ella. Días después, el emplazamiento fue liberado por los aliados y Priska , puesta a salvo. Se había terminado su calvario.

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