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El taladro que ayudó a pintar el Glorioso

No hay cuadros de barcos moribundos, por lo que Ferrer-Dalmau y Pérez-Reverte simularon en una maqueta los cañonazos que recibió el navío

El taladro que ayudó a pintar el Glorioso abc

esteban villarejo y jesús garcía calero

La bandera de la Royal Navy con escuadrón rojo languidece, derrotada, en las astilladas aguas de la batalla. El palo de mesana -«mizzen», en inglés- acaba de ser derribado por una andanada del Glorioso y los marinos británicos se afanan por cortar las jarcias antes de que el «español» vuelva a la carga... El Glorioso, desarbolado y moribundo, sin embargo, aún planta cara a la jauría de navíos ingleses, fogonazos por popa a estribor y por proa.

«Ese es mi momento del cuadro «El último combate del Glorioso» , nos relata el pintor Augusto Ferrer-Dalmau quien en cinco meses ha alumbrado, asesorado por el académico y escritor Arturo Pérez-Reverte, este lienzo (170 x 190 centímetros) que narra la batalla final del navío español que, comandado por don Pedro Mesía de la Cerda plantó cara a doce barcos ingleses en tres batallas diferentes entre el 15 de julio y el 17 de octubre de 1747 , hundiendo a dos y poniendo en fuga a otros tantos, antes de ser capturado.

Entre libros y herramientas

«Todo comenzó en una comida con Pérez-Reverte y el almirante José Antonio González Carrión, director del Museo Naval de Madrid, quienes me propusieron la obra. Mi único reparo fue que si querían que plasmara la historia en un lienzo debería contar con asesoramiento», relata Ferre Dalmau. Estaba claro para los tres que de hacer un cuadro naval, tendría que ser la epopeya del Glorioso.

Lo cierto es que, al principio, el almirante no se mostró de acuerdo, porque «¡es la historia de una derrota!», según dijo. Pero claro, rápidamente cambiaron su impresión, a la vista de los logros de aquella tripulación. Esa fue la razón por la que el pintor reprodujo la bandera inglesa bajo el agua, porque el Glorioso perdió, sí, pero mostrando una enorme dignidad y bravura durante tres batallas. Y a ello se puso el pintor, especializado en pintura histórica militar, asesorado por Pérez-Reverte.

El escritor lo condujo a su biblioteca -una de las más nutridas colecciones de libros navales de España- y allí comenzaron a consultar documentación. «Ferrer-Dalmau estudió más de treinta libros y planos -recuerda Pérez-Reverte- hasta familiarizarse con el tema. Se entusiasmó. Como es un gran pintor, de todo aquel trabajo ha sacado oro puro. Si fuera un mediocre no habría hecho un cuadro como ese».

Ferrer-Dalmau relata que «lo primero fue localizar una maqueta de un navío de esa época de gran envergadura y en buenas condiciones para que nos sirviera de modelo». Luego, con un taladro, Pérez-Reverte simuló, uno por uno, los cañonazos y el efecto de las macizas bolas y cadenas sobre el navío. «Disfrutamos como dos críos. Me imaginé cómo habría disparado el capitán inglés. En el XVIII se tiraba al casco para desmontar los cañones y matar gente, y a las jarcias con palanqueta o bolas encadenadas, con el fin de romperlas y desarbolarlo» (Pérez-Reverte). «Comprobamos que con dos o tres taladros los palos venían abajo, las jarcias se desarbolaban» (Ferrer-Dalmau). Las velas caían y podían incendiarse, las vergas golpeaban las bordas y los marinos se afanaban con el hacha para cortarlas y tirar todo al agua. Del «juego» con la maqueta, Ferrer-Damau sacó «brilantes conclusiones pictóricas», dice el escritor.

El problema del viento

El pintor subraya que en el lienzo que se expone en el Museo Naval de Madrid no hay nada «dado a la casualidad». El cuadro es fruto de un exhaustivo estudio e investigación de los acontecimientos, rematados por el pintor en su estudio de Valladolid durante cinco meses.

El académico confiesa que lo más difícil fue plasmar el dominio del viento en la escena. «En el combate todo lo mandaba el viento, el mismo para todos los barcos. En el cuadro, hay cuatro barcos realizando distintas maniobras y su coherencia fue difícil de lograr». En uno de los primeros bocetos vieron que no se había logrado. Pero después «Augusto lo entendió perfectamente. Así que desde el punto de vista naval, el lienzo es irreprochable, es perfecto». El pintor está de acuerdo sobre la mayor dificultad del cuadro: «Recrear el viento y la marea. Las velas en facha del navío que se observa a la izquierda para frenar, por ejemplo». De hecho, para respetar el viento tuvo que cambiar la dirección del barco británico del fondo. Pero todo, estays, obenques... y el momento de vela y maniobra de cada navío han quedado perfectos.

El cuadro de la última batalla del Glorioso es un ejercicio generoso de memoria. Pérez-Reverte advierte que «la memoria no es patriótica ni es ideológica: es explicativa. Conocer lo que fuimos ayuda a saber lo que somos». ¿Entonces cuál es el valor actual de este cuadro que puede verse en el Museo Naval? «Es la España de siempre, maltratada y maltrecha, abandonada por sus dirigentes, rodeada por fuerzas exteriores, económicas y políticas... Pero siempre hay gente a bordo de esa España que, sin ninguna esperanza, más que la de cumplir con su deber y su decencia , continúa dando ejemplo».

«Nada patriotero, por favor»

Vienen a la memoria Blas de Lezo, Barceló, Velasco, Pedro Mesía de la Cerda (capitán del Glorioso), «¡marinos que leían!, enfatiza el académico. Esas figuras del XVIII sirven para reivindicar una calidad moral que España necesita muchísimo en estos momentos. Si se lograse hacer de esto una lectura no patriotera, por favor, que ya se ha abusado mucho de eso, sino práctica y moral, la cosa cambiaría. No se trata solo de defender la bandera sino de defendernos a nosotros mismos, aunque sea en un medio hostil. De no rendirnos ante la adversidad. Cuando veo el cuadro de Ferrer-Dalmau yo veo una lección moral, nada patriotera. Y necesitamos lecciones morales que nos hagan estar unidos en la adversidad. Alejemos la palabra patria, porque está contaminada. Hablemos de lecciones morales, con dimensiones mucho más ricas para nosotros hoy. Es útil para todos».

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