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John Le Carré se distancia del espía real que le inspiró el personaje de Smiley

El escritor se defiende de la acusación de haber «herido» al agente del MI5 que fue su modelo y mentor, y advierte del riesgo de que los servicios de inteligencia se conviertan en un «peligro para la democracia»

John Le Carré se distancia del espía real que le inspiró el personaje de Smiley abc

borja bergareche

Si hay un lugar en el Reino Unido donde todavía circulan mensajes cifrados en papel son las cartas al director de los periódicos. Y la sección del «Daily Telegraph» de ayer contenía varias claves de una gran historia de espionaje y misterio. La epístola se titulaba «Un perfecto espía». Y la firmaba en Londres un tal David Cornwell, con su nombre de guerra entre paréntesis: John Le Carré . En ella, el autor de «El espía que vino del frío» y «El jardinero fiel» se divorcia de su mentor, el espía que inspiró a su personaje, George Smiley, y confirma lo que sus novelas ya indicaban: que no se fía de los servicios secretos.

Al protagonista de «El Topo» («Tinker, Tailor, Soldier, Spy» en inglés) se le han asignado siempre varias paternidades. Encarnado porAlex Guinness en la televisión y por Gary Oldmanen la más reciente versión cinematográfica, Le Carré reconoció por primera vez en 1999 que su principal modelo -aunque no el único- fue John Bingham, barón de Clanmorris. Fallecido en 1988 a los 79 años de edad, Bingham se hizo pasar por agente de la Gestapo durante la Segunda Guerra Mundial y logró información sobre «muchos, probablemente cientos» simpatizantes nazis en Gran Bretaña, cuyas identidades facilitó al MI5, el servicio de inteligencia interior.

Bingham se infiltró en los círculos de la aristocracia y la intelectualidad británicas fascinados por el fascismo –que incluían, por ejemplo, a varios militares y a George Pitt-Rivers, un primo de Winston Churchill– y les manipuló para desinformar a los nazis. Las proezas del agente conocido en clave como «Jack King» «asombraron» a sus colegas, según muestran documentos desclasificados recientemente por los Archivos Nacionales británicos.

La mujer de Bingham se sentía «muy celosa» del éxito literario de Le CarréEste héroe del espionaje inglés escribió 17 novelas, y se convertiría en amigo y mentor de Le Carré, que fue también agente de inteligencia en los 50 y los 60. La relación entre ambos fue tan intesa que la mujer de Bingham, Madeleine, con quien se casó en julio de 1934, se sintió siempre «profundamente celosa» del éxito literario del pupilo de su marido, según explica el autor Michael Jago en su libro sobre «El hombre que era George Smiley».

Unos celos que nunca sintió, según explica Jago a «The Times», el propio Bingham, quien albergaba un sentimiento «paternalista» hacia Le Carré. Pero tutor y protegido no tenían la misma visión del papel de las agencias de espionaje. Le Carré ha sido acusado esta semana de «herir» a Bingham por retratar en sus novelas a los servicios de inteligencia de una forma que su mentor «deploraba». La acusación la lanzaba este martes Lord Lexden, un historiador y miembro conservador de la Cámara de los Lores, en una carta al « Daily Telegraph » en la que defiende que Bingham «no había sido tratado con el respeto debido por su protegido».

«Éramos de épocas diferentes»

En su libro, Jago recuerda que el momento de ruptura entre tutor y pupilo se produjo tras leer el primero un diálogo entre Smiley y el agente soviñetico Karla, en el que el agente británico creado por Le Carré equipara los sistemas políticos occidental y comunista. Le Carré ha recurrido a la pluma, esta vez sin su máscara de escritor, para rechazar las acusaciones, y reafirmarse en su visión crítica de los servicios de seguridad.

«Éramos amigos estrechos y colegas», recuerda Le Carré en una carta«Éramos amigos estrechos y colegas; tuve, y siempre tendré, una admiración sin límites por su inteligencia, sus habilidades y sus hazañas. Era un hombre honorable, patriota e inteligente y pasamos un tiempo maravilloso juntos». Así arranca su epístola. El escritor, nacido en Inglaterra en octubre de 1931, defiende que «hay pocos tributos a un amigo y colega mejores que crear un personaje de ficción» basado en él. Pero Bingham, 23 años mayor que Le Carré, «era de una época, y yo de otra».

Y aquí, Le Carré inicia una declaración de intenciones que equivale a un divorcio, no solo con su mentor, sino con los mismos servicios de inteligencia que han alimentado su carrera literaria. «Mientras Bingham creía que el amor incondicional a los servicios secretos era sinónimo de amor a la patria, yo terminé pensando que ese amor debía ser sometido a examen», defiende. «Y que, sin esa vigilancia, nuestros servicios secretos podrían en ciertas circunstancias convertirse en un peligro para nuestra democracia equiparable al de sus supuestos enemigos», añade.

En pleno escándalo Snowden

Su advertencia llega en pleno debate en Reino Unido sobre los posibles excesos cometidos por las agencias de inteligencia tras las revelaciones aportadas por Edward Snowden a «The Guardian» y otros periódicos. Según los documentos secretos filtrados, el Cuartel General para las Comunicaciones (GCHQ por sus siglas en inglés), la agencia británica equivalente a la National Security Agency (NSA) y encargada de vigilar y descifrar las comunicaciones, espía de forma masiva e indiscriminada las comunicaciones digitales en Gran Bretaña y en el extranjero.

El pasado 8 de noviembre, los directores del MI5, MI6 (inteligencia exterior) y del GCHQ comparecieron juntos , por primera vez en la Historia, ante una comisión de investigación del Parlamento. A diferencia del efecto del «caso Snowden» en EE.UU., que ha forzado al presidente Obama a anunciar cambios en la forma de actuar de la NSA, el escándalo parece tener menos repercusión en Gran Bretaña. Para algunos, esta diferencia sería una manifestación de ese «amor incondicional» por los espías que, tradicionalmente, profesan los británicos, tal y como describe Le Carré.

Captados en sus orígenes entre los mejores estudiantes de Oxford, Cambridge y otros centros académicos, los agentes de inteligencia compartían a menudo la misma proveniencia y círculos sociales que la elite política e intelectual del país. Unos lazos personales que, según los críticos, habrían hecho bajar la necesaria «vigilancia» que reclama Le Carré. El escritor lamenta que Bingham «detestara» su visión crítica de los servicios de espionaje.

«Pero yo detesto de la misma manera la noción de que nuestros espías son uniformemente inmaculados, omniscientes y fuera del alcance de la vulgar crítica de quienes no solo pagan por su existencia, sino que, en ocasiones, son llevados a la guerra sobre la base de pruebas de inteligencia prefabricadas». Le Carré se refiere aquí a uno de los pecados capitales de la inteligencia moderna, la elaboración de una narrativa sobre hechos falsos para justificar la invasión de Irak en 2003.

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