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MONTECASSINO

VINTAGE DE ZARES Y SULTANES

HERMANN TERTSCH

Zar Putin y Sultán Erdogan, el vintage para el siglo XXI de despotismos orientales con elecciones

APENAS había dado las gracias al electorado, que tan grande como inesperado regalo le hizo este domingo, cuando ya amenazaba a sus enemigos con la venganza: «Esto lo van a pagar». El primer ministro turco Recep Tayyik Erdogan ha dejado muy claro que sus enemigos tienen motivos para preocuparse. Y lo son todos los turcos que en estos últimos tiempos le han hecho frente, en la calle, los despachos y los tribunales. Erdogan está disfrutando mucho desde el domingo con la inesperada contundencia de su triunfo en las elecciones municipales. Tanto al menos como con las grandes victorias que lo convirtieron en líder indiscutido de la Turquía del siglo XXI. Con tanto poder como solo había tenido, allá a principios del XX, el fundador de la Turquía republicana y moderna, Mustafa Kemal «Atatürk». Erdogan llegó a la cumbre hace más de una década. Y lo hacía con una agenda más que ambiciosa, de inmensas dimensiones históricas. Quería, con el ingreso en la UE, catapultar a Turquía como una potencia europea. Como ya lo fue hasta entrado el siglo XVIII. Quería hacer de ella además la potencia transregional, puente entre Occidente y toda el Asia central exsoviética. Y soñaba con convertir Turquía en la gran promotora de la integración del islam en el mundo desarrollado y adoptar un liderazgo en Oriente Medio frente a las teocracias chiita en Irán y sunita en Arabia Saudí. Erdogan no ha conseguido ninguno de sus objetivos. La entrada en la UE está más lejos que nunca, Asia central está más cerca de nuevo de Moscú que de Ankara o Estambul y los árabes se resisten a que los antiguos amos otomanos vuelvan a tratarles con paternalismo. Lo que sí ha logrado Erdogan es la reislamización de Turquía y la neutralización o el aplastamiento de resistencias, democráticas o no, en ejército, negocios, jueces, prensa e intelectuales. Hasta el domingo le quedaba un peligroso enemigo, su antiguo aliado que es la secta de Fethullah Gülen. Este líder religioso vive en EE.UU. en el exilio desde que estalló la rivalidad. A sus gentes, muy presentes en la Administración, se atribuyen las filtraciones que han revelado tanto la masiva corrupción de Erdogan, su familia y entorno como la falta de escrúpulos en general del AKP al gobernar. La última filtración revelaba planes para simular un ataque desde Siria como pretexto para entrar en guerra. El «Hodjaefendi», el «gran maestro» Gülen, vive en una austeridad monacal que contrasta terriblemente con la ostentación y el corrupto despilfarro del entorno, familia y del propio primer ministro. Ahora, la caza de brujas contra el «gülenismo» puede empezar. Erdogan es un declarado admirador de Vladímir Putin. Como dice el periodista Erturul Özkök, «a Erdogan le encanta hacer el Putin». Hacia dentro y hacia fuera. Cierra Twitter o Youtube y algún canal de televisión que le irrita, con esa nada disimulada prepotencia con que Putin acabó con todos los medios algo críticos. Como Putin, ha decidido cubrir sus vergüenzas autoritarias con una retórica ultranacionalista y victimista. Ambos han declarado la guerra a la sociedad abierta. La retan en Occidente. Y en sus propios países aplastan a sus partidarios. Ambos cortaron toda luz autocrítica sobre el pasado que se habían iniciado hará veinte años en Rusia y Turquía. Ahora todos los crímenes propios son ocultados, excusados o exaltados como gestas en la nueva historiografía. Ambos se han erigido, con muy poco pudor y todo tipo de símbolos, en los herederos históricos de los monarcas que encarnaron a los desaparecidos imperios. Zar Putin y Sultán Erdogan, el vintage para el siglo XXI de despotismos orientales con elecciones.

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