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Un atril con pluriempleo

Más de la mitad de los pregoneros de la Semana Santa no han sido cofrades aunque la tendencia cambió desde 1983

Un atril con pluriempleo ARCHIVO

POR ANTONIO VARO

Desde 1945, con la intervención de Federico García Sanchiz y con alguna interrupción ocasional, el pregón de Semana Santa de Córdoba forma parte de la tradición prologal de la celebración pasionista. Han pasado casi 70 años y varias decenas de oradores —y tan sólo dos oradoras— han ensalzado la Semana Santa de lacapital en el Gran Teatro, en el desaparecido Palacio del Cine , en el Salón Liceo del Círculo de la Amistad o incluso ante los micrófonos de una emisora de radio.

¿Quiénes han sido estos pregoneros? ¿Qué razones han llevado a los responsables de la Agrupación de Cofradías a nombrar a una u otra persona para ponerse ante el atril? Aunque parezca sorprendente, sólo en la mitad aproximada de los casos —en la etapa más reciente— ha primado la intención de que se cante la Semana Santa desde dentro, es decir, por alguien que la conoce y la vive por experiencia propia y convierta en palabras su sensación y su vivencia.

Con escasísimas excepciones, hasta 1982 la inmensa mayoría de los pregoneros fueron personas conocidas y reconocidas por su actividad en otros ámbitos de la vida pública, y muchos de ellos no eran ni cordobeses ni cofrades: así lo reconoció expresamente, en la primera línea de su pregón de aquel año, el magistrado Diego Palacios, autor, por cierto, de uno de los pregones peor recordados, comparable quizá tan sólo con el que en 1958 pronunció el periodista Francisco Casares. El prestigioso juez tuvo incluso la osadía de ponerle un título a su pregón −«La Justicia»−, algo que nadie había hecho antes ni hizo después.

Era como si, en los primeros años, la Agrupación de Cofradías buscara que una voz o una pluma conocida en toda España fijara su atención en Córdoba, con la pretensión de que su presencia hiciera resonar en todo el país el nombre de la ciudad. Oradores (García Sanchiz, 1945; Palop, 1953 y 1976), escritores (Pemán, 1946, García Baena, 1979, Clementson, 1981), periodistas (Santiño, 1954), docentes (Zueras, 1980) o eclesiásticos (Capó, 1960, Cué, 1966, el obispo Cirarda, 1967) desfilaron ante el atril, donde desgranaron discursos de circunstancias, «faenas de aliño», sartas más o menos cohesionadas de tópicos al uso. Algunos otros nombres de más o menos relumbrón se quedaron en el tintero y, aunque se rumoreó su posible nombramiento, éste nunca llegó a materializarse, como el del periodista David Cubedo −«la voz del Régimen»− o el dramaturgo Antonio Gala.

En el mejor de los casos, los pregones de estos oradores eran doctas conferencias, como ocurrió en el caso de Francisco Zueras. Tampoco faltaron ni mucho menos los políticos invitados a ser pregoneros, como el gobernador civil Gutiérrez Rubio (1971), que pronunció su discurso unas semanas después de abandonar el cargo. Los políticos llamados a pregonar la Semana Santa fueron casi siempre de segunda o tercera fila, aunque eso sí, alguno de ellos alcanzaría tiempo después cierta relevancia en la vida pública: León Herrera (1969) llegaría a ser ministro de Información y Turismo; Rafael Cabello de Alba, que ya era procurador en Cortes cuando dio su pregón (1972), ocuparía la cartera de Hacienda en el primer Gobierno de la monaquía, y Carmelo Casaño (1977) sería elegido diputado del Congreso tres meses después de su discurso. Entre los cargos públicos cordobeses, sólo uno –Antonio Guzmán Reina (1966)− fue pregonero siendo alcalde en ejercicio.

El pregón de Diego Palacios llevó un cambio radical en el planteamiento. Y se hizo una apuesta arriesgada: en lo sucesivo se buscaría principalmente pregoneros cordobeses, cofrades y en su mayor parte jóvenes no dedicados de forma profesional al mundo de las letras. Aunque antes de 1983 algunos pregoneros habían sido cordobeses y cofrades, ninguno era conocido especialmente por la segunda de esas condiciones (por ejemplo, Matías Prats y Salcedo Hierro, que eran cofrades de Jesús Caído y las Angustias o el Remedio de Ánimas). Pablo García Baena brillaba como poeta aunque su participación en la fundación de Ánimas fue destacada y también su vinculación a las cofradías.

Cofrades jóvenes

El punto de inflexión llegó cuando se encomendó el pregón a un joven y activo capuchino que empezaba a revolucionar el mundo cofrade y cuya influencia marcó la Semana Santa en las dos últimas décadas del siglo pasado: era Fray Ricardo de Córdoba, que consiguió llenar el Salón Liceo, donde muchos oyentes tuvieron que seguir de pie su florida prosa llena de mayúsculas y su elocución parateatral.

En las tres décadas transcurridas casi todos los pregoneros han sido cordobeses, en su mayor parte jóvenes y bastantes de ellos más conocidos por su vinculación a las hermandades que por su ejercicio profesional en actividades tan variadas como la docencia, el periodismo, la contabilidad, los seguros, el teatro y la hostelería.

Fueron pregoneros antes de cumplir los cuarenta años, por ejemplo, Francisco José Mellado (1985), Antonio Capdevila (1987), Ángel María Varo (1991), Jesús Cabrera (1992), Manuel Jesús Sánchez (1996), Miguel Ángel de Abajo (1998), Álvaro Pineda (2003), Luis Miranda (2011) o Enrique León (2012). Pero no han faltado tampoco los de edad más avanzada y «ajenos» al día a día de las hermandades aunque ya con cierta vinculación: Manuel Salcines (1997), Pablo Moyano (1999), Miguel Salcedo en su cuarto y último pregón (2000) o el dominico Fray Jesús Mendoza (2001). Hubo en esta etapa pregones de cofrades reconocidos pero de edad más avanzada: fueron los casos de Francisco Melguizo (1984) y José Murillo (2002).

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