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PRETÉRITO IMPERFECTO

Mi memoria es mía

Los vecinos de Cañero están muy orgullosos de vivir en su barrio, votante de IU, sin los burócratas del pensamiento en el cogote

FRANCISCO J.

DESCONOCÍA hasta hoy que la memoria fuera del Estado. Dicho en sede oficial, oiga. En este caso, de la Junta de Andalucía, un estado muy particular. Antes de que vengan los funcionarios del señor Naranjo, director general de la Memoria Democrática —ente público dirigido por Izquierda Unida—, a llevársela, pido que se me conceda la última voluntad: escribir este artículo fumándome un puro y ejercitándola. Luego podrá expropiarla, pedir su titularidad pública y dirigirla al pensamiento único. Eso sí, le aseguro que no es muy onerosa pero le va a costar un poco aplacarla, soy inquieto y terco como una mula. Me agradará compartir la automatización del no-individuo a lo Foucault (número y objeto) con los vecinos de Cañero. Son magistrales, gente trabajadora, hospitalaria y llena de valores que, por cierto, les han votado a ustedes los comunistas toda la vida.

Y como nos pasa a los seres inferiores, tenemos algunos déficit en la utópica aspiración de ser libres y pensar. Y si me apura y se me permite, hasta ser liberales, fíjese! Intentando que los políticos nos molesten lo menos posible, nos solucionen problemas y nos dejen vivir a nuestro modo respetando las normas, incluso llamando a las cosas por su nombre, o por el que nos enseñaron nuestros padres y abuelos; y siendo dueños de nuestros recuerdos.

Le avanzo también a la señora Ambrosio, que ha empezado con muy bien pie su carrera como precandidata del PSOE a la Alcaldía en el postduranismo, que tuve magníficos profesores de Historia que me explicaron la Guerra Civil como materia educativa bajo el paraguas de la Educación General Básica (EGB). En el Bachillerato de un instituto con más de 300 años de historia por donde pasaron altos mandatarios, diplomáticos y dirigentes de toda condición e ideología, y la universidad pública. Nadie me habló de Antonio Cañero, y tampoco me hizo falta para comprender en mis cortas luces, la trascendencia de aquella tragedia bélica, de la que tengo constancia, como tantos, en mi familia. Y que así se lo haré ver a mi descendencia antes de que pretendan adoctrinarla y dogmatizarla, si es que queda algo del sistema educativo que merezca la pena gracias a ustedes, la clase política, cuando llegue al tema en cuestión.

Llevo días cabilando si las gilipolleces, con perdón, no deberían pasar de un breve en página par y absoluta amnesia on line. Pero la verdad de la calle, obliga. El mayúsculo enfado de los vecinos de Cañero con la enésima «inversión intelectual» de la Junta en Córdoba y los modos de soberbia de este tal Naranjo, cuyo chiringuito gasta al año lo mismo que cuesta pagar la prestación por desempleo a un millar de cordobeses al mes (cerca de un millón de euros), dotan de seriedad a un asunto muy feo y hondo si se paran a pensarlo antes de que enajenen su memoria sin justiprecio. Cañero es un barrio muy azotado por la lacra del paro y cuya plaza central se llama como el hombre que cedió los terrenos para edificarlo, gracias a un alcalde comunista, otrora, como Herminio Trigo. Y a una concejala suya entonces, por 1988, llamada Rosa Aguilar, que años después (2006) organizó una exposición taurina ensalzando la figura del que está considerado padre del rejoneo contemporáneo. No estamos para aguantar más tonterías.

A buen seguro que en la memoria de muchos residentes de Cañero habite el horror de la Guerra Civil, y que, a la par, cada mañana se sientan muy orgullosos de vivir en él sin los burócratas del pensamiento único en el cogote. Lo siento, señor Naranjo, pero mi memoria sigue siendo mía.

A Pepe «Rucheras»

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