Hazte premium Hazte premium

CAMBIO DE GUARDIA

SANIDAD EN QUIEBRA

GABRIEL ALBIAC

El dilema es cómo evitar que el gasto sanitario nos mate a todos, sin provocar que su recorte mate a muchos

DE todos los disparates económicos bajo antifaz político de estos años propicios al disparate, el retroceso impuesto a la Comunidad Autónoma de Madrid en la gestión externa de los hospitales públicos puede que haya sido el más ruinoso. Lo apreciaremos cuando ya no haya espacio para atenuar sus consecuencias.

La asistencia hospitalaria es la joya de la corona en la Europa moderna. Hemos alzado un paraíso. Sanitario, al menos. Sólo que los paraísos son caros. Necesariamente. Todo bienestar material se paga a un precio. Aunque hayamos optado por hacerlo a plazos. Aunque, puestos en el límite, hayamos ido rebotando letras. Pero, un día –porque así son de crueles las cosas de este mundo–, el cobrador acaba por llamar a la puerta.

La gran mutación que sigue a la segunda guerra mundial se llama sanidad pública. En una Europa que salió de aquellos seis años destruida. Lo invertido aquí por los Estados Unidos, a través del Plan Marshall, fue origen de la rentabilidad más alta a la que puede aspirar una sociedad: longitud y calidad de vida. Liberado, además, del oneroso gasto militar –que, al otro lado del muro, condenaba a la URSS y a sus colonias a una ruina implacable–, el occidente europeo entró en su era más dorada: la que va desde mediados los cincuenta hasta el inicio de los noventa, cuando la guerra (fría, dicen) terminó. Y, con ella, el escaparate de lujo en cuyo brillo podía el Este contrastar sus sombras.

Y Europa despertó en la ruina. Y supo que el primer factor de ella era un gasto social tan gigantesco cuanto irrenunciable: la salud, esto es, la vida a la cual ningún humano podría renunciar, porque es lo único que todo humano tiene. Frente a las cifras de la Seguridad Social en todas sus facetas, el resto de los gastos públicos –robo incluido– queda en poco. Es lo que los más sensatos analistas tratan de cuantificar en cifras a un Obama, cuyo empeño en importar ese modelo extendería a los Estados Unidos el colectivo suicidio europeo.

El dilema es cómo evitar que el gasto sanitario nos mate a todos, sin provocar que su recorte mate a muchos. Y nadie –absolutamente nadie– tiene hoy respuesta a esa tragedia mayor de nuestro mundo.

Racionalizar la administración sanitaria no soluciona todo. Pero es urgente hacerlo. Todo funcionariado despilfarra: «El dinero público no es de nadie», proclamaba una ministra a la cual sería de justicia alzar un monumento. El despilfarro hospitalario ha alcanzado cifras imposibles. La administración externa de los hospitales quiso poner coto a eso. No se privatizaba nada. Se sometía a gestión competitiva los confusos gastos funcionariales. Se hizo en la Andalucía eternamente socialista. Y nadie dijo nada. Entre otras cosas, porque era lógico y mejoraba todo. Había que estar loco para intentar cargárselo. Llegó Madrid. Y quiso hacer lo mismo. Y los mismos del cacicato andaluz gritaron «crimen». La política en España es esto. Llamarla corrupción es quedarse muy corto.

Bien, ya está hecho. Y ahora, ¿quién lo paga?

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación