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EL NORTE DEL SUR

El pánico del cuento de hadas

¿Cómo casa el espanto, el horror, la infamia de un triple crimen con estos prolegómenos esponjosos e ingrávidos de la Navidad?

RAFAEL ÁNGEL AGUILAR SÁNCHEZ

ESTE pánico colectivo no entra ni con calzador en el cuento de hadas que la calle está empezando a contarnos. El Bulevar se llena de luces, los puestos de castañas humean desde Colón a Puerta Gallegos, llegan los catálogos de juguetes infantiles al buzón, las cartas a los Reyes Magos se apilan en la central de Correos para desasosiego del pobre funcionario que, en algún momento, tendrá que decidir qué hace con ellas, qué momento ése, si tirarlas a la basura o mandar a que las quemen o a que hagan algo con ellas porque ya no caben en el negociado. Los tiovivos de los grandes almacenes están en marcha, las bolas de algodón dulce se caen como siempre en los pasos de peatones o se amontonan en las papeleras, los niños lloran y piden otra, salen al mercado consolas que cuestan lo que medio sueldo y los papás esforzados hacen cola para comprar una. El hielo de la pista de patinaje está a su temperatura justa, los jamones de oferta en los hipermercados, las perrunas en la alacena, el anís en la despensa junto al turrón y a las peladillas, los trajes de gala casi a punto para las noches especiales, los braseros ardiendo bajo las mesas camillas, los edredones que ahora se llaman nórdicos dando tumbos por la casa del salón a la habitación.

En el Palacio Episcopal hay ya religiosas ofreciendo a probar los dulces, en Don Pepe vuelan las raciones de los churros con chocolate, en Roldán no caben más mesas por metro cuadrado, en los cines se afana la última producción de Disney, Pérez Reverte invade otra vez los escaparates de las librerías, huele a caramelo en la esquina de San Nicolás, las rebajas se adelantan ya sin pudor y con carta de legitimidad, en los quioscos que venden de todo también venden felicitaciones, paquetes de doce a siete euros, y los clientes las compran casi por descuido cuando van a llevarse el periódico. Hay algo de truculento, algo que chirría, que está feo y forzado, que parece indecente, oscuro, sucio en el botín con el que sale un cliente: unos paquetes de un coleccionable de cromos de equipos de fútbol, una bolsa de golosinas, una revista de abalorios infantiles con motivos navideños y el diario que lleva la crónica de la llegada a la ciudad de un criminal que ha redimido su pena en la cárcel pero al que siempre le acompañará la infamia de lo que hizo.

Cómo casa el espanto, la mancha negra, el horror de un crimen, de un crimen triple, a cámara lenta y con el ensañamiento de los rudimientos de la virilidad con esta cosa tierna, esponjosa, ingrávida los prolegómenos de la Navidad, con la agitación de las compras, con la bulla de las atracciones infantiles, con las frases atinadas o cursis de las felicitaciones, con el augurio del reencuentro con la familia o con los amigos, con la caligrafía imprecisa, torpe, suficiente de las cartas de los niños a Melchor, Gaspar y Baltasar.

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