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VERSO SUELTO

Estrella fugaz

LUIS MIRANDA

SE construyó para asombrar a los embajadores que tenían que contar que, bajo las arcadas y entre los mosaicos que hacían verdad el mito del oriente exquisito, se organizaba un reino temible y refinado con un monarca al que no le temblaría la mano para aplastar a quien le desafiara al mismo tiempo que organizaba bibliotecas, patrocinaba la ciencia y la poesía y buscaba a los que tenían que llevar a Córdoba el agua clara con que purificarse y alimentar las fuentes y los naranjos. Quiso la tradición, que siempre se hermosea con la novelería arrebatada del mito, contar una historia de amantes eternos, pero lo cierto es que aquella ciudad crecida a la vera de otra que siempre le iba a ganar en belleza y que la haría suya al cabo de los siglos, era seductora propaganda, la fachada lujosa de un imperio que sabía cómo convencer a los demás de que no había ningún poder que le aventajara.

Medina Azahara ya no habla del esplendor del califa ni hace temblar a los embajadores cristianos o bereberes con el poder del príncipe de los creyentes, pero, en el lento reaparecer con que los arqueólogos van recuperando piedra sobre piedra, sigue cumpliendo con precisión relojera su trabajo de contar cómo son sus dueños y qué se puede esperar de los habitantes de la ciudad a la que le creció como una estrella deslumbrante y fugaz pero de rescoldos puros y perpetuos.

Si un día nació como joya, hace tiempo que se sabe un estorbo y que hasta echa de menos al cruel Almanzor que le hizo una hermana con ínfulas, seguramente menos bella y desde luego nada refinada, para imitarla. Ahora Medina Azahara cuenta en voz baja cómo a casi todos los políticos, que de alguna forma sustituyen a los califas que la construyeron como una ciudad administrativa, les parecen bien las invasiones, que siguen llegando con estrépito y ruido y con la misma voluntad de destruir, pero cambiando los cuchillos, los caballos y los alfanjes por las hormigoneras, las excavadoras y los todoterrenos.

Con esa cobardía de querer disfrazar la invasión de las parcelas con almendros, como propuso alguno, para que con la cuenta de la vieja no se pierdan muchos votos, no son muy distintos de los que dicen que a ver Medina Azahara van cuatro gatos, y lo mismo hasta los mismos ilustrísimos lo sueltan a la quinta cerveza de la recepción.

Ahora andan preocupados, o eso por lo menos dicen, por conseguir que haya más visitantes en Medina Azahara, y para eso han hecho un poco de ruido con el escándalo cruento de una decapitación, aunque mal negocio se puede fraguar cuando a quien invita a la gente a pasar se le nota a la legua que no está convencido de lo que dice y que tampoco conoce muy bien por qué hay que ver esas cuatro piedras al sol y qué tienen de interesantes los muros y los arcos para que haya que tomarse la molestia de levantarse de la terraza del hotel.

Medina Azahara sólo se comprende si uno actúa como en Pompeya y se pierde por unas calles que tienen una lógica propia y que cantan la añoranza de su esplendor y su ruina, pide el mismo respeto que los foros imperiales de Roma, porque también en los palacios de los dignatarios se decidía mucho de los destinos del mundo, y hasta merecería un camino, cuando el cielo deje, en que recorrer la misma peregrinación asombrada de los embajadores, porque empezar por el Salón Rico es como entrar en una iglesia por el altar mayor. Ya que todo eso no se lleva bien con el turismo de autobús y franquicia, siempre se podrá subastar por piezas y vender el terreno para reducir el déficit y encima quitarse un problema de enmedio.

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