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VERSO SUELTO

Conciertos y marcas

LUIS MIRANDA

Hay quien dice que la Junta de Andalucía, y el partido que ha conseguido fundirse con ella hasta el punto de que ya casi no es posible distinguir una cosa de otra, sueñan con una sociedad donde no haya estancias sin su sombra o su logotipo, como si la vida fuese imposible sin ellos. Si eso es verdad, y habrá quien sepa mirar números y talar árboles para ver el bosque de los intereses y las dependencias, no es menor el mérito, tan siniestro como paradójico, de haber conseguido que hasta los que se dan golpes de pecho de disidentes y contrarios lo hagan gracias al dinero que la administración autonómica les reparte. Hasta cierta contestación social tiene al poder como cliente y vive mejor al abrigo de lo público que a la intemperie de la emancipación, como un quiste sebáceo, inocuo y recóndito que fuese peligroso de extirpar.

Ahora ese mecano prodigioso con forma de dinosaurio ha tenido que lubricarse con el aceite ideologizado y pelín añejo de Izquierda Unida y quizá por ello, o por esas batallas de propaganda y doctrinas que tanto dominan los dos socios, o acaso porque les andan buscando los acreedores y ya no quedan cajas fuertes para llenar de telarañas, anda metido en una guerra de nervios y amenazas con la enseñanza concertada, la misma que por un lado confirma que en Andalucía no se pasan hojas de libros de texto sin que la Junta lo oiga, pero que a su vez le ganó una batalla en el campo del prestigio, justo allí donde más le duele.

Después de tantos años vendiendo humo y consignas vacías de modernizaciones a golpe de copla clonada con la certeza de que no calaría nada, la Junta de Andalucía se ha dejado marcar un saco de goles en la portería de la escuela pública, a la que la demagogia podrá acribillar a pelotazos de vagas retóricas de logses, planes de estudio o asignaturas destructivas como granos de mostaza, pero que todavía puede presumir de un ejército formidable de profesores infatigables y capaces que saben sacar lo mejor de los alumnos que se dejan y de unos colegios sin piscinas climatizadas pero más o menos bien repartidos por el mapa.

Quizá estos maestros pacientes de la propaganda no se tomaron en serio al rival o no adivinaron el cariz de unos tiempos en los que el consumo era la sangre de las calles y más que nunca la fachada tenía que dar impresión de poderío. Los colegios concertados seguían siendo la opción de muchos padres que querían para sus hijos valores imperecederos edificados sobre roca, pero, cuando más calentaba el sol del ladrillo y los pagos a cómodos plazos, muchos que no distinguían a San Francisco de Don Bosco decidieron que ya estaba bien de ir donde todo el mundo y que también tenían derecho a que mamá comunidad autónoma les subvencionase una plaza con uniforme y actividades extra escolares para que ellos no tuvieran que pringarse demasiado con aquello de la educación, aunque hubiera que empadronarse en el piso minúsculo de una tía segunda o caminar una milla.

La derrota fue tan clara que el año pasado hasta era noticia que el mejor expediente de bachillerato de España fuera de una chica de instituto público y no faltan quienes se imaginan el colegio del barrio como una templo laico en el que al niño le van a llenar la cabeza de consignas sin enseñarle nada de provecho. No habrá que lamentar que la Junta suspenda acuerdo alguno porque bien se conoce que les gusta más amagar con el chillido que atizar con el hecho, pero tan triste es que no sean capaces de ensalzar lo que tantos profesionales hacen bien todos los días como ver que a unos pocos hasta para educar les importan las marcas.

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