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Sin fútbol, sin alma, con miedos

Mestalla vuelve a rugir contra Llorente tras un partido sin alma de los suyos y perder de penalti

Sin fútbol, sin alma, con miedos EFE

RAÚL COSÍN

El Rayo aprovechó los miedos del Valencia. Los que agarrotaron de inicio a los jugadores del debutante Ernesto Valverde -en el banquillo de Mestalla- que no arriesgaron, que se encorsetaron, que estuvieron blandos en ataque y medrosos en su propio estadio. Después de dos balsámicos triunfos por seriedad y actitud de los valencianistas a domicilio, en El Sadar, en Liga y Copa ya con el «Txingurri», al subconsciente de los jugadores debió llegar la imagen quince días atrás de una parroquia que pedía la cabeza del presidente Manuel Llorente y les exigía a los propios protagonistas del juego profesionalidad después de un 2-5 de la Real, que llevó a la destitución de Pellegrino. Ante el Rayo faltó alma.

La escena, puntualmente contra el mismo Llorente, se repitió tras caer 0-1 ante los de Paco Jémez. El rugido de insatisfacción de Mestalla reiteró porque los blanquinegros volvieron a la indolencia, a la espesura, a la falta de ideas, a la autoasfixia una vez superaban la zona de tres cuartos buscando la portería de un Rayo que sin proponer más allá que contundencia atrás se llevaron el botín completo.

Victoria madrileña que se formalizó con un penalti absurdo de Tino Costa en la recta final, que marcó «Chori» Domínguez, un exvalencianista que brilló más por su escasa profesionalidad y su mínimo rendimiento, que por algo notorio en el campo. Los rayistas ganaron sin merecimiento. Pero ya se sabe, esto no va de méritos, sino de goles. La derrota quizá sí fue un justo castigo para el Valencia, porque, aunque manejó más el balón que los visitantes apenas inquietaron.

Ni Valencia, ni Rayo estuvieron a la altura en cuanto a sus argumentos puramente futbolísticos. Espesura generalizada. Falta de clarividencia, de ganas de arriesgar, de alma de los locales y excesiva timidez de un equipo como el vallecano que se presume valiente.

¿Y el fútbol?

Escasos fueron los intentos de Valencia y Rayo por diseñar algo de fútbol que no llevase a la modorra durante el primer acto. Tibias escapadas hacia el área rival sin mayor inquietud para los porteros. Justo es que el rayista Cobeño tuvo un par de situaciones con cierto peligro, pero poco más. Gris. Espeso. Denso. Dubitativo en ambos lados. El primer tiempo, más allá de algún intento de contra o el movimiento tumultuoso propio de los saques de esquina y las faltas laterales, poco tuvo tuvo para inaugurar el marcador.

El técnico cacereño, viendo sin ideas a sus futbolistas, no se quedó parado en el descanso. Propuso cambios. Movió fichas. Sentó a Piatti para dar entrada a Parejo. Cambió la disposición. Recuperó la colocación de tres futbolistas en el eje, recuperando la fórmula del doble triunfo (Liga y Copa) con el que se presentó en el Valencia, pero en El Sadar. Lo mejor del Rayo, igual que en los primeros 45 minutos, fue el intento por impedir la salida del balón desde atrás de los locales.

Consiguió el preparador extremeño que el Valencia ganase en posesión, pero la ejecución de tres cuartos hacia arriba no cuajaba ante un Rayo contundente atrás, pero sin ideas propuesta en ataque. Sin proponérselo Lass se sacó un centro cuando se perdía el balón por banda y el esférico se envenenó, obligando a sacar puños a Diego Alves en la escuadra.

Alcanzado el tramo final del partido, el Valencia, aún con el balón, se mostraba blando, falto de la intensidad de la que hicieron gala en sus duelos ante Osasuna. Superados los 75 minutos, Soldado no había tenido nada con sustancia ante la portería rival. Y llegó la jugada desgraciada para los valencianistas. Saque de banda rayista que dio para que Tino Costa hiciese un penalti tonto en un tibio hombro con hombro sin justificación con Trashorras. Domínguez marcó el penalti. Mucho premio para el Rayo.

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