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A qué he venido yo aquí y otros despistes del cerebro

Víctima de su propio éxito, el cerebro tiene imperfecciones que nos hacen pasar malos ratos

Pilar Quijada

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«El cerebro idiota»

El neurocientífico Dean Burnett nos sorprende con su último libro " El cerebro idiota ". "Para tratarse de algo supuestamente tan brillante y evolutivamente avanzado, el cerebro humano es bastante desordenado, falible y desorganizado", sostiene. Algunos de esos fallos nos llevan a olvidar por el camino lo que íbamos a hacer. O a que la superstición y la teoría de la conspiración arraiguen en él con facilidad. Consecuencias todas de un cerebro "sano".

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¿A qué venía yo aquí?

Esta una escena familiar para todos. Estamos en casa, tranquilamente sentados, y decidimos que vamos a prepararnos un té. Nos ponemos en pie nos dirigimos hacia la cocina y cuando estamos allí nos asalta una duda ¿a qué venía yo aquí?

El secreto de este desliz tan corriente está en nuestra memoria "a corto plazo" , que en realidad es efímera. Es un "apartado" donde podemos almacenar temporalmente ( no más de un minuto , con suerte) un número de teléfono que tenemos intención archivar, el nombre de una persona que acabamos de conocer, etc. Tampoco tiene mucha capacidad, no más allá de 3 o cuatro palabras .

Y para colmo, a la memoria a corto plazo la pierden las distracciones ... Algo que oímos, o vemos o, simplemente, nuestros propios pensamientos la pueden hacer caducar.

Pero la orden de ir a la cocina sigue en curso. ¿A qué venía yo aquí? A veces funciona volver sobre nuestros pasos. De nuevo en el salón, con el libro sobre la mesa, recordamos que íbamos a prepararnos un té.

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Lo siento, he olvidado tu nombre...

Otra jugarreta de nuestro cerebro también muy común. Podemos reconocer a alguien, pero no recordamos su nombre. ¿Por qué? Nuestro cerebro se ha especializado a lo largo de la evolución en reconocer caras porque dan mucha información. Nos permiten incluso averiguar si alguien es sincero o no por su expresión, su mirada, o incluso su sonrisa. Hasta tal punto se ha aficionado nuestro cerebro a reconocer caras que las ve por cualquier parte, en las nubes, en un mancha ... De hecho hay una zona del cerebro destinada a reconocer rostros.

Recordar el nombre , ya es otra cuestión. No hay ningún lugar en el cerebro que se dedique exclusivamente a ello . Para que una información pase desde la memoria a corto plazo, donde guardamos el nombre de alguien que acabamos de conocer, a la duradera, llamada a largo plazo, son necesarios una serie de requisitos.

Uno lo conocemos por experiencia desde nuestros años de colegio. Lo que nos costaba asimilar cada materia... ¿Cuántas repeticiones teníamos que hacer antes de poder recordarlo con soltura? Con los nombres pasa lo mismo.

Otra vía rápida para llegar al "cajón" de la memoria a largo plazo es que algo nos cause una fuerte impresión (que nos deslumbre la persona que aacban de prensentarnos, por ejemplo).

Por eso un buen truco para recordar nombres repetirlos o asociarlos con algún aspecto físico de la persona. Serán más fáciles de retener.

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¡Qué mareo!

Aunque cada vez nos movemos menos, nuestro cuerpo está diseñado para caminar . Así salieron nuestros antepasados de África y se dispersaron por todo el mundo. Moverse en automóvil es algo muy nuevo , si lo medimos con el reloj de la evolución . Y nuestro cuerpo sigue poniendo sus peros a estos viajes. En ocasiones, dependiendo del medio de transporte (y la pericia del conductor para no dar acelerones y frenazos), nuestro estómago se rebela y notamos sensación de náusea y malestar que se hace irresistible por momentos.

Es el cerebro el responsable último de esa sensación. Nuestro cuerpo tiene una serie de sensores que informan al cerebro sobre nuestra posición (tumbado, de pie, etc), y hacia donde nos dirigimos. Es la propiocepción , o percepción de nuestro cuerpo. Este sistema es responsable de que sepamos, cuando ponemos una mano en nuestra espalda, qué está haciendo y dónde está.

Aún hay otro sistema que detecta el movimiento , y está situado en el oído : el sistema vestibular. Estos sensores están acostumbrados a los vaivenes de nuestro caminar pero pueden no responder bien al traqueteo de un viaje. En estos casos, llega información contradictoria sobre nuestra posición y movimiento al cerebro, que no sabe cómo interpretar el malestar en el estómago.

Y opta por dar la orden de vomitar, por si la sensación de nausea pudiera deberse a la ingestión de alguna sustancia perjudicial .

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De la superstición a la conspiración

Ver patrones y/o conexiones en sucesos aleatorios o datos sin sentido se denomina apofenía . Esa palabra extraña puede no decir nada, pero es la que alimenta la teoría de la conspiración . La Wiki la define como "la tentativa de explicar un acontecimiento o una cadena de acontecimientos, sucedidos o todavía por suceder, ya sea percibidos o reales, comúnmente de importancia política, social, económica ohistórica, por medio de la existencia de un grupo secreto muy poderoso , extenso, de larga duración y, generalmente, malintencionado".

Dado que las teorías conspirativas no son un fenómeno nuevo, sino persistente en el tiempo, ¿ nuestro cerebro tiene alguna peculiaridad que le hace susceptible a creerlas? Puede que sí. Nuestro órgano rector tiene que dar sentido a la cantidad ingente de información que recibe.

Un método para hacerlo es detectar patrones y centrar su atención en ellos. Pero puede provocar errores. Podemos detectar patrones donde realmente no los hay: la superstición y la teorías de la conspiración están servidas.

más información:

Tocar madera

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Pasión por el miedo

¿Por qué algunas personas, desafiando el instinto de conservación , se apasionan por deportes de riesgo? ¿Por qué algunos disfrutan con las historias de miedo ? Curiosamente disfrutar de una golosina y el gusto por las actividades peligrosas o las historias de miedo pueden surgir de la misma zona del cerebro: el sistema de recompensa del cerebro .

Este circuito proporciona placer cuando hacemos alguno bueno . Y ese "algo bueno" abarca un amplio abanico de posibilidades , incluida la de que algo malo deje de ocurrir. Es lo que pasa en los deportes de riesgo: cuando uno se lanza desde un puente atado a una cuerda, en parapente, o en paracaídas siempre hay una posibilidad de que algo salga mal.

Para el cerebro que esa aventura concluya bien es algo a resaltar de manera muy perceptible. Se pone en marcha un neurotransmisor llamado dopamina que esta implicado en esa sensación de placer (la que produce el "subidón"). Igual ocurre en las películas o historias de miedo. En ambos casos la adrenalina se libera en grandes cantidades. Y esta hormona que actúa también como neurotransmisor tiene la virtud de amplificar las sensaciones .

Además el sistema de recompensa está conectado con el hipocampo y la amígdala, dos estructuras importantes para poner una etiqueta emocional a los recuerdos. La conciencia realzada, la aceleración intensa y los recuerdos vívidos que producen estas situaciones de miedo hacen que esta experiencia se etiquete en algunos cerebros como altamente placentera . El requisito para que vuelva a repetirse.

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