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Martínez Mojica, el cerebro alicantino del «corta-pega » genético

Es el «padre» de una técnica revolucionaria que permite cambiar el destino escrito en los genes. Su nombre suena como posible candidato a premio Nobel

Nuria Ramírez de Castro

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Este lunes la Academia Nobel anunciará el premio de mayor prestigio en investigación médica. En las quinielas de los posibles candidatos destacan los descubridores de una herramienta de nombre impronunciable –CRISPR (léase crisper)– que está revolucionando los laboratorios de todo el mundo. Esta técnica permite cortar y pegar genes a voluntad , en definitiva, cambiar el destino escrito en el ADN y editar cualquier forma de vida. Lo hace, además, de una forma tan sencilla, económica y eficaz que «asusta» a sus propios creadores. Su potencial es asombroso. Podría mejorar cultivos y hasta resucitar especies extintas. Pero sobre todo tiene un asombroso potencial terapéutico con enfermedades tan difíciles de tratar como el cáncer o miles de patologías hereditarias.

Si el «corta-pega» genético no recibe el reconocimiento del Nobel este año, lo hará con toda seguridad en los próximos cinco años, auguran los gurús de la ciencia. Gane o no, detrás de esta asombrosa herramienta hay un nombre español, el del biólogo de la Universidad de Alicante Juan Francisco Martínez Mojica . Descubrió que las bacterias tienen su propio sistema inmune y con ese hallazgo abrió la puerta a esta revolucionaria máquina de manipulación genética .

Su historia es la de una investigación con final feliz, pero en la que durante años no se vislumbraba una utilidad. «Seguí investigando por cabezonería, casi fue una cuestión de fe », explica Mojica a ABC durante su visita a Madrid para participar en un ciclo de conferencias del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO), patrocinado por la Fundación Banc Sabadell.

¿Cómo fue su momento eureka?

Todo empezó en las salinas de Santa Pola, mientras trabajaba en mi tesis doctoral. Estaba estudiando cómo unos microorganismos de las salinas eran capaces de adaptarse a condiciones de vida extrema. Empecé a estudiar su genoma y encontramos unas repeticiones del genoma que se encontraban espaciadas a intervalos regulares. Es decir, entre una repetición y la siguiente había una secuencia distinta de un tamaño constante.

Entonces no nos imaginábamos la repercusión que podía tener. Pero seguimos trabajando. Al principio, todos los experimentos fueron un fracaso. Fue absolutamente desesperante. Yo seguí investigando por cabezonería, algo me decía en mi interior que aquellas secuencias eran importantes. Me marqué averiguar qué función estaban cumpliendo como objetivo de mi carrera científica. Frustrado porque no avanzaba decidí revisar los genomas completos de bacterias secuenciadas. Así describí una nueva familia de repeticiones que llamé CRISPR. Pero aún no sabíamos para qué servían estas repeticiones. El momento eureka llegó en 2003 cuando vimos claramente que era un sistema inmunológico de las bacterias.

Se ha dicho que durante esos años de búsqueda no contó con el suficiente apoyo del Gobierno. ¿No supieron ver el potencial de su trabajo?

Si yo hubiera sido un evaluador de proyectos científicos en aquel momento no me lo hubiera dado a mí mismo (risas). Creo que es una respuesta lo suficientemente clara a su pregunta. Quienes evalúan deben dar dinero a grupos competitivos, que producen y vean posibilidades de éxito. Yo pasé unos años sin publicar y entiendo que no me dieran financiación. En ese momento era imprevisible lo que iba a salir de allí y llegar a la locura que estamos viviendo ahora.

Y ahora ¿se siente apoyado?

Sí, muy apoyado. Ha habido un cambio en los últimos años, incluso antes de que se me reconociera como el «padrino» de estas herramientas.

Su trabajo fue el punto de partida de una revolución científica que están aprovechando otros científicos. ¿Esto es frustrante o es, sin embargo, la mejor recompensa?

Yo estoy absolutamente satisfecho por haber contribuido. Creía en ello y ha resultado ser algo excepcional.

eEl último princesa de Astiurias de Investigación premió a dos científicas por esta técnica Doudna y Charpentier. ¿No echó en falta su nombre?

Me alegré una barbaridad de que se lo dieran. Recuerdo que el día de la concesión del premio entró uno de mis colaboradores en mi despacho y me dijo: «¡Francis han dado el Princesa de Asturias a CRISPR!», y así es como yo lo vi. Por primera vez había un reconocimiento al sistema que, por decirlo de alguna manera, parí yo. El premio reconoce el desarrollo de una herramienta y ellas fueron las primeras personas que dijeron que el sistema CRISPR podía servir para editar genomas. Si se hubiera reconocido el hecho de quien dio pie al desarrollo de esa tecnología, entonces sí, mi nombre debería haber estado allí.

Pero usted mismo acaba de decir: «yo lo parí»

Sí, pero todo depende de lo que queramos mirar hacia atrás.

Meses más tarde llegó el Jaime I. ¿Siente que fue un premio de consolación?

Personas relevantes del mundo de la ciencia me han dicho que no entendían cómo no me habían concedido el Princesa de Asturias, sobre todo cuando las premiadas habían reconocido que yo era el padre de la técnica. Yo estoy muy satisfecho con la concesión del Jaime I y prefiero creer que me lo han dado porque me lo merezco.

¿Cómo se puede explicar la expansión de esta técnica?

Ha sido bestial. Antes había otras herramientas para editar genomas. Pero eran caras y complejas. Esta es una herramienta que es muy fácil de programar, muy eficaz y barata. Con ella casi cualquiera podría manipular el ADN.

Cualquiera, entre comillas...

Unos estudiantes me han contado que están desarrollando un kit para que pueda utilizarlo cualquiera y democratizar el sistema de CRISPR.

Da miedo, ¿no?

Eso les decía yo, que a ver si ahora por Navidad los niños iban a recibir, en lugar de un juego para aprender a ser científicos, un kit para modificar a su mascota, para ponerle rayas al ratón o al conejo. Da miedo, sí. Es una herramienta muy potente que ya sirve para mucho más que para cortar y pegar genes. Se puede utilizar para transportar otras proteínas a la zona deseada del genoma, editar genes, matar bacterias, cortar... El «corta-pega» se ha quedado anticuado, no son solo unas tijeras, es una navaja suiza.

¿Se ve galardonado por la Academia Nobel?

Sería tan bonito, ¿verdad? Lo pienso y en ese mismo instante la cabeza me obliga a rechazarlo. De nuevo estamos ante lo mismo que el Princesa de Asturias. Tendrían que valorar hasta qué punto las contribuciones previas fueron relevantes y llegar a la conclusión de que sin ellas no hubiéramos llegado a lo que hemos llegado. Si la Academia Nobel pudiera repartirlo entre cinco o seis personas que participaron en el hallazgo, sin duda, ahí debería estar mi nombre.

La edición genética abre posibilidades infinitas para curar enfermedades, pero también permiten aplicaciones que bordean lo ético, como la creación de bebés de diseño. ¿Le preocupa?

Comparo esta técnica con un cuchillo muy afilado, que te permite cortar unas lonchas estupendas de jamón, pero también con el que se pueden hacer cosas muy malas.

¿Debería regularse por ley su utilización?

Sin duda, pero no mañana, ayer. Hace 3 años que deberíamos tener ya una regulación. No vale con que la Unión Europea legisle o lo haga Estados Unidos. Necesitamos un acuerdo global.

Ya hay ensayos clínicos en humanos que están probando esta tecnología para el tratamiento del cáncer. ¿No se está corriendo mucho?

Creo que sí. Da miedo hacer algo de forma precipitada. Los fármacos pueden tener efectos secundarios, pero los efectos secundarios de esta terapia no tienen vuelta atrás. Se puede modificar el ADN y el fallo es permanente. Es un riesgo, aunque se están haciendo mejoras para que la probabilidad de error sea mínima.

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