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El hombre que susurraba a los tiburones

El madrileño Karlos Simón, con más de 6.000 inmersiones en mares y océanos, es una de las pocas personas capaces de inducirles inmovilidad tónica en su propio hábitat

El hombre que susurraba a los tiburones efe

Pedro Pablo G. May (EFE)

No es californiano, ni se apellida Redford, ni habla con los caballos, pero el madrileño Karlos Simón puede convivir sin problemas con todo tipo de tiburones y es una de las pocas personas capaces de inducirles inmovilidad tónica en su propio hábitat.

Con la experiencia de más de 6.000 inmersiones en mares y océanos de todo el mundo, Simón ha dicho a Efe que uno de sus principales objetivos es «desmontar el daño que hizo Steven Spielberg con su película 'Tiburón', en la que demonizaba al tiburón blanco y por extensión a todos los demás escualos».

Simón asegura que estos animales no sólo son «imprescindibles» para el ecosistema marino sino que «se puede tener una buena relación con ellos».

Este madrileño reconoce su «enganche total» con el mundo subacuático desde su bautizo de buceo en Cayo Piedra (Cuba) en 1988 cuando se encontró por vez primera nadando entre selacimorfos, nombre científico de estos depredadores marinos.

Tras hacerse instructor de submarinismo se especializó, entre otras cosas, en barcos hundidos, diseño de chalecos de buceo, filmaciones bajo el agua y, por supuesto, tiburones.

«El miedo suele nacer de la ignorancia: hay casi 400 tipos distintos de escualos y, de ellos, sólo 3 relativamente peligrosos si te metes en su territorio de caza..., el blanco, el tigre y el toro», explica, aunque «yo he experimentado con los dos últimos y sigo vivo y coleando».

Simón afirma que estos animales «no atacan sistemáticamente, como en las películas » y, de hecho, «la mayoría son tan tímidos que huyen» ante la presencia humana.

«Sienten con todas las partes de su cuerpo y por eso golpean e incluso muerden a bañistas o surferos, no por hambre sino porque es su forma de averiguar qué es lo que ven flotando a su lado o sobre la superficie del mar», aclara.

Otras veces confunden a seres humanos con leones marinos, que sí figuran entre sus presas favoritas, o atacan a pescadores submarinos atraídos por las capturas que portan consigo.

Doce horas entre tiburones

Pese a todo, en circunstancias normales el riesgo de bucear con escualos es «muy asumible» y «lo demostré en 2011 con una inmersión que duró doce horas seguidas y que me valió el récord mundial de permanencia entre tiburones, todavía no superado».

Uno de los principales planes de Simón es repetir esta experiencia para sumar otro récord, esta vez en aguas del Pacífico y con tiburones blancos, a los que intentaría aplicar la inmovilidad tónica dentro de sus investigaciones sobre esta materia.

Esta inmovilidad es un estado natural de parálisis que experimentan diversas especies y que, en el caso de los tiburones, se genera cuando hay una inversión física: al perder su habitual posición horizontal y desorientarse, entran en una especie de trance en el que su respiración y contracciones musculares se relajan.

La técnica para lograrla es «complicada» porque hay que acariciar el hocico del tiburón de manera que la estimulación sensorial bloquee su capacidad de respuesta, pero cuando se tiene éxito «y los animales quedan a tu merced, la experiencia es espectacular».

La buceadora italiana Cristina Zenato es «la pionera y referencia internacional, que trabaja habitualmente con tiburones grises», señala Simón, «aunque yo logré hacerlo con tiburones tigres..., fui la segunda persona del mundo que lo consiguió tras el mexicano Eli Martínez, pocos días antes».

Simón afirma no haber sufrido ataques porque suele sumergirse con cebo, «que les interesa más que yo», si bien en 2012 un tiburón limón «confundió mi mano con el cebo y se abalanzó a por ella..., fue una situación de una entre un millón».

La pista principal para saber si un escualo está incómodo y puede volverse agresivo son los movimientos agonísticos; por ejemplo, cuando dan vueltas alrededor del buzo muy de prisa.

«Entonces, sí es el momento de irse», concluye.

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