Cinco refranes que la neurociencia puede explicar
El cerebro tiene tendencia a dejarse guiar por las creencias que funcionan, como algunas recogidas en el refranero - Fotolia
Neurociencia

Cinco refranes que la neurociencia puede explicar

Tener dos dedos de frente, contar hasta diez o el amor es ciego son creencias populares con un fundamento biológico

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Tener dos dedos de frente, contar hasta diez o el amor es ciego son creencias populares con un fundamento biológico

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  1. La sabiduría del refranero

    El cerebro tiene tendencia a dejarse guiar por las creencias que funcionan, como algunas recogidas en el refranero
    El cerebro tiene tendencia a dejarse guiar por las creencias que funcionan, como algunas recogidas en el refranero - Fotolia

    No es casualidad que tengamos un refrán para casi todo. En realidad el extenso refranero, en ocasiones un compendio de psicología, refleja la tendencia de nuestro cerebro a dejarse guiar por aquellas creencias que con alta probabilidad funcionan. Tampoco es casualidad que ante una decisión importante pidamos consejo a las personas de nuestra confianza. Refranes y consejos hacen las veces de protocolos que nos indican cómo actuar en cada ocasión sin tener que tomarnos la molestia de poner en marcha un complicado proceso de toma de decisiones en cada ocasión. Se trata de atajos de pensamiento, o heurísticos, que nos indican cómo actuar en cada ocasión sin tener que pensarlo mucho.

    Investigadores de la Universidad de Brown, en Rhode Island (Estados Unidos), han descubierto que esa tendencia a seguir los consejos ya sea del refranero o de otras personas está determinada por nuestros genes, como explicaron en «Journal of Neuroscience».

    En nuestro cerebro hay dos regiones con «puntos de vista diferentes» sobre cuánto debe influir en nuestra forma de pensar la información que recibimos. Por un lado tenemos a la corteza prefrontal, encargada de la planificación de conductas complejas, la conducta social, algunos aspectos del lenguaje y está implicada también en la personalidad, que «prefiere» tenerlo todo bajo control y suele hacer caso a los consejos y creencias.

    Justo por debajo de la parte delantera del cerebro (denominada lóbulo frontal), se sitúa otra estructura, llamada estriado, que forma parte de sistema de recompensa del cerebro y “prefiere” ser autodidacta y tiene por costumbre aprender de la propia experiencia. Se sabe que nuestra forma de actuar ante una determinada situación está determinada por un equilibrio entre estas dos estructuras.

    Ante una actividad nueva se impone en principio la corteza prefrontal y nos guiamos por los consejos o creencias previas. Pero con el tiempo la experiencia personal recogida en el estriado, toma el mando. El «mediador» entre ambas regiones del cerebro es el neurotransmisor dopamina.

    Y precisamente a la corteza prefrontal hace referencia el primero de los refranes que la neurociencia puede explicar

  2. Tener dos dedos de frente

    La parte del cerebro situada detrás de la frente se encarga de la planificación, toma de decisiones y el juicio moral
    La parte del cerebro situada detrás de la frente se encarga de la planificación, toma de decisiones y el juicio moral - fotolia

    La frase tener dos dedos de frente para referirse a una persona juiciosa tiene una explicación desde la neurociencia. En el lóbulo frontal reside nuestra capacidad para planificar, tomar decisiones y es también el lugar donde se graban las normas sociales. En definitiva, podría decirse que esta zona del cerebro es la que nos ennoblece, o no... Cuando esta zona se ve afectada la personalidad cambia.

    Fue lo que le sucedió en 1848 a Phineas Gage, un joven de 25 años empleado del ferrocarril de Nueva Inglaterra. Gage era una persona amable, competente y responsable que, como capataz, tenía a su cargo a varios operarios. Su trabajo consistía en abrir el camino de la futura línea de ferrocarril con explosivos. Entre sus funciones estaba la de colocar cargas explosivas en agujeros taladrados en las rocas para removerlas. Rellenaba el agujero con pólvora, colocaba un detonador y lo tapaba con arena, que después aplastaba con una barra de hierro.

    Pero la mañana del 13 de septiembre mientras trabajaba, algo falló. La pólvora detonó antes de tiempo y la barra de hierro que utilizaba atravesó su cabeza. Entro por la mejilla izquierda y salió por la parte superior del cráneo. La barra pesaba cinco kilos, medía más de un metro de largo y dos centímetros y medio de diámetro.

    Gage quedó tendido en el suelo, algo aturdido, aunque no llegó a perder el sentido. Incluso tuvo humor para bromear con el médico que le atendió más tarde: “Doctor, aquí tiene trabajo”, le dijo. A pesar del agujero de su cabeza, se recuperó aparentemente sin secuelas. Podía caminar, hablar correctamente, no tenía ninguna zona paralizada y su inteligencia no parecía afectada.

    Sin embargo, los que le conocían se dieron cuenta de que algo había cambiado. Ahora era descuidado en su trabajo, del que finalmente le expulsaron. Se volvió impertinente y grosero. Gage ya no era Gage, decían sus amigos.

    ¿Qué había pasado? La barra había lesionado parte del lóbulo frontal de su cerebro, justo la que está detrás de la frente, Como ahí residen la capacidad de planificación, la toma de decisiones y también está implicado en el juicio moral, las cosas empezaron a ir mal para Gage. Este hombre del que podría decirse antes del accidente que tenía "dos dedos de frente", según le describen quienes le conocían bien, ahora se habían convertido en una persona poco juiciosa.

    Este famoso caso estudiado en todas las facultades de Medicina y Psicología fue la primera evidencia de que las normas éticas y sociales quedan grabadas en nuestro cerebro y que podían "perderse" por una lesión.

    La película"A propósito de Henry" dirigida por Mike Nichols, lleva a la pantalla el caso de un moderno Phineas Gage: un brillante abogado con pocos escrúpulos que recibe un disparo en lóbulo frontal. Pero en esta ocasión y a diferencia de lo que le ocurrió al capataz del ferrocarril, por la magia del cine la personalidad de Henry también cambia, pero para convertirle en una persona mucho más “humana” que antes del accidente.

  3. Contar hasta diez

    Contar hasta diez cuando estamos enfadados da tiempo a que la parte más evolucionada del cerebro tome las riendas
    Contar hasta diez cuando estamos enfadados da tiempo a que la parte más evolucionada del cerebro tome las riendas - Fotlia

    Diez segundos. Ese es, aproximadamente, el tiempo que tarda una información en pasar desde nuestro cerebro emocional, más primitivo, al racional, la corteza cerebral, más evolucionada. Este tiempo marca la diferencia entre actuar impulsivamente o de forma más meditada, es decir, literalmente, “pensándolo dos veces”.

    Contar hasta diez antes de responder a algo que consideramos una gran afrenta o amenaza es un útil consejo que en muchas ocasiones conviene seguir, en muchas ocasiones. Sin embargo, las respuestas impulsivas se han conservado porque nos ayudan a evitar males mayores.

    Un ejemplo, imagine que paseando por el campo le parece ver una serpiente, uno de los estímulos en el “top ten” de los que más miedo despiertan. Esta información visual llega rápidamente en una estructura situada en el centro de nuestro cerebro llamada tálamo. Es algo así como el "recepcionista" del cerebro, y por aquí pasa toda la información que recibimos del exterior procedente de nuestros sentidos, a excepción del olfato.

    Desde el tálamo, la información percibida sigue dos rutas. Un camino rápido que la lleva a otra estructura cerebral, la amígdala, implicada en emociones como el miedo, que emite una respuesta inmediata, instintiva. Esta vía rápida nos prepara para la “lucha o huida”, pero a cambio es menos precisa, porque el tálamo transmite una información muy burda: “detectado objeto curvo y delgado”.

    Con estos datos, la amígdala emite una respuesta ancestral de huida muy útil en situaciones de emergencia cuando no hay tiempo para “pensar” mucho. Podría ser una serpiente. Está en juego la supervivencia y el objetivo es ponerse a salvo.

    Respuesta de emergencia

    Además de tomar esta “salida de emergencia”, de forma paralela la información que ha llegado al tálamo sigue un segundo camino, algo más lento, pero más meditado. Su destino ahora es la corteza cerebral, encargada de emitir respuestas más elaboradas. La diferencia es que ahora se emplea más tiempo para procesar lo que hemos visto y obtenemos una imagen más nítida. La corteza visual nos aclara que eso que nos ha sobresaltado no es más que una cuerda enroscada. Falsa alarma.

    Pero si hubiera sido una serpiente venenosa nos habría salvado la vida. En cierto modo, nuestro sistema nervioso actúa con “coeficientes de seguridad”, que garantizan la supervivencia, de igual modo que en arquitectura, cuando se calculan las cargas que puede soportar un edificio, se establecen umbrales mucho más estrictos que los que en realidad puede soportar una estructura.

    En casos como este, está claro que contar hasta diez no es lo más adecuado. Lo “saludable” es dar un salto sin pensárselo dos veces. Pero por lo general no solemos encontrarnos con muchas serpientes en nuestro día a día.

    Amenazas psicológicas

    Sin embargo, hay otras amenazas de tipo psicológico, que ponen en marcha rutas parecidas que desembocan en una respuesta de lucha o huída, igual que una amenaza física. Por ejemplo, la valoración de nuestro trabajo por parte de nuestro jefe, o en el ámbito familiar, la respuesta a una crítica.

    Aquí sí que conviene respirar hondo y contar hasta diez. El motivo es que, el aprendizaje emocional, la forma en la que respondemos en situaciones que consideramos amenazantes, aunque sean psicológicas, depende de rutas que no pasan por la corteza cerebral, como explica Joseph Ledoux en “El cerebro emocional”.

    Y la corteza cerebral, también denominada neocórtex, es la estructura responsable del pensamiento, el razonamiento y la consciencia. Por eso, en estos casos, antes que contestar impulsivamente (vía amígdala), es preferible contar hasta diez y dar tiempo a que el lóbulo frontal tome las riendas y elabore una respuesta más meditada.

  4. El roce hace el cariño

    La oxitocina es la responsable de los lazos afectivos
    La oxitocina es la responsable de los lazos afectivos - FOTOLIA

    El roce hace el cariño asegura el refranero y ahora la neurociencia la demuestra. Y lo consigue a través de una hormona denominada oxitocina, conocida con múltiples nombres, de los que quizá el más popular sea el de "hormona del amor". Sin embargo, su espectro de acción es mucho más amplio. Esta primitiva proteína está compuesta sólo por 9 aminácidos y empezó su “carrera” en la evolución encargándose de cuestiones muy básicas, como mantener el balance adecuado de sal y agua.

    Poco a poco fue ascendiendo, ampliando su influencia a las conductas maternales (vínculo filiales) y reproductoras. La preocupación por la prole que despertaba se extendió en círculos concéntricos cada vez más amplios: parejas, familia, otros miembros de la tribu.

    Y es que esta hormona vinculada con el apego materno filial, promueve también el contacto social, las preferencias de pareja y el apego posterior. Se libera con las caricias y produce sensación de seguridad, bienestar y reduce el estrés.

    Aunque es más conocida por aumentar la contracción muscular durante el parto, también tiene un papel muy importante en las conductas sexuales y reproductivas y se libera produce durante el orgasmo.

  5. El amor es ciego

    El amor disminuye las críticas hacia la pareja, que nos parece siempre ideal. El tiempo acaba con esa sesgada visión
    El amor disminuye las críticas hacia la pareja, que nos parece siempre ideal. El tiempo acaba con esa sesgada visión - fotolia

    En tan solo medio segundo nuestro cerebro puede vincularnos a otra persona, es el conocido flechazo, y liberar al torrente sanguíneo sustancias que afectan a todo el organismo: adrenalina, dopamina, serotonina, oxitocina y vasopresina.Un cóctel químico que hará que nuestro corazón vaya más rápido (adrenalina) al pensar en la persona amada, nos centremos en ella (dopamina) y ocupe nuestros pensamientos (serotonina) en la tormenta emocional que llamamos enamoramiento.

    Pero eso no es todo. La dopamina es la responsable de que durante esta fase sólo tengamos ojos para nuestra pareja. Su liberación en el núcleo accumbens, una estructura que forma parte del sistema de recompensa del cerebro, estrecha los lazos entre la pareja y limita el interés por otras personas. Además reduce el sentido crítico.

    Algunos estudios muestran que cuando nos enamoramos perdemos la capacidad de criticar a nuestra pareja. Esto significa que literalmente somos incapaces de ver sus defectos, lo que viene a confirmar aquel refrán que asegura que "el amor es ciego".

    Esto sucede tanto en el amor romántico como en el maternal ("amor de madre"). En ambos tipos de amor se "desactiva" la zona del cerebro encargada del juicio social y de la evaluación de la persona objeto de nuestra amorosa atención.

  6. Del amor al odio solo hay un paso

    Amor y odio comparten estructuras cerebrales. Es la situación, la que inclina la balanza a uno u otro lado
    Amor y odio comparten estructuras cerebrales. Es la situación, la que inclina la balanza a uno u otro lado - fotolia

    Hay una situación en la que nos volvemos mucho más críticos: cuando la persona a la que amamos deja de merecer ese sentimiento. Casi automáticamente empezamos a encontrar defectos que antes no veíamos. Es una defensa psicológica de nuestro cerebro que trata de reducir el desacuerdo entre nuestros sentimientos y la realidad. A esa discrepancia los psicólogos la llaman "disonancia cognitiva". Y pra sentirnos bien hemos de reducirla: ya que no podemos cambiar la realidad, cambiamos la forma de pensar sobre ella. Y los defectos afloran...

    Del amor al odio sólo hay un paso, no sólo en el refranero, también en el cerebro. Ambos sentimientos comparten estructuras, según un estudio llevado a cabo en 2008 por Semir Zeki: el núcleo caudado, que forma parte del sistema de recompensa del cerebro y la ínsula, donde tiene lugar la integración emocional y multisensorial. Para sopresa de Zeki y su equipo, vieron el odio se origina de forma irracional en las las mismas áreas donde nace la pasión amorosa y activa algunas regiones del cerebro comunes al enamoramiento.

    Pero a diferencia de lo que ocurre con el amor, que inhibe gran parte de la corteza cerebral, donde se procesan las ideas racionales, en el odio estas regiones están activas. Es más, algunas de las regiones corticales están hiperactivadas, posiblemente para calcular o procesar mejor las acciones destinadas a dañar a la persona que se odia, afirma Semir Zeki.

    Y es que, este pernicioso sentimiento se procesa de manera "racional" en otras áreas en las que se planifican las conductas de agresión y se evalúan las reacciones de los demás. La venganza es un plato que se sirve frío, advierte el refranero.

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