barcelona al día
Ana María Matute, adiós muchachos
Sabemos que Ana María Matute no era una niña y que dedicó gran parte de su vida literaria a escribir desde el exilio
Escribir para los niños es un ejercicio de audacia inmenso, pues se trata, en el fondo, de venderle imaginación a quienes la tienen de sobra. Es como venderle hielo a los esquimales o crecepelo a un rastafari. La infancia es una mafia, un clan, una selecta secta cuyos miembros no admiten fácilmente infiltrados y que se reconocen entre sí mediante claves imposibles de disfrazar... La infancia es una patria y todos los que no estamos en ella somos expatriados, y a perpetuidad. Escribir para la infancia desde el exilio es también un acto de protesta de aquel que no se resigna a perder la pureza o la inocencia de una mirada de la que aún percibe sus reflejos mientras que la vida trabaja a tiempo completo para arrebatárselos.
Sabemos que Ana María Matute no era una niña y que dedicó gran parte de su vida literaria a escribir desde el exilio. También sabemos que tenía dos miradas, la de escritora adulta, ganadora de todos los premios posibles, hasta ese Cervantes que la Generalitat vio transparente, Académica de la Lengua Española, y la mirada de quien añora la patria perdida y se vuelca en la aventura de volver trabajosamente por ese camino sin vuelta hacia la infancia. Y ninguna de sus dos miradas se interponía en la otra: tuve la ocasión, o el privilegio, de estar frente a su mirada adulta hace no mucho, a propósito de la presentación de un libro de cuentos infantiles, «Adiós a la Tierra de los Colores Vivos», en la librería +Bernat de Barcelona, y sospechar el destello de su otra mirada al relacionar esos cuentos con su obra «Los niños tontos» (y con la película de Louis Malle «Adiós Muchachos») por lo que tienen de crepuscular para ese tiempo de viveza y colorido que es la infancia justo antes de que se consume la expatriación.
Su muerte es una desgracia para las Letras y para la solidez de ese puente siempre a la espalda hacia la infancia, pero la libera del amarre del Tiempo y, sobre todo, de tener que escuchar las necedades del político catalán de turno (ayer era Mascarell) al destacar su aportación hacia las letras castellanas hechas desde Cataluña. Porque no somos de tirar el vaso de whisky, pero tan burdo epitafio merece ese gesto de arrojo..., a la cara.

