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la nada nadea

Quiebra institucional

Los ominosos liderazgos españoles (líderes en paro, líderes en corrupción, líderes en fracaso escolar) están inextricablemente unidos, son indisociables

juan carlos girauta

Cuando el mismísimo fiscal general del Estado reconoce abiertamente que en España no existen medios para combatir la corrupción, es que una etapa ha llegado a su fin. Las palabras de Eduardo Torres-Dulce ante la comisión constitucional del Congreso, advirtiendo de que el 80% de las causas por corrupción están condenadas al fracaso por la precariedad humana y material de las fiscalías provinciales, son la constatación de una catástrofe múltiple: la enormidad del latrocinio, del sistemático abuso de su posición por parte de los partidos políticos convencionales; la impotencia del Estado. Los ominosos liderazgos españoles (líderes en paro, líderes en corrupción, líderes en fracaso escolar) están inextricablemente unidos, son indisociables. El fallido modelo educativo explica en gran medida la falta de adecuación a un mundo competitivo y acelerado; de los fondos destinados a los parados se nutre una inmensa red de corrupción cuyos nodos están en las administraciones públicas, en los sindicatos, en las patronales.

Las responsables de esta penosa situación, de esta falta de futuro, del destino que les espera a nuestro cincuenta y tanto por ciento de jóvenes sin empleo y sin experiencia, son múltiples. Pero hay unos responsables principales: las dos formaciones políticas que han gobernado España en los últimos treinta años. En su tendencia a fundirse con el Estado, en su propensión a la formación de redes clientelares, en su minuciosa apropiación de lo público está el núcleo del problema. Digámoslo de una vez: si las llamadas de atención, año tras año, sobre la precariedad de medios de la Justicia jamás han encontrado eco en los gobiernos de uno u otro color es porque al poder político le conviene esa anemia, porque no le interesa una Justicia capaz e independiente. Porque, sencillamente, no creen en la división de poderes. Unas reducidas cúpulas partidarias imponen su voluntad, su criterio y sus personas a los tres poderes, directa o indirectamente. El fiscal general del Estado, que ahora reconoce implícitamente la quiebra de nuestro sistema institucional, es él mismo, a la postre, ejemplo de una fatal dependencia.

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