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Historia de éxito catalana

El «storytelling» oficial de Cataluña ahora no vende allende nuestras fronteras y eso es sólo responsabilidad de nuestros dirigentes políticos y de los medios de comunicación públicos y concertados

joan carles valero

Puig es un caso de «equity story», anglicismo que se utiliza para denominar la historia de éxito y el potencial de una compañía o de un país. Mientras el «storytelling» o historia que contamos y nos cuentan de nosotros mismos en los medios de comunicación catalanes ha logrado una gran conexión entre la marca Cataluña del tricentenario y el independentismo, otros catalanes como la saga Puig han construido una «equity story» a partir de sólidos «storytelling» de sus marcas. El éxito de Puig causa sensación entre los consumidores de 140 países, que han convertido la compañía catalana en el sexto emporio mundial del mundo de la moda y las fragancias.

Todo ello gracias a lo que seduce comprar sueños en un frasco, o lo que es lo mismo: hacer asequible el lujo. Los seres humanos damos sentido a nuestra vida a partir de las historias que nos contamos sobre nosotros mismos y sobre las cosas que suceden a nuestro alrededor. De esta forma, nuestras historias justifican y dan sentido a nuestras acciones porque, en definitiva, más allá de vivirlas, somos nuestras historias, hasta el punto de que sólo creamos lo que creemos.

El «storytelling» oficial de Cataluña ahora no vende allende nuestras fronteras y eso es sólo responsabilidad de nuestros dirigentes políticos y de los medios de comunicación públicos y concertados, que están moldeando nuestro presente y futuro con un relato antipático.

Puig ha forjado su «equity story» construyendo marcas a base de relatos preñados de sueños, fantasías y sensibilidad, todo ello contenido en un frasco de diseño y con la base del olfato, ese sentido que funciona a través del recuerdo, al contrario del gusto, que sólo identifica cuatro sabores: dulce, amargo, salado y ácido.

Unos recuerdos de olores que, por ende, son subjetivos. Relatos de éxito como los de Nina Ricci, envueltos en historias románticas, mientras Paco Rabanne cuenta experiencias pletóricas de virilidad, son algunos ejemplos de las marcas propias que, combinadas con las licenciadas de moda y fragancias y las firmadas por «celebrities», constituyen el modelo híbrido de negocio de Puig.

Pero el primer éxito de Puig ha sido sobrevivir al maleficio de la tercera generación en una empresa familiar. En nueve de cada diez empresas, los nietos se funden la empresa fundada por el abuelo y que los padres hicieron crecer. En el caso de Puig, la tercera generación ha logrado unas cotas de internacionalización tan impresionantes como para acariciar el sueño de alcanzar el podio mundial en 2020.

Es cuestión de echarle narices.

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