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CiU no tiene Plan B

Mas dijo que su gobierno sería «de los mejores», pero por muy buenos que sean, si su plan A, que consiste en conservar el poder, está en fallida es porque su César ha seguido el dictado de las legiones de la ANC

joan carles valero

Todo el mundo necesita un plan B. Lo dice el mediático Carles Torrecilla en su último libro del mismo título. El profesor de marketing de Esade asegura que los empleos y las empresas ya no son para siempre. Yo añado que tampoco lo son los relatos que se construyen sobre la certeza de la imposibilidad de lo que propagan con el único fin de culpar de la negativa a otros. Así se consigue una cortina de humo que en el denominado «proceso» alcanza el efecto placebo.

Mas dijo que su gobierno sería «de los mejores», pero por muy buenos que sean, si su plan A, que consiste en conservar el poder, está en fallida es porque su César ha seguido el dictado de las legiones de la ANC. Hasta el punto de que la marca CiU experimentará un grave retroceso en las plebiscitarias, tal y como indican las encuestas. Quizá por eso, mientras se mantiene alta la moral de la tropa de puertas a fuera, en la Generalitat actúan con el ánimo de tener los días contados. Pero eso no significa que tengan un plan B. Ni siquiera que estén preparados para evacuar el poder, porque eso supondría estar a la altura.

Si grave es que un gobierno no tenga plan B, de mayores consecuencias es no tener ni un plan A para la Cataluña independiente a que nos empuja CiU. Me refiero al «ja veurem» como única respuesta ante cualquier intento de conocer el inexistente proyecto de país. Lo más grave, por el cinismo que entraña, es mantener la agitación y la propaganda, ahora ya en la escena internacional, sin que exista un relato de futuro más allá del manido «dret a decidir».

La inexistencia de un proyecto que se aleje del argumentario victimista es patente en muchos escenarios. Mas ha enviado una carta a las cancillerías (agitprop), pero su gobierno es incapaz de explicar «face to face» su proyecto. Daré sólo dos ejemplos. El 23 de octubre vino a Barcelona Michael Link, ministro de Estado para Asuntos Europeos de Alemania. El Consulado movió cielo y tierra para que fuera recibido por Mas o por algún conseller. Sólo accedió a tomar café Roger Albiñana, esa figura de la diplomacia catalana que domina la lengua de Shakespeare, a tenor de la carta que redactó para Mas para internacionalizar «el conflicto». La segunda prueba ocurrió el 12 de noviembre. Invitado por la Fundación Konrad Adenauer, vino a Barcelona Steffen Kampeter, secretario de Estado Parlamentario en el Ministerio de Finanzas alemán. En este caso, el segundo de Wolfang Schäuble, ese señor en silla de ruedas de escasa influencia en Europa, no consiguió ningún contacto oficial con la Generalitat. No hay mayor cinismo que creer en la suerte.

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