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El combate más legendario del 'as' de los cazas de Franco: «¡Que no te pille Morato!»

El diario ABC publicó un reportaje en el que equiparaba una 'pelea de perros' (lucha aérea) entre Joaquín García-Morato y varios aviones republicanos a una corrida de toros

García Morato, en su época de capitán+ info
García Morato, en su época de capitán
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Amigos y enemigos, o más bien colegas y adversarios, siempre le recordaron por el lema que le acompañaba a la batalla: «¡Suerte, vista y al toro!». Porque, para Joaquín García Morato, el ‘as’ más destacado del autodenominado Bando Nacional con 40 derribos sobre su Fiat CR-32 (el famoso ‘Chirri’), esas eran las tres piezas del puzzle que hacían falta para escapar con vida de una buena pelea. Algo de fortuna, una buena agudeza visual capaz de detectar a los republicanos entre la bruma y, por último, los arrestos del torero que se enfrenta, sin más armas que su capote, al morlaco de turno a porta gayola.

García Morato tenía algo especial. Puede que ese aura de héroe patrio que tanto anhelaba el franquismo; pero también un carisma como el que derrochaban otros protagonistas del conflicto como el llamado ‘Diablo rojo’ (el republicano Jesús García Herguido).

Porque, en efecto, el glamour es algo que traspasa montañas, países y bandos en conflicto. En todo caso, el aviador se hizo tan popular en los cielos de la península que, todavía en los años sesenta, el ABC recordaba sus idas y venidas. «Anécdota tras anécdota, relatar las sucedidas a García Morato a lo largo de su corta, pero brillante, vida de guerrero, haría interminable el reportaje», afirmaba este periódico en 1969.

Laureado piloto

Según explicaba ‘Blanco y Negro’ allá por 1969, a García Morato la guerra le cazó en el extranjero. «Incorporado a la epopeya española desde Londres, donde le sorprendió el Alzamiento, intervino en la mayoría de las operaciones realizadas por la Aviación Nacional y desde la formación de la primitiva Escuadrilla Legionaria –con Salas, Salvador y después con García Pardo– agregada al mando aéreo italiano, hasta el cargo de jefe de operaciones de la Primera Brigada del Aire, pasando por los grupos 2G3 y 3G3 –todos ellos condecorados con la medalla militar colectiva–». Su símbolo era el halcón y su leyenda hizo que se generalizara la misma despedida entre los aviadores republicanos: «Suerte, y que no te encuentre el grupo de Morato».

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En los tres primeros meses de la Guerra Civil logró abatir a 15 enemigos, marca que ningún piloto igualó en la contienda. Así fue como se convirtió en una auténtica leyenda de la aviación y en la pesadilla de los aviadores de la Segunda República. Un claro ejemplo de su arrojo (el cual va más allá de ideologías) lo expone la Real Academia de la Historia en su dossier biográfico sobre este aviador: «El 3 de enero de 1937, Morato protagonizó la mayor hazaña aérea hasta el momento, el abatimiento en un solo combate de dos bimotores rápidos Tupolev SB-2, llamados Katiuiskas en España». Se ubicó a 5.000 metros de altitud para evitar ser visto por los contrarios y se lanzó en picado contra ellos al distinguir su silueta.

Tal y como recogía ABC, el grupo de García Morato también fue uno de los primeros en adaptar una técnica que, a la postre, sería copiada en la Segunda Guerra Mundial por los bandos en conflicto: lanzarse en picado sobre las trincheras enemigas, excavadas en línea recta, para ametrallar a sus defensores. García Morato adoptó el bombardeo y ametrallamiento en cadena sistemática, método posteriormente utilizado en la Guerra Mundial. Tan positivo fue el modo de ataque que, a partir de este momento, las trincheras dejaron de construirse en línea y se hicieron en forma de dientes de sierra», desvelaba este diario.

Pero el combate más épico de García Morato, aquel que le granjeó la Cruz Laureada de San Fernando, se sucedió en los cielos de la Batalla del Jarama. El 18 de febrero de 1937, su Escuadrilla Azul despegó, junto a otros 21 ‘Chirris’ pilotados por italianos, para dar protección a un grupo de bombarderos Ju 52. En esas andaban cuando se toparon con un nutrido grupo de cazas republicanos. Nada menos que 26, para ser más exactos. Pintaban bastos, y no parecía que sus aliados de la Aviación Legionaria estuvieran dispuestos a lanzarse al combate. La reacción del melillense fue, como mínimo, aguerrida: se arrojó en solitario junto a sus dos compañeros (Narciso Bermúdez de Castro y Julio Salvador Benjumea) contra ellos… Fue un éxito.

Morlacos republicanos

Años después, el periodista del ABC Von Balilla publicó una crónica taurina en la que rememoraba un combate casi tan destacable como el del Jarama. Y con cierta gracia, todo sea dicho, pues lo equiparaba a una corrida de toros en la que García Morato –haciendo honor a su lema– era el torero y sus enemigos, los morlacos. El titular lo decía todo («¡Suerte, vista y al toro!») y comenzaba con una equiparación entre la lid y la contienda que se vivió aquellos días en la Guerra Civil:

«El valor brinda al valor. Tarde sevillana de sol y calor; tarde de toros en que brillan los alamares de las chaquetillas toreras como miles de soles pequeñitos. Lleno desbordante en la plaza más bella de España; expectación emocional de los días de gran acontecimiento. Los tres matadores, Pepe Luis Vázquez, Manolete y Calderón, brindaron sus respectivos primeros novillos de la tarde a […] don Joaquín García Morato, que desde la primera fila del citado palco presenciaba la fiesta. Los tres diestros recogieron sus monteras de manos de Morato, llevando prendidas en ellas, como regalo, la insignia de su grupo -tres pájaros azules sobre fondo blanco, una avutarda, un halcón y un mirlo- y a su derredor el siguiente lema: “Vista, suerte y al toro"; lema histórico».

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Afirmaba a continuación el autor que «la apoteósica tarde que con su lidia y muerte alcanzó Pepe Luis» le había hecho rememorar «un día también de locura de triunfe» del mismo García Morato contra bravos cazas republicanos. «No crean aquellos toros de Morato mansos como los lidiados el pasado día en la sevillana plaza, sino bravillos, aunque también marrajos, de mucha más presencia y arrobas, y armados formidablemente con unos pitones de esos que cada vez que menean la cabeza llegaban en firme». En sus palabras, pertenecían a la «tan conocida ganadería de los Martín Bomber». A saber: los bombarderos Katiuska arribados desde la Unión Soviética en apoyo del bando gubernamental.

«Tres eran aquel día los ases, y los tres de postín. Uno de ellos no está ya entre nosotros. Se llamaba Narciso Bermúdez de Castro […]. Era el segundo Julio Salvador Benjumea y de primer espada actuaba García Morato. A él le tocaba estar de turno de vigilancia en el inmenso ruedo del espacio, y de pronto, […] los ve aparecer y nuestro matador no duda ni un instante, y previo unos pases espeluznantes que hicieron ponerse en pie a cuantos presenciaban la faena […] se tiró a matar, viendo morir a su primer enemigo […]. El segundo cornudo, que le esperaba de espaldas al sol (estos bichos avisados buscan todas las defensas) [...] había […] observado […] que las facultades con que el diestro contaba le impedían ser tan rápido como ellos, e intentó […], cubriéndose en la sombra del deslumbramiento, arremeter contra el matador con el pitón de delante».

El pitón al que se refería era la ametralladora del susodicho, con la que intentó «empitonarle» en no pocas ocasiones.

«Pero no contaba con la huéspeda, pues el maestro -que es un genio en eso de inventar la suerte que conviene a cada momento de la faena-, le entró –¡¡¡acombráos, toreros y matadores de todas las clases, edades y tamaños...!!!– por debajo, atizándole tan descomunal estocada en las mismas péndolas, que el traicionero y potente enemigo, dando un salto fantástico, cayó con las patas en alto y sin necesidad de puntilla ante el mismo tendido y casi ante el mismo burladero en que empezó la faena. El disloque, sombreros, cigarros, ¡qué se yo! ¡el delirio!; esta sí que fué faena de las grandes, toda sabiduría, toda arte, toda valor. Y por ello esos chavales sin miedo, que derrocharon guapeza en la plaza de la Maestranza, quisieron brindarle su primer toro».

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