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«ALIJERANDRO»

Ve la luz una obra inédita, y sin representar, de Leopoldo Marechal

Se trata de una pieza principal de uno de los escritores imprescindible de la literatura hispanoamericana, que rescata Del Centro Editores en su gran labor literaria de habla española

Ve la luz una obra inédita, y sin representar, de Leopoldo Marechal

Antonio ASTORGA

Leopoldo Marechal es uno de los autores fundamentales de la literatura hispanoamericana. Poeta, narrador, dramaturgo, novelista y ensayista argentino esencial, su novela «Adan Buenosayres» es una de las novelas básicas del siglo XX, elogiada por Julio Cortázar cuando se publicó. Del Centro Editores recupera ahora una obra de teatro que se encontraba inédita y sin representar. Su título es «Alijerandro», y constituye un gran aporte para conocer en su totalidad la obra del autor .

El libro se publica por Del Centro Editores en una edición única de 100 ejemplares realizados artesanalmente y firmados por el editor. La obra va espiralada imitando el mecanoscrito original encontrado, acompañado de un cuadernillo con la introducción, y todo esto incluido en una caja entelada. Se trata de una edición crítica a cargo de profesor Javier de Navascués , de la Universidad de Navarra, quien ha escrito la introducción y las notas.

Claudio Pérez Míguez , director de Del Centro Editores, valora la importancia extraordinaria de este hallazgo: «Constituye un gran evento para la literatura en lengua castellana, ya que no es común encontrar, tantos años después -Marechal murió en 1970-, inéditos de autores de esta importancia, y más tratándose de una de envergadura, no de un texto corto o inconcluso, sino de una obra de teatro completa y de extensión considerable».

Vanguardia porteña

Como señala Javier de Navascués en su espléndida introducción, Leopoldo Marechal (1900-1970) es un clásico de las letras argentinas. «Adán Buenosayres» su obra clave, se considera unánimemente un título clave en la evolución de la narrativa hispanoamericana del siglo XX. Además de otras dos novelas («El banquete de Severo Arcángelo» y «Megafón, o la guerra»), escribió poesía, teatro y ensayo, desde los años en que se convirtió en uno de los nombres más destacados de la vanguardia porteña. Su vertiente poética, que da forma y sentido al resto de su producción, incluye, entre otros, «Días como flechas», «Odas para el hombre y la mujer», «El Centauro», «Laberinto de amor», «Sonetos a Sophía y otros poemas», «El poema de Robot» o el Heptamerón.

Las inquietudes espirituales y el compromiso político con el peronismo marcaron la fortuna literaria de Marechal. «Cuando se publicó Adán Buenosayres, -detalla Javier de Navascués- una nube de silencio envolvió su aparición. Poco más de un par de reseñas, muy negativas por lo demás, se hicieron eco de aquella novela surgida después de muchos años de trabajo. No actuaron consideraciones literarias, sino las diferencias políticas que, durante el primer régimen peronista, sajaron el país en dos. La inquina contra Marechal procedía de los intelectuales liberales y conservadores de la revista Sur, en aquellos años el grupo dominante en el campo literario argentino».

Sólo un joven y desconocido Julio Cortázar se atrevió en aquel entonces a defender la calidad de la novela: «La aparición de este libro me parece una acontecimiento extraordinario en las letras argentinas, y su diversa desmesura un signo merecedor de atención y expectativa», escribió por entonces el futuro autor de «Rayuela». Pero su reclamo no fue escuchado. Los prejuicios ideológicos impidieron que sus méritos fueran valorados con imparcialidad. Y, aunque en los últimos años de su vida la figura de Marechal fue rehabilitada, todavía hoy su obra debiera revisarse para elevarla hasta su justa medida.

Siete cuadros

Marechal dejó a su muerte una buena porción de su obra sin publicar: al menos una decena de piezas dramáticas, una novela inacabada, así como otros escritos poéticos y ensayísticos. Todo ese corpus permaneció inédito y oculto hasta que la Fundación Leopoldo Marechal, después de una tenaz pesquisa de muchos años, consiguió rescatarlo en 2008 .

Explica Navascués que en los pocos años en que su obra fue redescubierta –entre 1965 y 1970– el autor de «Adán Buenosayres» mencionó en repetidas entrevistas la existencia de numerosas obras que tenía en el taller. Tres meses antes de su fallecimiento todavía citaba varias piezas dramáticas que aún no se habían estrenado, y que no llegarían a estrenarse. «Por esta razón, para todos los admiradores de la obra de Marechal, el rescate y publicación por primera vez de Alijerandro es una excelente noticia».

El trabajo de edición de «Alijerandro» que aquí se presenta quiere traer la luz al original, destaca Javier de Navascués, no sin llamar la atención sobre la mala fortuna de una obra que fue ocultada durante décadas: «Quienes la poseyeron no demostraron el más mínimo respeto por ella. Por suerte, el final de esta lamentable historia ha sido feliz y al fin tenemos ante nosotros la pieza de Marechal rescatada y limpiada de impurezas».

Marechal dividió «Alijerandro» en siete cuadros. Navascués analiza así cada uno de ellos:

Cuadro I . «En la casa de Montes, el poeta, Corina interroga a Bardi, discípulo de Alijerandro, el hombre volador. Ella lo busca porque desea que lo ayude a detener la ruina de la Fundición Martello, amenazada por la ruina y un atentado terrorista. Alijerandro, que acepta el encargo, también intenta ayudar a Montes, el poeta que, atrapado por el amor por una mujer, está destruyendo su verdadera vocación al trabajar para un periódico sensacionalista. Alijerandro intenta, sin éxito, convencerlo de que no prostituya su arte».

Cuadro II . «En la redacción del periódico. El director, llamado El Infame Vestido a Cuadros, abronca a Montes porque sus crónicas tienen un vuelo poético que no casa con su publicación, dirigida al Lector Standard. Además, Montes siente amargamente el rechazo de Nora. Alijerandro, que ha hecho una repentina aparición, augura que su amigo está en “condiciones de vuelo”».

Cuadro III . «Entrevista de Alijerandro con los padres de Corina, preparada por ella misma. Doña Rosita y Don Luis no comprenden el lenguaje poético y elevado de Alijerandro, que trata en vano de convencerles de que deben preocuparse por humanizar la vida de sus empleados».

Cuadro IV . «Otra vez en la casa de Montes. Un grupo de anarquistas planea la explosión de la Fundición. Alijerandro, que se halla presente, intenta persuadirles de que abandonen los métodos violentos, pero no le hacen caso, e incluso le agreden».

Cuadro V. «En el refugio de Don Juan Martello, Alijerandro rememora con el fundador de la Fundición su vida pasada de emigrante, su llegada a la Argentina, sus desvelos por sacar adelante el negocio y el paulatino apartamiento que sufrió por parte de su propia familia. Alijerandro, que encuentra un alma gemela en el viejo empresario, consigue que éste se vaya reencontrando con su remoto pasado de agricultor».

Cuadro VI . «Montes, acosado por los fantasmas de su vida pasada, decide suicidarse».

Cuadro VII . «Al día siguiente, los personajes van recorriendo la casa del difunto y cada uno reacciona de distinta manera. El Infame Vestido a Cuadros organiza una pantomima en torno al suicidio de su antiguo empleado con el fin de obtener una buena primicia. Los tres ácratas se burlan del muerto y planean la voladura inminente de la Fundición Martello. Por último, llega Alijerandro, acompañado de su fiel discípulo Bardi, y Corina. Alijerandro y Corina se prometen amor mutuo mientras lamentan la muerte del amigo».

La edición se realiza con la colaboración de la Fundación Leopoldo Marechal , que tienen su sede en Buenos Aires.

La obra se presenta el lunes 29 en Madrid, en el Centro de Arte Moderno, (calle Galileo 52). Participarán Claudio Pérez Míguez, Director de Del Centro Editores, el Profesor Javier de Navascués, autor de la edición crítica y especialista en le obra de Leopoldo Marechal y Rosalba Campra, escritor y especialista en literatura hispanoamericana. Reproducimos una pieza que nos ha cedido Del Centro Editores:

Fragmento de «Alijerandro»

BARDI .- ¡Duele, Cristo, duele! Ahora es la espalda quien debe trabajar.

CORINA. - ¿Cómo la espalda?

BARDI. - La espalda del hombre se dobla, ¿Sabe?, de tanto sostener una cabeza que mira siempre al suelo. Hay que enderezarla, poco a poco.

CORINA .- ¿Y para qué?

BARDI .- Para levantar la cabeza y descubrir la ruta del vuelo, arriba, muy alto.

CORINA .- ¿Y duele?

BARDI .- (Trata de erguir los hombros, lo consigue penosamente y vuelve a encorvarse.) ¡Duele, Cristo!

CORINA. - (Que lo ha mirado entre sonriente y admirativa.) ¿Cómo se llama usted?

BARDI. - Bardi, el zapatero. ¿Y usted? (Cauteloso, ahora.) No tiene obligación de contestar, si no quiere. ¡Hostia, no! El maestro dice: «Toda pregunta es un vuelo del hombre al hombre».

CORINA. - Bardi, quiero aprender a volar.

BARDI. - (Prudente.) Yo no digo ni que sí ni que no. El maestro dice: «A veces no hace falta lustrar botines para que la tristeza ponga su huevo de oro».

CORINA .- ¡Es que yo quiero lustrar botines!

BARDI. - ¿Usted? (La mira estudiosamente.) ¡Cristo! Usted ya tiene la espalda bastante derecha. Eso diría yo.

CORINA. - La del cuerpo, sí. Pero, ¿y la otra?

BARDI. - ¿Cuál?

CORINA .- La del alma. Bardi, también el alma tiene su espinazo, y es duro.

BARDI .- ¡Peste! Algo así dijo el maestro una vez. Pero no entendí nada: lo decía para los de Segundo grado.

(Entran por el foro Montes y Fernando. El primero es un intelectual irónico y sensible: desde su aparición en escena se adivina en él un destino trágico: viste como los reporteros de noticias. Fernando es un snob que se ha dado al periodismo sensacional como quien se da a una droga.)

FERNANDO. - (A Montes, por Corina.) Ya te dije que la encontraríamos en tu ratonera.

CORINA .- (A Fernando.) ¡Hola, hermano!

MONTES. - Salud, Corina.

CORINA .- Montes, por fin he venido a su «torre de silencio».

MONTES.- ¿De silencio? ¡Peste, como diría Bardi! (Se dirige a su mesa de trabajo, abstraído, melancólico, excéntrico.) ¡Linda mañana! ¡Linda mañana!

CORINA. - ¿Para qué?

MONTES. - (Hojeando cuartillas.) Para un asalto de pistoleros, a ocho columnas.

FERNANDO .- (A Corina.) ¿No ha venido Alijerandro?

CORINA .- ¿Existe realmente un Alijerandro?

MONTES. - (Por Bardi, que lustra siempre, como en una liturgia.) Pregúnteselo a ese noble ateniense.

CORINA .- Ya he hablado con él. No sabe nada.

FERNANDO .- (A Bardi.) ¡Hola, Bardi! ¿Se lustra?

BARDI .- Los botines del maestro.

FERNANDO. - ¿Vendrá hoy?

BARDI. - ¡Cristo! Él guarda los botines aquí, la ropa en el taller del Fotógrafo.

CORINA .- (A Fernando, como desolada.) Los papeles en el Matadero.

FERNANDO .- (Idem.) La Biblia en el remolcador.

CORINA .- No hay manera de sacarle otra noticia.

FERNANDO .- Bardi, ¿el maestro se sacará hoy los botines?

BARDI.- ¡Qué sé yo! Depende, ¿sabe?, de lo que haya caminado por la tierra sucia.

CORINA .- ¿Cómo? ¿También camina?

BARDI.- ¡Hostia, camina!

CORINA .- ¿Y para qué, si puede volar?

BARDI.- No lo sé todavía, eso lo aprenden los de tercero.

(Se oye una extraña risa de Montes, que ha estado leyendo papeles. Corina y Fernando vuelven su atención a él).

MONTES .- ¡Estupenda mañana!

CORINA .- ¿Para un asalto de gángsters?

MONTES.- Yo diría que para un asalto poético. ¿Han leído mi crónica de anoche?

FERNANDO. - (A Corina.) «La Mujer degollada en el lavadero».

MONTES. - (Jovial, energuménico, terriblemente amargo.) ¡Una obra maestra en cuerpo diez! El Infame Vestido a Cuadros lloró, sin duda, como un borrego, al leer las pruebas de página.

FERNANDO .- No lo creo. El Infame Vestido a Cuadros necesitaría mucha sangre para llorar.

MONTES. - ¡Y tuvo mucha! Todo estaba rojo en mi crónica y en el Lavadero. Yo vi a la mujer tendida sobre un montón de lana grasienta. ¡Es increíble la cantidad de sangre que puede contener el cuerpo de una muchacha!

CORINA .- (Protesta.) ¡Montes!

MONTES. - Sí, es feo. Volví al amanecer, con ese olor a sangre y de cascarria en las narices. Tenía que lavarme los ojos: estaban sucios con la sangre de la muchacha rota. Y entonces compuse una canción libre. Oigan esta «Canción de una muchacha sin Rotura». (Lee.)

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