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DESDE SIMBLIA

La momia de Prim

Su muerte se mantuvo oculta tres días y se ha convertido en el secreto mejor guardado de la historia de España

JOSÉ CALVO POYATO

EL general Prim siempre me pareció uno de los personajes más atractivos de la España decimonónica. Conjugaba buena parte de las virtudes y los defectos de los militares españoles de aquella centuria, agitada como pocas en el devenir de nuestra historia. Prim era valiente hasta la temeridad -lo puso de manifiesto en numerosas ocasiones, principalmente en la guerra contra el moro- y era también un conspirador nato. Tenía un concepto de España que podrá compartirse o no, pero era muy claro. Monárquico convencido, fue contemporáneo de dos de los peores borbones de la dinastía -me refiero a Fernando VII e Isabel II- y por eso hizo frente a los republicanos de todos los pelajes que se dieron cita en la llamada España Isabelina. Trató, en el empeño se dejó la vida, de entronizar una nueva dinastía en nuestro país.

Tal vez por todo eso y porque le tocó vivir una etapa apasionante de nuestra historia se convirtió en la referencia histórica de mi novela «Sangre en la calle del Turco», cuyo título se refiere al atentado sufrido por Prim el 27 de diciembre de 1870 y que le costó la vida.

Hago estas reflexiones a propósito de que estos días las referencias a Prim son continuas como consecuencia de la restauración de su momia con vistas al bicentenario de su nacimiento, que tendrá lugar -ya veremos si se celebra- en 2014. Su estudio ha planteado algunas interrogantes. Los forenses apuntan a que una de las heridas que Prim sufrió en el atentado afectó una arteria que hubo de provocarle una pérdida de sangre mortal y, en consecuencia, debió fallecer a las pocas horas.

Esa posibilidad contradice la versión histórica que conocemos, según la cual Prim murió tres días después del atentado, es decir el día 30. Hay numerosos testimonios que así lo aseguran, entre otros la visita el día 30 del doctor Sánchez de Toca, llamado por la angustiada esposa del general, y su tremenda afirmación al decirle: «Señora me trae usted a ver un cadáver». Todo señala que las heridas -los partes médicos y la prensa de la época nunca las calificaron de mortales- no recibieron el adecuado tratamiento.

Si la tesis a que apuntan los forenses fuera cierta, la muerte de Prim se mantuvo oculta tres días y se ha convertido en el secreto mejor guardado de la historia de España -un país donde los secretos no suelen durar mucho-, que se mantuvo oculto a ojos de los políticos de la época -muchos de ellos mortales enemigos de Prim-, de los historiadores y de los autores de memorias. Ninguno sospechó jamás que muriera a las pocas horas del atentado que le costó la vida.

Cierto es que la situación política de aquel momento invitaba al secretismo -Amadeo de Saboya estaba llegando a Cartagena y la entronización de la nueva dinastía era una obra personal de Prim- y a toda clase de contubernios. Me pregunto cuántos secretos y contubernios guarda nuestra historia presente, también muy agitada, y si los conoceremos algún día. Tengo muchas dudas. Como he dicho, España no es país de secretos, los forenses cometen pifias notables como en el caso de los restos de Las Quemadillas y desvelar un secreto da mucho juego… periodístico y político.

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