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arte

Arte joven, un verdadero género

¿Qué está pasando entre los jóvenes artistas en la ciudad de Madrid? A esta pregunta intenta dar respuesta «Iceberg», en Matadero

óscar alonso molina

Desde los 80, la juventud del artista llegó a convertirse en España en un verdadero género que empezó a contar con singularidades propias, cada vez más estructuradas y complejas. Todavía hoy, intensamente promovido por las instituciones y avalado por el sector privado, temporada tras temporada vemos cómo un sistema infatigable busca, selecciona y promociona al reducido grupo de escogidos que, al menos durante unos años, situados a la cabeza de su generación, organizan colectivamente el perfil de la misma al establecer límites diferenciados y manejables del discurso común. Los agraciados de cada hornada se pueden permitir una más rápida profesionalización , pues cuanto antes se ponga en marcha el mecanismo, más oportunidades de implantación obtendrán.

No hay tesis ni articulación teórica global de lo que se ofrece, lo cual es un error

El proceso está tan interiorizado que Madrid, por ejemplo, cuenta con un recorrido establecido de galerías especializado en este pujante sector , el cual se retroalimenta intensamente con la programación de algunos centros locales, al tiempo que sus facultades de bellas artes empiezan a salir de su histórico autismo para jugar un papel más activo.

El resultado de todo ello podría ser una exposición como la que nos ocupa. Con la intención de ofrecer un panorama representativo de lo que está sucediendo en la escena emergente madrileña, los comisarios de la exposición, el mexicano Bernardo Sopelana e Ignacio Chávarri (él mismo artista y autoseleccionado en la muestra) convocaron a diecisiete creadores en torno a los 30-35 años , dándoles un año para desarrollar un trabajo sin ninguna otra premisa de actuación.

Sin criterio

La labor de ambos se centró en rastrear su propio entorno generacional, con el que tienen una fluida red de relaciones personales ya establecida , dejando de lado aquellos nombres que, perteneciendo a dicho tramo, ya hubieran alcanzado notoriedad recientemente, tipo Juan Zamora , Javier Fresneda, Alejandra Freymann o Abdul Vas.

El dibujo se convierte en espacio de actuación para las nuevas generaciones

Así pues, no hay tesis, ni articulación teórica global de lo que se ofrece, lo cual es un gran error, el punto débil de esta, por lo demás, impecable nómina de jóvenes creadores con trayectorias que ya apuntan maneras y que ofrecen un trabajo en la mayoría de los casos firme, convincente, plausible.

Que, como explica el subtítulo de la muestra, se tome «el contexto como punto de partida» y se alegorice con la figura del iceberg para justificar qué criterios -es un decir- se han seguido para diseccionar la escena madrileña es a todas luces insuficiente y resta credibilidad a lo presentado. La publicación editada para la ocasión también desaprovecha lamentablemente la oportunidad de subsanar estas lagunas argumentales, teóricas y conceptuales.

Pura hibridación

Y, sin embargo la cosa funciona, hay que reconocerlo . Mucho a ello ayuda tanto la presencia que cobran los trabajos gracias al muy eficaz montaje, como en el imponente marco que ofrece la Sala 16 de Matadero . En el recorrido podemos comprobar lo poco que queda de las viejas disciplinas académicas y cómo el dibujo se convierte en espacio de actuación para las nuevas generaciones, desde Elena Alonso (1981) al brasileño Theo Firmo 1983), Almudena Lobera ( 1984), Cristina Llanos (1981) y la francesa Françoise Vanneraud (1984).

Los jóvenes creadores ofrecen un trabajo en la mayoría de los casos firme

En paralelo, la pintura es ya pura hibridación, desde los que la asumen en su sentido ampliado, como Irene de Andrés (1986) o Ignacio Chávarri (1982), hasta los que en apariencia se someten más a sus convenciones, como Luis Vassallo (1981) o José Díaz (1981), cuyos trabajos revelan mayor complejidad procesual de lo que cabría esperar, igual que en el caso de Alfredo Rodríguez (1976) y Nacho Martín Silva (1987).

Las derivas heterodoxas del conceptualismo y el objeto priman con hermetismo en Karlos Gil (1984), quien comparte con Teresa Solar (1981) y Carlos Fernández-Pello (1985) un innegable aire de familia, volcados en una narratividad inmarcesible. Cercanos a estas líneas pero dando un paso más allá al esquivar lo arcano con la ironía , quisiera destacar el trabajo de Cristina Garrido (1986), Julio Adán (1977) e Ignacio Bautista Martínez (1982), tres artistas imprescindibles en este pequeño mapa para ir orientándonos hacia el futuro.

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