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A la caza del hombre más rico de Francia

Bernard Arnault, dueño de la firma Louis Vuitton, huye del nuevo régimen socialista de Hollande

A la caza del hombre más rico de Francia abc

martín bianchi

En los barrios elegantes de París se oye un grito de guerra. O de desesperación. El gobierno socialista de François Hollande ha anunciado un drástico incremento de la presión fiscal a las grandes fortunas. En respuesta, Bernard Arnault, propietario del emporio del lujo Louis Vuitton-Moët-Hennessy (LVMH) y el hombre más rico de Francia, ha confirmado esta semana que tramitará la nacionalidad belga para refugiarse en el exclusivo barrio bruselense de Uccle.

Rápidamente, el magnate de 63 años se ha convertido en el paladín de la plutocracia francesa. O, si cabe, en su mártir. Y es que tanto la derecha, muy cercana a Arnault, como la izquierda han decidido cerrar filas contra él. «Es un comportamiento escandaloso», espetó la ultraconservadora líder del Frente Nacional, Marine Le Pen. «No lo puedo creer. Francia le debe mucho, pero él también le debe mucho a Francia. Como símbolo, esto es una catástrofe», reconoció Bernard Tapie, un empresario muy cercano a Nicolas Sarkozy. Otros políticos han preferido ir más allá, calificándole de «parásito» y «traidor».

Por su parte, Hollande, quien alguna vez ha declarado que «no le gustan los ricos», no está dispuesto a dar marcha atrás en su proyecto, ni siquiera ante la amenaza de que uno de los mayores empresarios del país (el grupo LVMH emplea a casi 30.000 personas en Francia, más de 83.000 en todo el mundo) se exilie, llevándose consigo una fortuna personal que la revista «Fortune» estima en 21.000 millones de euros. «Tiene que pensar muy bien lo que significa buscar otra nacionalidad, porque nosotros estamos orgullosos de ser franceses», dijo el presidente.

Lejos del fisco

Los abogados de Arnault han aclarado que su cliente quiere la nacionalidad belga por motivos personales y para iniciar nuevos proyectos empresariales. «Soy y seguiré siendo residente fiscal en Francia y, como cualquier otro francés, cumpliré con mis obligaciones fiscales», declaró el empresario. Sin embargo, para los expertos en derecho fiscal, la decisión del «rey del lujo» es una huida de las duras reformas tributarias promovidas por el Elíseo para capear la crisis. No sería la primera vez que lo hace. Y esta vez tampoco sería el único.

Y es que los detractores del dueño de firmas célebres como Vuitton, Givenchy, Dior o Moët & Chandon todavía recuerdan cuando Arnault emigró a los Estados Unidos durante la última presidencia socialista en Francia en 1981, cuando Mitterrand tomó el poder enarbolando la bandera de una reforma tributaria. El empresario solo regresó a Francia cuando los socialistas volvieron a un curso económico más conservador.

Los aliados de Hollande también denuncian que Arnault solo es uno de los miles de súper ricos que se suman al «éxodo fiscal». De hecho, desde antes de la victoria del presidente socialista, un gran número de fortunas francesas se están instalando en las cercanías de Bruselas, en los barrios de Ixelles y Uccle, en busca de propiedades más baratas e impuestos más bajos. A menos de dos horas en tren de París, a este grupo ya se lo conoce como los «exiliados Thalys» (en referencia a la compañía ferroviaria franco-belga).

En Bélgica no hay impuestos sobre la fortuna o las plusvalías, y el de sucesiones es mucho más favorable que en Francia. Ciertamente, los ricos con nacionalidad belga no pagan más impuestos que los de sus actividades económicas conocidas y en la práctica el Estado no se ha dotado de medios para controlar lo que tiene cada cual, lo que ha convertido al país en un seudo paraíso fiscal.

Huida en jaque

La cuestión de la entrada de capitales franceses en las empresas belgas es casi como un asunto de seguridad nacional en Bruselas. «El hecho de tener la ciudadanía puede ser útil si se quiere adquirir una industria estratégica de ese país, como medios de comunicación o empresas de defensa», explicaba días atrás el especialista en derecho tributario Franck Le Mentec al «Financial Times». Eso podría justificar la jugada de Arnault.

Sin embargo, las autoridades belgas no son amigas de otorgar la nacionalidad si sospechan que hay una motivación fiscal, como fue el caso del cantante francés Johnny Hallyday, a quien se le negó la ciudadanía en 2005. Por eso, la tormenta mediática que ha desatado el affaire Arnault pone en jaque sus planes de un exilio autoimpuesto.

Si el empresario solo tiene ambiciones comerciales en Bélgica, como se rumorea en la prensa de negocios internacional, la nacionalidad belga podría ayudarle a apaciguar cualquier resistencia política de Bruselas a la hora de lanzar una OPA de acciones sobre algún importante grupo valón. Pero las sospechas de un «éxodo fiscal» podrían obligarle a permanecer en Francia, donde la jauría socialista ha iniciado una auténtica caza de ricos. Ahora, él es la pieza más codiciada de esta partida.

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