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comienza la temporada en el teatro real

«Moses und Aron» de Schoenberg: Los de aquí y los de allá

Brillante estreno, musicalmente hablando, de curso lírico del teatro madrileño, eclipsado únicamente por las protestas y reivindicaciones de sus trabajadores

alberto gonzález lapuente

Quince años han transcurrido desde que el Teatro Real volvió a dedicarse a la ópera. Antes ya lo hizo, entre 1850 y 1925 , para pasar después a ser contenedor de otras muchas cosas: congreso para los diputados, polvorín, escombro, sala de conciertos…

De todo ello queda una interesante bibliografía. No hay tanta de esta última etapa, al menos no redactada de forma tan minuciosa como aquella. Y sería interesante tenerla para que algunas palabras que desde el Real se emiten fueran más exactas, las ideas verdaderamente novedosas, la sustancia de lo dicho menos banal y la intención menos despreciativa.

Los detalles quedan para mejor ocasión. Tan sólo llama la atención un fleco de última hora dedicado a explicarnos que « Moses und Aron» , la muy compleja ópera compuesta por Arnold Schoenberg (este sí, un verdadero artista, pensador con argumentos y hombre de futuro), no es viable interpretarla hoy en buenas condiciones con los medios que posee el Real.

Incluyente y no excluyente

Se habla de que son necesarios años de preparación , de la «estúpida locura» que fue intentar programarla hace tres en versión escénica… de lo que nos queda por aprender, en definitiva. Es un verdadero sinsentido, especialmente porque se plantea en coincidencia con el aniversario, con un momento de celebración que debería ser construido y compartido (cualquier mortal de buena fe debería entenderlo) por quienes han hecho posible el moderno Real. De manera incluyente y no excluyente. A pesar, incluso, de los problemas coyunturales , entre los que están los de aquellos trabajadores que, ayer, en la primera función del «aniversario» se manifestaron, repartieron octavillas, hablaron desde las alturas, con los músicos ya en el escenario, y salieron entre aplausos y silbidos.

Afortunadamente hay en el mundo quien puede venir a hacer lo que nosotros todavía no somos capaces de lograr. Para demostrarlo, el Real ha traído una multitud de músicos profesionales y «estudiantes» dispuestos a dar forma a una de las grandes referencias escénicas del siglo XX: música orgiástica, revelación de fe, todo un drama de vivencias ante el que nadie debería quedar insensible.

Schoenberg: «Mi creencia personal es que la música lleva consigo un lenguaje profético, revelador de una forma superior de vida… es por causa de este mensaje por lo que la música atrae a hombres de todas las razas y culturas». Ese fue su credo y su victoria. Así se confirmó en la sesión del viernes, estreno de la obra en Madrid, que concitó un éxito que, por lo menos, en el ínterin, habla de un público instruido. Ya avanzamos, es un consuelo.

Precisión y sutileza

Para que así se logre, dirige el maestro Sylvain Cambreling, habitual en este último Real y muy compenetrado con la obra. La suya es una propuesta precisa que alcanza momentos sutiles como la entrada de Aaron, no siempre inquietante pero crecida en el final y ante el rigor rítmico de las danzas, la de los carniceros y la orgía erótica a la cabeza. Hay finura en la SWR Sinfonieorchester Baden-Baden – Freiburg y en el EuropaChorAkademie que convierte en filigrana el enlace entre los actos y luego crece con anchura en el más compacto segundo.

Lograr continuidad y hacerlo expresivamente es un mérito compartido por dos grandes protagonistas. Franz Grundheber, Moses, pues habla y resuelve su parte con intención, desde la pausada y entrecortada entrada hasta el emocionante final que deja estupendamente en el aire. Andreas Conrad , Aaron, porque posee brillantez en el registro agudo y se entrega con heroicidad hasta el extremo de que en el final del primer acto y comienzo del segundo mostró síntomas de cansancio que luego recuperó. El resto es un reparto interesante, quizá algo más sobresaliente en el sacerdote Friedemann Röhlig aunque sólo sea por su autoridad. Sin duda, todos ellos dignos intérpretes para un concierto en el que han de importar las circunstancias y los medios. Cuando se haga historia.

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