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Gene Kelly: el centenario de una gota de mercurio

Hoy se cumple el centenario del nacimiento en Pittsburgh de Eugene Curran Kelly, mundial y eternamente conocido como Gene Kelly, bailarín, coreógrafo, actor y director que no inventó la danza y el musical, pero los cambió para siempre.

Gene Kelly: el centenario de una gota de mercurio abc

oti rodríguez marchante

Broadway y Hollywood podrían disputarse con razón el derecho de considerar a Gene Kelly como el hombre que le supo poner un trampolín al musical, el que le cambió el estilo, el ritmo, el traje, el carácter y la potencia. Del esmoquin a la camiseta.

Un género atrapado en la impecable sofisticación de la imagen de Fred Astaire en sintonía con Ginger Rogers («cheek to cheek») encontró su magnífica contraportada en la imagen de Gene Kelly bailando con… ¡un paraguas! Del velero, al potente motor. Un choque parecido al que traería Marlon Brando al gesto del actor, cuando lo sublime era el porte de Cary Grant.

Gene Kelly tuvo muchas parejas de baile, aunque ninguna tan importante y trascendental como Stanley Donen, al que conoció recién llegado a Broadway y con el que firmaría algunos títulos inolvidables y una obra maestra de la historia del cine, «Cantando bajo la lluvia», probablemente la película que mejor refleja la alegría con la que nació y (sobre)vivió el séptimo arte.

No hay ninguna película tan jovial como esta, ni ningún actor que haya transmitido tanta alegría como ese Don Lockkwood que él interpreta y que convierte lo viejo en nuevo y el sentimiento amoroso en un chapoteo alrededor de una farola… ¡La farola!, que era territorio exclusivo del borrachín, quedó convertida en un santuario del romance.

Pero llovía sobre mojado, pues antes ya había hecho con Donen «Un día en Nueva York», donde el traje de marinero le sentaba tan bien como a Astaire el de gala, y «Un americano en París», con Vincente Minnelli, que ganarían el Oscar a la mejor película y él un Oscar honorífico por su aportación al musical. Bueno, con Minnelli ya había hecho «El pirata» y «Zigfied follies», ambas junto a Judy Garland, dos películas que aún hoy suelen entrar en la competición por ser la mejor de todas cuantas hizo.

Su aportación al musical se deja ver hoy, en el centenario de su nacimiento y más de medio siglo después del estreno de «Cantando bajo la lluvia», como algo incomparable y que obligó al género a tomar ese impulso, a saltar sobre el trampolín de su figura, de un modo lampedusiano: que todo cambie para que todo siga igual. Transformó el musical, un género que aún espera a un nuevo Kelly para que le dé una vuelta al trampolín, con el permiso de Bob Fosse.

Gene Kelly se comportó en la pantalla como una gota de mercurio entre los dedos: la cámara necesitó un plus de agilidad para prever su siguiente paso de baile, su salto y su explosión de libertad o felicidad: a Kelly se le hubieran saltado las costuras del esmoquin.

Podía bailar encima de un sofá, de un charco, con un paraguas, con el ratón Jerry y con su propia sombra…, y le otorgó al musical, un género atacado de superficialidad, una trascendencia, una precisión emocional y una profundidad casi geométrica elevándolo a la categoría de gran cine, hasta el punto de que Debby Reynolds (Kathy Selden en «Cantando bajo la lluvia») llegó a decir que hacer este personaje y parir fueron las experiencias más difíciles que había hecho nunca.

Lo curioso es que esta gota de mercurio en la pantalla del cine, la viva alegría en escena, el bailarín que estudió Económicas y que tenía cinturón negro de kárate, nunca permitió que la cámara revelara su zona B, los reveses de una vida cargada de dramas y altibajos, su fracaso con su primera mujer, Betsy Blair, su tragedia con la segunda, Jeanne Coyne, que estuvo casada anteriormente con su amigo Stanley Donen... Pero, como siempre que se habla de películas, eso es otra historia. Su plano corto es una sonrisa.

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