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el regreso a casa

«Fue algo de ciencia ficción, horroroso»

Valle Gran Rey y el resto de localidades desalojadas por los incendios se esfuerzan en volver a la normalidad

«Fue algo de ciencia ficción, horroroso» DESIRÉE MARTÍN

M. Á. Montero

El túnel que lleva a Valle Gran Rey retiene aún el olor de aquellas primeras horas del pasado lunes. Es el mismo olor a naturaleza quemada que acompaña durante el largo trayecto de San Sebastián de La Gomera, la capital insular, al municipio turístico. Al aire libre, el viento ha comenzado a disiparlo, pero impregna las paredes de las construcciones. Las laderas que confluyen en las primeras casas ya no son verdes: el fuego las ha cubierto de un manto negro de ceniza. Árboles y plantas asolados, cadáveres de animales, fachadas que han cambiado de color y una tierra que todavía crepita son solo algunas de las señales del infierno que deambuló por Valle Gran Rey.

Ese es precisamente el calificativo que emplea un vecino, Antonio Correa: «Esto fue un infierno». Los muros exteriores de su casa están manchados de hollín; los cristales de las ventanas, destrozados. Sin embargo, reconoce que él y su mujer, Mercedes, tuvieron suerte: las llamas que en solo minutos descendieron inesperadamente por el barranco no entraron en su vivienda. «¿Tú has visto una cosa como esta? Todos los cristales rotos, y el fuego no entró; esto es un milagro». La casa aneja a la suya, de madera y teja, ardió por completo. «Un milagro», repite.

Antonio y Mercedes estuvieron tres días evacuados. Fueron parte del primer grupo de vecinos que tuvo que dejar sus viviendas, ya antes de que los acontecimientos se precipitaran. Esos tres días durmieron en la Casa de la Cultura de la localidad, aunque no fue hasta la madrugada del lunes cuando el miedo y la incertidumbre se adueñaron de ellos y de los restantes 5.000 residentes en Valle Gran Rey. El fuego, impulsado por la alta temperatura y el viento, había penetrado en la población y desembocado en un repentino desalojo. Tres millares de personas se amontonaron en el pequeño puerto de Vueltas la noche del domingo.

«La evacuación se hizo bien, no había otra manera. Pero la gente está muy enfadada, porque el incendio no se tenía que haber metido aquí. Desde el mediodía se veía que por arriba había fuego, ¿por qué no apagaron ese fuego?». En la azotea de su casa, Antonio recuerda que, en minutos, con el calor y el viento caliente, «el incendio bajó como la mar cuando hace marullo».

Lágrimas

Otra vecina, Martina, llora mientras observa el tocón que un puñado de días antes había sido un limonero. A solo una decena de metros, la cal cubre los cadáveres de varias ovejas y en el barranco aún están estallando las piedras. «Te da mucho sentimiento, mucha pena. Mucha gente ha perdido sus casas, sus recuerdos, sus animales». Se esfuerza en contener las lágrimas y relata el suceso: «Era como un lanzallamas, algo de ciencia ficción, horroroso», subraya cuando repara en que varios metros cuadrados de huerta, cuyo colorido destaca sobremanera entre el gris y el negro del barranco, escaparon del fuego sin explicación aparente.

Martina afirma que poco antes de que el incendio entrase en Valle Gran Rey les habían asegurado que podían estar tranquilos, que había «un poco de humo», pero que el fuego ni había bajado ni iba a bajar. «No pasó ni una hora y empezaron el desalojo». De modo que ahonda en la crítica que comparten todas las personas que atendieron a este diario: ¿por qué se decidió bajar el nivel de emergencia a las puertas de una ola de calor inminente? «Se les fue de las manos, bajar los niveles...». Y añade: «El barranco parecía una alfombra verde de caña. Pero volverán a salir», pronostica con ilusión al sonreír por vez primera durante la entrevista.

«Que no llegara tan lejos»

En Chipude, otra de las localidades que fue desalojada, Aythami no duda: «Aunque lo fácil ahora sea echar la culpa a los políticos, es verdad que se pudo hacer de otra forma y que no llegara tan lejos», recalca Aythami, junto a Guadafret («aquí tenemos nombres muy raros», bromean). Carmelo, el joven párroco del pueblo, advierte que los vecinos están «descolocados» por no saber «en qué parará todo esto». En estos días, han sido más las personas que han acudido a la iglesia para «desahogarse, para intentar hablar». No en vano, lamenta, «la gente no sabe a quién acudir y qué hacer».

Muchos insisten en que, pese a todo, la belleza de La Gomera sigue intacta. El fuego ha provocado importantes daños, pero no ha deteriorado su majestuosidad, ni tampoco la mayoría de los senderos donde disfrutarla.

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