Elogio de la venganza digna: «Harakiri: Muerte de un samurái»
oti r. marchante
El director Takeshi Miike no es un renovador del cine japonés, sino su batidora: hace muchas películas y muy rápidas. Por eso es sorprendente la parada en seco de «Harakiri: Muerte de un samurái» , versión hermosísima y calmada de la que ... hace cincuenta años bordara Masaki Kobayashi , una historia que licúa hasta el amargor de su néctar el concepto del honor y que hurga en la cara oriental, esencial y extraña de la condición del samurái, un hombre que para adaptarse ha de desaparecer.
La película habla en grandes rasgos del cambio, de cuando se acaba la época de guerra empieza justamente la batalla por sobrevivir: no hay paz para un samurái. Pero también habla bajito del equilibrio de esa última pieza del puzle que es la venganza como un golpe de belleza y serenidad que en Occidente tantas veces se ha sacado del quicio. Miike narra prodigiosamente los diversos tiempos de esta historia y de un modo sorprendentemente calmado los efectos del rencor, de la ira, la fatalidad y el sinperdón.
Podría decirse que es una película agitadamente serena o silenciosamente chillona: describe el ritual con un confuso cruce de poesía y brutalidad, al tiempo que empapa la acción con una sorprendente pero sencilla historia de amor. Los personajes son de una integridad extinguida , y sus actos y palabras se adornan con la constante perplejidad de un espectador que huele la violencia, la lucha, la perturbación y la tragedia constante mientras que este sorprendente Miike, un maestro del exceso, da una lección de cine contenido y lleno hasta su último hueco. La elegancia de la cámara, aún en los momentos más astillosos (la espada de bambú), está a la misma altura que la elegancia de su idea, revolucionaria, entonces y ahora, y allí y aquí, que es la de que no hay muerte digna, sino alguien digno que muere.
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