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LITERATURA

«Florentius» llega a Hojablanca

Palabras de la periodista María José Muñoz en la presentación del libro de Fernando Lallana en la librería toledana

MARÍA JOSÉ MUÑOZ

Buenas tardes. Estamos aquí para hablar de un libro, «Florentius», un libro cuya calidad salta a la vista tan solo echando un vistazo a alguna de sus 281 páginas y deleitarnos con sus bellísimas descripciones, sus cuidados personajes, y su lenguaje directo y efectivo que adentra fácilmente al lector en la historia de un viaje.

Porque eso es «Florentius»: Un largo viaje, un enorme viaje, una mudanza descomunal que atraviesa Europa desde Bruselas a Toledo y que se adentra en ese otro viaje en el que todos vamos embarcados, como los argonautas, -generacíón tras generación-, en ese devenir histórico en el que, querámoslo o no, vamos todos enganchados en éste, aquel o ese otro siglo en el que la divina providencia, si son creyentes, o en el que el destino quizá escrito en las estrellas -para los más escépticos-, quiso envolvernos un día.

Y en ese viaje también cabalga Fernando Lallana, el autor, aquí le tienen, tan serio él, quizá a lomos de un caballo o recostado en una carreta soportando el frío intenso de unos parajes por donde discurre una suntuosa caravana que acompaña a los príncipes Juana de Castilla y Felipe de Austria hacia nuestra ciudad, hasta Toledo, final del camino, donde los príncipes deben jurar como herederos de los reinos españoles.

En el mes de marzo, me acerqué a «Florentius» tímidamente en forma de reseña de prensa que plasmé en el diario para el que trabajo, el diario ABCde Toledo. Y lo titulé: «Florentius, el viaje de Lallana. Arranca el siglo XVI y soplan vientos de Reforma. Una caravana de 500 personas está en marcha».

No soy crítico literario, solo una periodista que últimamente sale demasiado tarde de la redacción, y me encantaría ser una experta para hablar de «Florentius». Pero algún resorte correcto -quiero creer- debí tocar en mi texto para le gustara a Fernando Lallana, y nada más y nada menos que al editor del espléndido libro, aquí a mi lado, no tan serio, Gonper, que solo lleva un año en Toledo y ya es conocido por toda la ciudad y parte de la provincia.

La sensación que tuve al leer este libro en movimiento que es «Florentius» fue la misma, casi la misma, que experimenté al leer «El Hereje», de Miguel Delibes. Sí, no exagero. Ese relato inmerso en la España luterana que vivía bajo la amenaza de la Inquisición tiene bastantes puntos en común, a mi juicio, con el libro de Lallana, sobre todo en el lenguaje empleado, rico, culto, magníficamente descriptivo, que podría ser, y lo es, propio de la mejor literatura clásica.

Pero, -y aquí está la diferencia para mí-, «Florentius» es más divertido, es un auténtico libro de aventuras al que se une un ingrediente esencial, el cinematográfico. Porque de película es esa fastuosa comitiva de más de quinientos integrantes, una auténtica ciudad ambulante habitada por todo tipo de personajes, civiles, eclesiásticos, soldados, nobles, bellas mujeres, rameras, cortesanas, clérigos. Y hasta Juana la Loca y Felipe el Hermoso aparecen para los amantes de la Historia novelada. ¿Se puede pedir más?

«Mas de 300 carruajes cargados con fardos de equipajes cubiertos por telas amarradas con zunchos, circundaban las plazas aledañas. Desde la tarde anterior, vajillas, camas, colchones, mesas, lámparas, todo tipo de muebles, útiles de cocina, enseres diversos, instrumentos musicales y tapices fueron transportados en arcones de madera e incorporados a los carruajes...», escribe Lallana con un perfecto control del lenguaje, las imágenes, la historia y su propia imaginación.

Pero nada es gratis y durante siete años el autor, amante de la Historia de los siglos XV y XVI, ha tenido que documentarse, leer muchas crónicas, tomar notas, viajar mucho, mucho, hasta alcanzar los mares del Norte de Europa, donde seguro que anda parte del alma de este escritor novel que es Fernando Lallana, a quien la inspiración ha pillado trabajando, como anhelaba el genial Picasso.

Lallana ha plasmado en el libro su gran admiración por los humanistas de la época, sobre todo de Erasmo de Rotterdam y Tomás Moro, con quienes yo creo que comparte una base ética esencial en defensa de la verdad, la justicia y la libertad de todos los seres humanos.

Pero ¿quién es Florentius?, me preguntaba yo en aquella reseña de ABC. En primer lugar, un holandés impregnado del pensamiento humanista de Erasmo de Rotterdam y que pone al descubierto la corrupción y el abuso que caracterizan el poder civil y eclesiástico de principios del siglo XVI, tanto en la corte flamenca como en la española, donde también, como en El Hereje, reinaba sin corona la Santa Inquisición.

Y además, Florentius, -una especie de asesor de un importante y malvado prelado-, es un hombre guapo, bien parecido, de impresionante porte, educado, ilustrado y de fuerte y enigmática personalidad. Así lo ha creado Fernando Lallana, quizá inconscientemente para hacerlo aún más atractivo al celuloide. «El recién llegado llamaba la atención por su larga cabellera, cuadrada mandíbula, rasgados ojos de color miel, nariz apuntada y rasurado rostro. Su figura era tan proporcionada como esbelta, alta en más de dos varas. Su caminar, pausado....».

En el capítulo donde Lallana se adentra en el personaje de Florentius descubrimos por qué el autor saca en la portada del libro un retrato de Sandro Botticelli titulado «retrato de un joven», éste que ven aquí, precioso cuadro. Lo cuento, con permiso del autor, con palabras del propio Florentius: «Al cabo de unos meses me trasladé a Bolonia y después a Florencia, donde gané unos dineros posando, vestido a la moda de la ciudad, en los talleres del maestro Botticelli. El maestro me pintó con un bonete encarnado y una chaqueta de rico paño verde, forrada de piel de cabra, que se ajustaba a la garganta con un cordón».

Silencio, se rueda, ¡acción! Seguro que sería un éxito de taquilla trasladar Florentius al cine.

Quedaría coja esta intervención si no me refiriera a otro entrañable personaje, alter-ego del holandés e imprescindible para montar la trama «florentiusiana». Se trata de Benjamín Téllez, el segoviano, «empotrado» en la caravana junto un grupo de frailes españoles, y residente en Toledo. Por fin Toledo. Un chico joven, gordinflón, tozudo, ingenuo, de gran corazón y dura mollera cuya familia vive en esta misma ciudad, en el Adarve de Ciruelo, a un paso de la parroquia de Santo Tomé, cerca de aquí.

Y es este escenario centroeuropeo se unen ambos personajes aparentemente tan diferentes, pero a la vez tan cercanos en bondad y espíritu. Su relación es un bellísimo canto a la amistad que Fernando Lallana entona entrelazado entre una trama argumental que termina en Toledo, cuando lo que ya no es ni una sombra de Florentius va subiendo al patíbulo de Zocodover en un carruaje arrastrado por viejas mulas. «Declarado culpable de sus cargos, -dice el libro-, había sido condenado a morir junto a dieciocho hombres y cuatro mujeres, acusados de brujería».

¿Por qué, no tienen curiosidad? Lean el libro. No tiene desperdicio.

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