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Críticas de los estrenos del viernes 29
«Dylan Dog», «Ice Age 4», «Inmaduros» y «El enigma del cuervo», variopintas propuestas de la cartelera
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«DYLAN DOG» **
J. CORTIJO
Un brote de insana nostalgia, o sereno masoquismo, nos lleva a recibir con simpatía y hasta cariño una película como ésta, cantinflera y malilla de solemnidad, pero que nos recuerda a aquellos cócteles de no-muertos, licántropos y chupasangres de ... la edad dorada cuarentera de la Universal, o a las astracanadas de Abbott y Costello, base de la cultura pop moderna (que no posmoderna), desde Scooby-Doo a Luigi, el hermano de Mario, tiritando en mansiones infernales y virtuales. El despiporre, vamos. Y es que hace mucho tiempo que no nos topábamos con un caramelo como éste, con esas cortinillas navajeras, esas voces en off, esos rayos y retruécanos de neón, esas perlas de diálogo estilo «vuelve al infierno, perra» o «no tenemos plan, solo armas más grandes», ese argumento gazpachero donde salen a flote tropezones de «Legend» (ojo al demonio del tramo final), «Los cazafantasmas» y «True blood», ese Brandon Routh estólido y estoico en su papelón de detective paranormal con laca extrafuerte, ese Sam Huntington como lazarillo zombi irritante y mareante...
Un hallazgo en estos tiempos que corren, y lo decimos sin retintín ni ironía. Solo un director como Kevin Munroe, cuya anterior obra fue nada menos que «Tortugas Ninja jovenes mutantes», habría sido capaz de agarrar por la solapa tal material (basado en un cómic italiano de los 80, para más bizarrería), colocarlo cabeza abajo, y agitarlo a ver qué cae. Tal vez en un segundo visionado comprobemos cómo se deslizan más detalles paródicos, ontológicos y metacinéfilos del género. Pero, si procede, que sea más adelante. Tampoco hay que abusar de la paciencia de uno, ¿eh?
«INMADUROS» ***
OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE
Llegados a cierta edad, la inmadurez es una virtud y un estado lleno de posibilidades, especialmente cinematográficas, y el reencuentro es casi una situación tan digna de ser filmada como la persecución, la traición, el heroísmo o el romance. Esta película de Paolo Genovese trata especialmente de eso, del reencuentro de un grupo de treintañeros tardíos y de sus asignaturas pendientes. «Inmaduros» es una comedia que husmea entre las dificultades que tiene el ser humano para crecer, para asumir la pérdida de sí mismo que le imponen el tiempo y las circunstancias, y está narrada con una ligereza digna de halago: personajes, situaciones, diálogos…, todo contribuye a crear algo parecido a la complicidad con el espectador, que encontrará fácilmente en ella su propia tendencia a la inmadurez, a la nostalgia, y, en fin, a la asignatura pendiente…
El punto de partida es original: un error en la prueba de selectividad obliga a una promoción de (in)maduros a tener que repetir aquel examen varios años después, y por lo tanto a juntarse y reordenar su existencia en común y por separado. No es tan original, en cambio, el tratamiento de esa masa argumental, los ribetes y flecos de cada uno de los personajes o algunas de sus soluciones psicológicas o románticas. Pero es eficaz, y es ingenioso y hasta confortable en su conjunto el trato al individuo y el trato al grupo: todos sabemos que no hay nada más deprimente que una reunión de ex alumnos, pero «Inmaduros» le encuentra su lado intrascendente, pasable, vitalista, sin hurgar en las alopecias o en las grasas, sino en lo otro, en lo bendito de la inmadurez, esa cualidad que sólo se valora a partir de cierta edad.
«ICE AGE 4» ***
F. MARÍN BELLÓN
En una década, Scrat ha originado toda suerte de calamidades en pos de una bellota. En la cuarta entrega, los guionistas se toman todas las licencias del mundo (con buen criterio) y hacen responsable a la ardilla, o lo que sea, de la formación de los continentes, que el espectador contempla a toda velocidad y sin matices, como si estuviera narrada por los servicios informativos de alguna cadena de televisión. «Ice Age 4» vuelve a ser así la antítesis de una película de arte y ensayo. Todo ocurre deprisa, sin conocer las causas ni imaginar las consecuencias, pero con el conocimiento suficiente para mezclar la geología con «La odisea» de Homero y las aventuras de Pinocho.
La cuarta entrega no es un simple batiburrillo de cultura de Trivial, sin embargo. Los personajes ya están asentados, tienen una personalidad propia y han crecido con una serie de características reconocibles. En la época de las series, esto siempre ayuda. Ya solo se trata de conseguir que vean frenadas sus vías de escape por los malos, para darle emoción. Si bien esto se consigue a medias, se compensa por el virtuosismo técnico y las ráfagas de humor, con una abuela de Sid que eclipsa al exgracioso del grupo.
Para terminar con el principio, habrá que contar que «Ice Age 4» se emite después de un corto sensacional dedicado a Maggie Simpson. Sin palabras pero con un saco lleno de ideas, la miniaventura escolar en Springfield ofrece multitud de sorpresas concentradas en muy pocos minutos. Poesía, humor y buen gusto, todo en uno. «Un largo día de guardería» se titula la joya.
«EL ENIGMA DEL CUERVO» **
ANTONIO WEINRICHTER
Hay una versión pesimista de lo posmoderno en donde la tradición cultural se convierte en un repertorio de «citas» -meras referencias superficiales- que se pueden reciclar ad nauseam; y otra más positiva en donde esa cultura del fragmento genera un remix alimentado por una energía creativa, como la electricidad reanimaba al monstruo de Frankenstein. Esta propuesta del director de la apreciable «V de vendetta» ilustra más bien el primero, y más apocalíptico, de los dos diagnósticos. Edgar Allan Poe se convierte aquí en un pastiche con patas y patillas, pese a los esfuerzos del siempre simpático John Cusack por insuflarle un poco de vida a su atormentado estereotipo. Y la trama degenera en una verdadera casa de citas «po(e)smodernas» para presunto deleite del fan que debe celebrar con alborozo cada referencia a su ídolo.
La trampa está en que el siempre presunto lector actual de Poe está lejos de parecerse –aunque así le traten los responsables de la película, entre los que se encuentra, no es broma, una guionista apellidada Shakespeare- a los fans de «Star Trek», «Star Wars» o cualquier otra saga galáctica. El que se comporta como un fan fatal es el antagonista de Poe -convertido aquí en protagonista involuntario de… un cuento de Poe-, un asesino que mata cumplimentando las recetas de dichos cuentos macabros. La idea del serial killer que se toma su oficio como una siniestra gymkhana, dejando pistas cifradas en su reguero de cadáveres, como el de «Seven», es eso, más propia de un Fincher que del infeliz escritor americano. Añádase al remix (la túrmix posmoderna funcionando a cien) una pizca de los ingenuos pero eficaces «poes» que rodó Roger Corman en los 60, y ya no hace falta ni gritar ¡intertextual!, basta con resignarse musitando algo sobre una cierta falta de respeto. Como decía el cuervo, «Nevermore»…
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