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El «Príncipe rebelde» de Japón

Nacido el 5 de enero de 1946, el príncipe Tomohito de Mikasa falleció el 6 de junio en un hospital de Tokio tras sufrir desde hace casi una década un cáncer de laringe. Sexto en la línea de sucesión, se oponía a que las mujeres heredaran el trono en Japón y conmocionó a la estricta sociedad nipona cuando reconoció su alcoholismo

El «Príncipe rebelde» de Japón efe

pablo m. díaz

Le llamaban el «Príncipe Barbudo» porque era el primer miembro de la Casa Imperial nipona que se había dejado crecer el vello en la cara desde el soberano Meiji el Grande hace un siglo. Pero sería más apropiado apodarlo el «príncipe rebelde» por sus controvertidas opiniones y salidas de tono.

Primo del Emperador Akihito y sexto en la línea de sucesión al Trono de Crisantemo , el 6 de junio falleció en Tokio el príncipe Tomohito de Mikasa a los 66 años. Desde 2003 luchaba contra un cáncer de laringe que luego se extendió a la faringe y le obligó a pasar 16 veces por el quirófano y a usar una «garganta mecánica» para hablar.

Nacido el 5 de enero de 1946, Tomohito se graduó en Estudios Políticos por la Universidad de Gakushuin en 1968 y luego completó su formación durante dos años en Oxford. Casado en 1980 con Nobuko Aso, hija de un magnate del cemento y hermana del exprimer ministro Taro Aso, tenía dos hijas que también reciben el título de princesas, Akiko y Yoko, con quienes vivía en un ala del Palacio de Asakasa.

Además de por su participación activa en organizaciones contra el cáncer y las enfermedades mentales, el príncipe Tomohito de Mikasa destacó siempre por la promoción de las relaciones diplomáticas de Japón, especialmente con Turquía debido a su interés por la arqueología.

A pesar de su frecuente asistencia a actos benéficos y su espíritu solidario, Tomohito será recordado por su tradicionalismo y sus machistas ideas sobre la sucesión en la Familia Imperial nipona. Cuando la falta de un heredero varón al trono encendió el debate sobre la supresión de la ley sálica, un cambio que apoyaba el 80 por ciento de la sociedad nipona, propuso la vuelta de las concubinas al palacio imperial de Tokio para ayudar al príncipe Naruhito a engendrar un hijo. De esta manera pretendía solucionar la continuidad dinástica de la monarquía hereditaria más antigua del mundo, cuyo primer emperador se remonta al año 660 antes de Cristo, y de paso acabar con la depresión que sufría la princesa Masako por no poderle un varón a su marido.

Entre los motivos para oponerse a que su hija, la princesita Aiko, heredara el trono, los tradicionalistas argumentaban una rancia y «sangrante» teoría: que las mujeres, durante el embarazo o la menstruación, tienen prohibido acercarse a los templos sintoístas y cada año se celebran en el palacio imperial más de 500 actos de dicha religión, originaria de Japón. Más allá incluso fueron algunos de los seguidores de Tomohito, que hasta llegaron a aconsejar que Masako se suicidara, como en siglos anteriores, para liberar así a su marido y que éste pudiera casarse de nuevo con otra mujer que le diera un varón. Finalmente, el debate quedó zanjado cuando el segundo vástago del emperador, el príncipe Akishino, tuvo un hijo en 2006 que desplazó a la pequeña Aiko.

En 2007, Tomohito de Mikasa admitió públicamente que era alcohólico y que bebía desde los 15 años, conmocionando de nuevo a la formalista sociedad nipona, donde cualquier debilidad es ocultada por suponer un motivo de vergüenza. Pero el «príncipe rebelde» salió del «mueble-bar» para romper una lanza a favor de los 800.000 alcohólicos reconocidos oficialmente (2,3 millones según otras estimaciones). Castigado por el destino, el cáncer de laringe le impidió en sus últimos días tragar alimentos o echarse una copa al gaznate.

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