critíca de ópera
«Poppea e Nerone»: Lecciones de moral
El Real revisita la «L'incoronazione de Poppea» de Monteverdi, con orquestación de Boesmans y montaje de Warlikowski
POR ALBERTO GONZÁLEZ LAPUENTE
¿Qué sería de Claudio Monteverdi si viviera tal día como hoy? El compositor belga Philippe Boesmans y el director teatral Krzysztof Warlikowski tienen una posible respuesta. Es la ópera «Poppea e Nerone», reformulación de la original e incompleta «L'incoronazione di Poppea». ... Se acaba de estrenar en el Teatro Real y allí puede verse hasta el 30 de junio. La producción es un estreno mundial, encargo del propio Real en colaboración con Montpellier.
«Boesmans hace un trabajo diáfano, bello, transparente, melifluo...»
En el comienzo del espectáculo se proyecta una célebre frase de Einstein explicando que el pasado, el presente y el futuro se superponen pues sólo son una ilusión persistente. La idea es bonita: Boesmans reorquesta «L'incoronazione», respeta la línea de canto y la naturaleza armónica del bajo, y coquetea con nuevos timbres y colores, creando asociaciones con los personajes y su carácter, haciendo un trabajo diáfano, bello, transparente, melifluo… cansino (con independencia de la comedida alegría vital que el director Sylvain Cambreling añade a la calidad del Klangforum Wien ). Al menos en el Real, y tras cuatro horas de espectáculo.
Parece obvio que cada obra exige un espacio de resonancia determinado y que semejante alarde de sutil sonoridad construida sobre una música que en origen ya es pura fragilidad debería recrearse un auditorio más pequeño. Más monteverdiano podría decirse. Esto se sabe: en temporadas anteriores, el de Cremona tuvo plaza en el propio Real. Fue un error por esta misma razón. Como lo es cada vez que se excede la dimensión natural de cualquier obra.
También el gran director teatral Krysztof Warlikowski se afirma en lo grande a través de una escenografía monumental, desangelada. Es un primer sentimiento que tendrá todo aquel que entre al Real y descubra ese aula calculadamente geométrica, ordenada, que infunde respeto y algo de prevención. ¿Un lugar conocido? ¿De hoy en día? No, de años vividos. Una proyección también posiciona el objeto: Hitler y sus huestes están presentes. Luego, da lo mismo que todo se convierta en sea una recreación estrictamente nazista o más intemporal. La cuestión es que el dramaturgo Christian Longchamp y Warlikowski recurren a lo fácil sin tener porqué hacerlo.
Pasearse por las ramas
Parten de un libreto formidable, crudo, cargado de terribles referencias. En su tiempo, el sabio Monteverdi lo usó como metáfora para criticar al poder. Y hoy, que tan fácil es huir de los eufemismos, que la realidad circundante es descarnada, arrogante e inmisericorde, todo queda en pasearse por las ramas y, a veces, por la pasarela. Será porque a Warlikowski también el espacio le desasosiega, que al final se resuelve casi todo en el proscenio rellenando el resto con figurantes a veces muy marciales y en otros casos más atléticos: demostrando, sin decirlo, una vez más la naturaleza inmediata de la obra.
«Es difícil imaginar si con otra savia musical el trabajo escénico parecería distinto»
Es difícil imaginar si con otra savia musical el trabajo escénico pudiera parecer distinto. Desde luego hay muchos detalles de ciencia teatral que acaban subsumidos en un letargo formidable. Convencidos pero convincentes, Boesmans y Warlikowski someten su trabajo a un reparto con muchas carencias. Enfermedades al margen, pues sintiéndose mal, Nadja Michael posee sobrada autoridad. O William White , con una voz considerable. Incluso Charles Castronovo de saludable vibrato. Pero no William Towers, por ejemplo. Es peligroso que así sea porque la desnudez de fondo que propone Poppea e Nerone delega sobre las voces una gran responsabilidad que, en general, no se acredita ni se singulariza en un estilo refinado y concreto. ¿Del pasado, del presente? No cabe distinguir. «Poppea e Nerone» atisba el ayer intentando encontrarse con aquel Monteverdi que inventó el mañana.
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