actualidad
Críticas de los estrenos del viernes 8
«Las chicas de la sexta planta», «Sueño y silencio», «Project X» y «4 Lovers», propuestas variadas de la cartelera
ABC
«LAS CHICAS DE LA SEXTA PLANTA» **
OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE
El director francés Philippe Le Guay le da un golpe de plancha al arrugado asunto de las españolas en París, esa avanzadilla de la emigración cuando ésta aún podía ser tratada con desenfado y en ... tono de comedia. Le Guay atrapa todos los tópicos posibles para hacer su análisis del arriba y del abajo (en esta ocasión, el arriba, la sexta planta, pertenece a la servidumbre), y para dejar un retrato amable, entrañable y hasta apetecible de ese «cuerpo de casa» que encabezan una Carmen Maura en plena forma (César a la mejor actriz secundaria), una Natalia Verbeke en plenas formas y una Lola Dueñas que le pone el fondillo ideológico y levemente provocador a la historia planchada. Tanto la película como el director no dan la impresión de pretender más que lo que consiguen: un tono cercano, alegre, de comedia que busca los clichés para disfrutar de ellos y que tiene un puntillo ingenuo en clave de trasfondo moral y de igualdad de clases en una Europa que ya no se sabe si va o si viene de ese patio interior por el que se comunican a gritos las chachas españolas. Fabrice Luchini apechuga de un modo natural con ese complicado y previsible personaje cambiante y que transporta el «qué» de la película, mientras que Sandrine Kiberlain lo que transporta es también un enorme cliché, el de señoritinga francesa, pesada y cursi..., o sea, nada comparado con un flashazo de la Verbeke.
«SUEÑO Y SILENCIO» ***
O. R. MARCHANTE
El cine de Jaime Rosales está tan hecho para ser visto como para ser discutido, y aún nadie debería haber llegado a la conclusión de que este director persigue más lo conceptual que lo formal. Sus películas hablan tanto de la fijeza del plano como de la fijeza de los sentimientos. No es un cineasta emocional, pero, sin embargo, encuentra ese punto en el que la frialdad provoca estremecimiento. En «Sueño y silencio» hay dos mundos irreconciliables: el que precede y el que sigue al accidente (el cual está tratado visualmente como película estropeada), y se habla, pues, de la presencia y la ausencia. Y ambas entran de ese modo cotidiano, anodino, frío pero estremecedor en la cámara tozuda de Rosales y que sólo cambia en contadas ocasiones y por motivos de falsa intriga, como bromas hitchcockianas (el suspense de un sigiloso vistazo a unos arquitectos en un piso en construcción o los paseos por un parque infantil con un diálogo mudo y dreyeriano entre la cámara y el padre que busca, o entre la cámara y la madre que encuentra..., o el color y el blanco y negro). «Sueño y silencio» es un enorme signo de interrogación que contiene (entre los momentos Barceló que abren y cierran la película, y que envuelven de magia y de espiritualidad un hecho material, un suceso) una idea de milagro, de trascendencia, que ni siquiera su autor se atreve a plantear descaradamente (tal y como sí hizo su amigo Reygadas en «Luz silenciosa», donde embridaba la muerte de un personaje), y prefiere dejar una última escena imposible, ilógica y que voltea la película y la deja ahí, tirada en el suelo, a la espera del sentimiento o de la discusión.
«PROJECT X» ***
A. WEINRICHTER
Todd Phillips es uno de los reyes (como escritor, productor y director) de la comedia gamberra. Tras forrarse con la franquicia del «Resacón», ahora produce este riguroso estudio de campo de lo que viene antes del resacón, a saber, la fiesta y la ingesta. No se anda con medias tintas, no: «Project X» acomete la caótica pero sistemática demolición de una casa con jardín y piscina y luego del barrio residencial de Pasadena que la acoge. Todo ello con un entusiasmo digno de John Belushi, el tóxico pionero de la comedia destrozona («Animal House»), y otros granujas a todo ritmo, si bien el referente clásico del cine sería el hoy ignorado Jerry Lewis, por no hablar de esos maestros del destrozo a combustión lenta que fueron Laurel y Hardy. Casi tan patosos como Jerry son los tres protagonistas, unos «nerds» que piensan que organizar la madre de todos los guateques en ausencia de los papis les va a servir para ser más populares entre las chicas de su clase. El resultado, ya decimos, es digno de las profecías de un predicador del fin del mundo; sin duda estamos ante el Ello desatado, que dirían Freud y el Shakespeare de «La tempestad». Tanta referencia clásica -un intento terminal de dignificar un desmadre tan divertido como apocalíptico- no debería hacernos olvidar la condición posmoderna de la película: se supone que lo que vemos es lo que filma con su cámara casera uno de estos aprendices de brujo. Pero hasta esta premisa digital tan de moda hoy se olvida pronto: cuando se empieza a ver doble, a ver quién se preocupa de mantener el punto de vista.
«4 LOVERS» **
F. MARÍN BELLÓN
hace unos años, los hermanos Larrieu trazaron con sutileza libertina su atrevida «Pintar o hacer el amor», donde Sergi López se arrojaba literalmente a ciegas en brazos de los intercambios de pareja. Élodie Bouchez protagoniza esta cinta no menos francesa y con similar espíritu transgresor. Con alguna trampa de por medio, dos parejas se gustan y deciden conocerse mejor hasta entrar, también literalmente, en harina. La tensión sexual sí resuelta mantiene el interés hasta cierto punto, con ayuda de unos intérpretes creíbles, pero los intentos de Antony Cordier y de su coguionista Julie Peyr por no sucumbir al tópico y a la vez no aburrir desmuestran ser insuficientes.
«EVELYN» **
O. R. MARCHANTE
Hay verbos muy irregulares independientemente de cómo se conjuguen, y el más irregular de todos es el verbo emigrar, que siempre tiene algo de subjuntivo. «Evelyn», el primer largo que firma la directora Isabel de Ocampo, conjuga ese verbo en su aspecto más sórdido al elegir un personaje y unas circunstancias absolutamente melodramáticas: la inocencia, el engaño, el desarraigo, el secuestro y la prostitución. Su personaje, una joven peruana, soporta un camino terrible y tan lleno de clichés como, desgraciadamente, apegado a la bruta realidad, y el guión la sumerge en un caldo quizá algo grueso, sin las sutilezas y los sabores precisos para convertirse en algo nuevo, singular, menos visto o sabido. Lo más auténtico es el trabajo de la protagonista, Cindy Díaz, que contiene una excepcional mezcla de fragilidad y aspereza, y que consigue convertir en exclusivo un lamento global.
«PLUMÍFEROS» **
J. CORTIJO
El dibujo animado argentino, de más larga tradición de lo que parece, ha gozado de un trazo con mucha labia y una dedicación al público infantil entrañable y exitosa («Manuelita» o «El ratón Pérez»). Cuando se mete en berenjenales de once varas («Cóndor Crux») suele patinarle el software, así que mejor no abandonar su nido primordial, como demuestra este simpático y algo naíf largo de agridulce expresividad y dos dimensiones y media de eslora, que cuenta con el empujoncito de Juan José Campanella, y donde no hay atisbo de malicia ni sal en heridas (de hecho, el rol villano se difumina y casi desaparece). Al revés, el aleteo de plumas es casi preescolar, a excepción del personaje del colibrí que está pidiendo a gritos un diván, o alguna tibia metáfora del corralito en la figura de la canaria que no quiere abandonar la jaula. Mona pero inconsistente.
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