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Rabih Alameddine: «Hemingway está sobrevalorado»

El escritor libanés, autor de «El contador de historias», vuelve al ruedo literario con «La mujer de papel» (Lumen), en la que reivindica a los «outsiders»

Rabih Alameddine: «Hemingway está sobrevalorado» JOSÉ ALFONSO

SUSANA GAVIÑA

Los libros de Rabih Alameddine se hacen esperar. Han pasado casi cuatro años desde su maravilloso texto «El contador de historias» . Ahora, en «La mujer de papel» (Lumen) rinde un tributo a los marginados, a los «outsiders» que no se han dejado arrastrar por la cultura dominante. Una cultura que marca y decide quienes son los buenos y los malos. «Ahora el malo es Irán, haga lo que haga».

En «La mujer de papel», Alameddine nos presenta a Aaliya, que bordeando los setenta años, cincuenta de ellos dedicados a los libros (trabaja en una librería y es traductora), hace memoria de lo que ha sido su vida, siempre al margen de lo establecido.

«Se puede definir el grado de civilización de una sociedad a través de sus "outsiders"»

El escritor jordano, hijo de padres libaneses, que divide su tiempo entre California y Beirut, asegura que la decisión de escribir desde el punto de vista de una mujer no fue aleatoria. «Quería hacerlo de esta mujer en concreto. Siempre me ha interesado escribir sobre los “outsiders” de la cultura dominante, y quería hacerlo a través de Aaliya, una mujer mayor, que no está casada y no tiene hijos. Me parecía el personaje adecuado para hablar de los marginados. Eso es lo único que salva a una sociedad, aquellos que están fuera de ella.Uno puede definir el grado de civilización de una sociedad a través de la cantidad de “outsiders” que tiene», subraya.

En opinión de Alameddine, las culturas dominantes obsesionadas por el éxito provocan la creación «de más marginados. Eso es lo que me interesa a mí. No me interesa formar parte de la cultura dominante, pero eso no significa que sea anarquista —matiza—. Me gusta que exista porque de lo contrario no sería divertido ir contra ella».

Esta falta de afecto o necesidad por pertenecer a establisment , le permite al escritor explorar, opinar y criticar aspectos que otros no dejan al margen de la hoja de papel. Así en su libro, a través de Aaliya, se muestra muy crítico con Israel —«algo que no molesta en absolutó en el Líbano, de nuevo es el poder de la cultura dominante, pero que sí lo hace cuando escribo contra los musulmanes»— o con su propio país, que no ha dejado de estar envuelto en conflictos armados en las últimas décadas. «Todos los beirutíes de cierta edad han aprendido que cuando salen a dar un paseo nunca deben dar por sentado que volverán a casa, no solo porque podría ocurrirles algo a ellos, sino también porque su casa podría dejar de existir», afirma la protagonista del libro.

—En «La mujer de papel» vuelve a escribir sobre el pasado y el presente del Líbano. ¿Necesita hacerlo para cerrar alguna herida o para evitar que se repitan los mismo errores? ¿Cree que en un futuro próximo puede cambiar la situación en el Líbano?

—Sí es posible que cambie el Líbano en el futuro, tanto como que yo me transforme mañana en un mono. Todo es posible (bromea). En cuanto a cerrar una herida, creo que las heridas no se pueden cerrar, y por supuesto menos escribiendo. Y no sé ni siquiera si es adecuada la palabra herida. El Líbano me obsesiona. Eso es evidente. He escrito sobre él, lo pienso, lo tengo en mi mente. ¿Me ayuda escibrir sobre el Líbano? No. ¿Cierra alguna herida? No. ¿Puedo escribir sobre otro tema? Tampoco... Bueno, tal vez algún día, cuando me transforme en mono (se ríe).

—Aaliya fefine Beirut como la Elizabeth Taylor de la ciudades: «Loca, hermosa, hortera, ruinosa, envejecida y siempre cargada de dramatismo. También se casará con cualquier pretendiente enamorado que le prometa hacerle la vida más cómoda, por muy inadecuado que sea».

—Elizabeth Taylor tiene mucho en común con Beirut. De hecho, durante mucho tiempo hubo rumores sobre ella y Richard Burton, que al parecer tenían una habitación en el hotel Saint George, porque no les reconocían. Nunca los he visto pero sí encajan en Beirut.

A lo largo del libro, Aaliya, traductora por vocación pero cuya labor desempeña en la clandestinidad por decisión propia, realiza un recorrido por sus autores favoritos Faulkner, Javier Marías, Magris, Bolaño, Nabokov, Calvino ... Alameddine asegura que en ello no hay más intención que la de mostrarnos cómo es el personaje de su novela.

—¿Lo que leemos nos define?

—Solo una parte. Nosotros somos más de lo que leemos, lo que comemos, lo que vestimos, nuestras parejas... Pero sí, también forma parte de lo que somos.

—La protagonista también manifiesta abiertamente su desagrado por algunos autores, como Hemingway...

—Ella odia a Hemingway pero yo no, aunque tampoco le aprecio. Creo que está sobrevalorado, no me parece que sea tan importante. El problema que tengo con Hemingway no radica en lo que escribe sino en cómo la gente le lee. Ha tenido una gran influencia, mucho mayor de lo que a mí me hubiera gustado. Para mí Faulkner es un genio. No entiendo cómo todos no estamos leyendo Faulkner. Hemingway ha tenido mucha más influencia en la literatura estadounidense que Faulkner, y creo que eso no es correcto. En la literatura universal, Faulkner ha tenido sin embargo más influencia que Hemingway. Eso no significa que no sea un buen escritor pero a Aaliya no le gusta (se ríe). Está muy bien que pueda esconderme detrás de ella para decirlo (se ríe).

—También le permite un pequeño ajuste de cuentas con los traductores...

—Sí, por supuesto. Eso es lo bueno de escribir ficción. Yo me he vengado. Así que pórtese bien conmigo o si no... (se ríe).

«Yo también necesito me quieran, pero no cuando escribo»

—Parece que no tiene miedo a expresar sus criticas contra todo o contra todos. Así no va a conseguir muchos afectos...

—Ser un «outsider» te permite ver las distintas perspectivas de las cosas. Yo también necesito que me quieran, pero no cuando escribo. No se trata de valentía, es cuestion de obstinación, la de Aaliya, y si a alguien le duele lo siento.

—La música está muy presente en el libro —Chopin, Bruckner...—. En un momento, la protagonista compara la acción de traducir con una ópera de Wagner: «La historia arranca, la tensión aumenta, la música fluye y refluye, las cuerdas, los metales, más tensión, y de pronto un mometo de pura felicidad».

—Es una comparación que ya utilicé en un blog en 2010 para los mundiales, en el que comparé el fútbol con un ópera de Wagner.

—¿Eso significa que le gusta Wagner?

— Por supuesto, ¿a quién no le gusta...? Aunque Wagner es difícil para gente que tiene problemas con las emociones. Su música es como si a uno le lanzaran en un mar de sentimientos. Y si uno tiene problemas de autocontrol, como yo, a veces es difícil...

—En el original el libro se llama «Una mujer innecesaria», ¿considera usted que Aalya es innecesaria?

—Por supuesto que no, es muy necesaria. Con el título hago referencia al artista Bruno Schulz [los nazis le dispararon dos títulos en la cabeza). Para los nazis había gente innecesaria. Pero es algo que no solo hicieron ellos, lo han hecho y lo hacen muchos otros, y no solo a través de matar, sino a través de la marginación.

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