Treinta años después de su muerte, el enigma, la fatalidad, el atractivo y la tragedia de Romy Schneider permanecen como en una bolsa al vacío a la espera de que el tiempo cumpla su función. Ni los detalles oscuros de su extraña muerte el 29 de mayo de 1982, entre whisky y barbitúricos, ni los siniestros meses que la precedieron tras la terrible muerte de su hijo en la verja de su casa, ni tampoco la causa y el efecto de sus caídas y recaídas en su relación amorodiosa con Alain Delon, su adorado tormento, tienen todavía el aire fresco de las cosas ya resueltas. Unos enigmas y fatalidades que sitúan a esta actriz en el mismo plano trágico que a Natalie Wood.
Visconti y Delon
Las biografías aseguran que la vida de Romy Scheneider cambió cuando interpretó las populares películas de la emperatriz Sissi, pero que el auténtico vuelco lo dio cuando se tropezó por primera vez con Alain Delon en el rodaje de «Christine (Amoríos)», una de esos momentos en los que el cine exprime la irresistible pasión que surge ante sus narices (como el «Tener y no tener» de Bacall y Bogart). Antes de que una década después volviera a interpretar a una Sissi ya convertida en Isabel de Baviera en «Ludwig», de Luchino Visconti, tal vez su más impresionante trabajo, tuvo unos gloriosos años dedicados a iluminar el cine de directores tan importantes como Preminguer, Orson Welles, Clouzot, Jules Dassin, Siodmak, Losey o Jacques Deray, gracias al que volvió a coincidir con Delon en «La piscina», donde se daba una situación de tensiones y celos que absorbían la vida real para la película.
Nunca pudo cruzar la línea borrosa entre su relidad y la ficción cinematográfica
Treinta años después, nadie puede cambiar su impresión ante cualquier fotografía de Romy Schneider..., la imagen de la más hermosa de las sonrisas delante de la más profunda de las tristezas.
























