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liga endesa

Estudiantes baja al infierno

El club colegial pone fin a 56 años en la élite del baloncesto español

acb media

javier bragado

Nunca un entierro tuvo tanta animación. Nunca un funeral reunió a tantos opositores. Pero más de 60 años de historia construidos con fe y pasión no se borrarán con facilidad. El Estudiantes , el club que más público lleva a los pabellones de la ACB (más de 10.000 espectadores cada jornada), se despidió de la máxima categoría del baloncesto español por méritos deportivos propios. La cantera y el alma no bastaron para la salvación de una identidad que huye de lo convencional.

Contaban sus fieles con otro milagro, otra anécdota que contar a los jovencísimos seguidores que cada temporada se añaden a su afición. Porque el Estudiantes se construyó con alma de antisistema, con ese espíritu de un club construido en el instituto Ramiro de Maeztu , con esa esencia de aficionados que gustan en recordar cada vez que presumen con ser 'un equipo de patio de colegio'. «Un club que se dedica a la formación y la educación general», especificaba Pepu Hernández , su último representante destacado para recordar toda la masa social que hay detrás del club deportivo. En las gradas se corea «somos el primer equipo de Madrid» y en sus instalaciones se multiplican los equipos de todas las categorías. La ilusión de poder debutar algún día en el primer equipo alimentaba a los críos mientras perpetuaban una comunidad con tantas caras que el documental por su 60 aniversario consiguió aglutinar.

En su afán de ser diferentes construyeron un equipo original, basado muchos años en la velocidad y el contragolpe frente al poderío físico, que fue capaz de animarse hasta habituarse a codearse con los otros grandes de la recién construida ACB. Aquel equipo de amateurs que se vertebró con los alumnos del Maeztu y alimentó la animadversión al Real Madrid erigió durante las últimas décadas una figura deportiva destacada y un grupo de aficionados que formaron la representativa 'Demencia'. Junto a aquel grupo de jóvenes protestón, descarado y comediante, el Estudiantes alcanzó la Final Four de Estambul en 1992 y la final de la Copa Korac en 1999 antes de que algunos de sus mejores jugadores se mudaran al vecino Real Madrid. Alberto Herreros, Felipe Reyes o Carlos Suárez contribuyeron a sostener en los últimos años a un equipo viciado por sus propios ragos distintivos.

Naturaleza luchadora

Amparados en su naturaleza luchadora y los éxitos precedentes se agarraron a lo imposible. Desde la final de la ACB en la que Pepu construyó un equipo subcampeón en el que el estibador Rafa Vidaurreta tenía un hueco en el quinteto titular, los chicos de azul redujeron cada año sus méritos. ¿Qué ocurrió? Se marcharon Carlos Jiménez, Felipe Reyes y hasta Sergio Rodríguez, aquel chaval que debutó con 16 años en una final. Incluso Pepu Hernández, el hombre de la casa, para enseñar al mundo sus valores cuando dirigió a la selección española a su primer oro mundial un día después de conocer la muerte de su padre. Pero hubo más en la decadencia del equipo. Un equipo «que tiene casi alma», como le definió uno de sus clásicos, deambuló en busca de hogar cuando la llama de un soplete devoró la madera del antiguo Palacio de los Deportes . Los aficionados mantuvieron su identidad en los bares de Carabanchel, por las calles semidesiertas de la Casa de Campo y regresaron al nuevo Palacio de los Deportes mientras el club pasó a concurso de acreedores por sus numerosas deudas.

Dentro de club, los empleados se agarraban más al espíritu y cariño a la institución que a las posibilidades de un club profesional. En los pasillos del Ramiro las discusiones políticas y las iniciativas populares no podían ocultar las preocupaciones deportivas. Llamaron a Pepu Hernández y la ilusión renació. Era el héroe, el que enseñó que los imposibles se lograban con trabajo. Pero ni siquiera el mesías estudiantil ya no logró cimentar otro equipo de ensueño. Con fichajes externos que frecuentaban la noche hasta la hora del entrenamiento, canteranos a medio hacer y veteranos dando la última de su bocanadas el equipo se deshizo hasta los puestos de descenso. Pepu, ya no tan firme, se marchó para cambiar el aire del vestuario y el experimentado Trifón Poch tomó las riendas de una tarea complicada pero obligada por su mayo patrimonio: sus aficionados. Perdieron contra el Murcia en la última jornada sin posibilidades de carambolas. Hasta con el ataúd cerrado los aficionados insistieron en sus señas de identidad: ningún silbido a los jugadores y animación al confirmarse el fallecimiento. Entonces, además de las protestas contra la directiva y pocas lágrimas, enviaron su mensaje eterno: «El Estu somos nosotros».

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