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Un torbellino llamado Manolo García

Lleno absoluto en el primero de los seis conciertos previstos por el músico en el Palacio de Congresos de Madrid para presentar su último álbum «Los días intactos»

Un torbellino llamado Manolo García EFE

J. M. SÁNCHEZ

No es madrileño, pero como si lo fuera. Porque en Madrid se siente como en casa y aquí se le trata como uno más de la familia , máxime a la apabullante expectación generada para presentar su último disco, «Los días intactos», en el que cambia los grandes espacios por una gira en teatros intimista y conectada con el público.

Pero de teatral tuvo más bien poco, porque a las primeras de cambio los seguidores más acérrimos aprovechaban para levantarse de sus butacas y poner todo patas arriba. Y el propio Manolo García alentaba la revuelta con sus constantes vaivenes o mientras se codeaba con el público hasta el punto de parecer venirse abajo el aforo en cualquier momento.

Tenía color especial la velada del viernes. Era el primero de los seis conciertos en la capital y eso se notaba. Fue un intenso viaje por pasajes bucólicos, surrealistas, acústicos en el que paseó triunfante por un aforo en el que desplegó una selección de 28 temas que lograron disfrazar con solvencia las canciones de toda su vida.

Ese carácter que desprende, ese carisma, su vitalidad, su jovialidad pese a contar 56 primaveras, sedujo a 2.000 almas entregadas en una simbiosis de deseos poéticos, ritmos aflamencados y toques étnicos.

«Buenas noches» , se apresuró a decir el músico catalán al saltar a escena, anticipando el ambiente que se impregnaría en las siguientes tres horas; que se dice pronto. Pero a pesar de lo extenso del repertorio, no se hizo largo en ningún momento. «Hemos empezado con una canción salida de la adolescencia», se arrancó entre nubes de colores violetas y malvas.

Y todo con ritmo nostálgico y cargado de mensajes reivindicativos, aunque visto el revuelo montado a la media hora reconoció que no estaba muy por la labor de darle «al pico» y más «por la música» para jalear después a la gente diciendo que quizá había de pensar en actuar en sitios más grandes.

Sin apenas transiciones entre canciones, el músico distribuyó todo el material en varias partes: acústica y eléctrica. Por ello, a la brillante desnudez de temas como «Sombra de tu palmera» y «Aviones plateados» le siguió, ya con escenario completo, «Los ángeles no tienen hélices» y una celebrada «Un alma de papel», bien combinada entre clásicos demostrando que es una fiera trabajando.

Entre el repertorio se incluyó nuevas producciones como «Un año y otro año», «Un giro teatral» , «Todos amamos desesperadamente» o una brillante «Sombra de la sombra de tu sombrero», con su nítida y melódica voz enredada a una embriagadora sencillez.

No podía despedirse sin antes hacer un recorrido por temas perennes en la memoria como «Zapatero», «Prefiero el trapecio», «Sobre el oscuro abismo» o «Pájaros de barro» hasta finiquitar la faena con una ranchera.

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