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El mito del pirómano

Imprudencia. Es la maldición que devora nuestros montes, la causa de la mayoría de los incendios forestales. La mano de los pirómanos, enfermos mentales, no aparece casi nunca

El mito del pirómano AFP

cruz morcillo

«Nos contó que desde niño le fascinaba el fuego, que se quedaba pegado a la televisión cuando veía llamas. Soñaba con quemar. Es un caso atípico. Apurando mucho, este chaval detenido por arrasar casi 5.000 hectáreas en Ávila sería el único del medio centenar de tipos a los que he entrevistado en prisión que más o menos cumpliría el perfil de pirómano». El capitán y psicólogo de la Guardia Civil José Luis González no tiene dudas. El mito del pirómano resurge de cuando en cuando, avivado por incendios mediáticos como el de las Fragas del Eume , pero es eso, un mito: «La mayoría de los grandes incendios se deben a imprudencias —quema de rastrojos y pastos— y casi la otra mitad no tienen sentido». Quienes prenden la llama con una motivación son incendiarios; el pirómano, en cambio, sufre un trastorno mental que le atrae hacia las brasas como una perdición.

La Fiscalía de Medio Ambiente inició en 2007 una investigación pionera sobre el perfil psicosocial de quienes queman el monte . El año anterior, Galicia había ardido por los cuatro costados y la Fiscalía de esa comunidad copió el método portugués para averiguar quiénes eran los autores, qué metodos empleaban, si se drogaban, cuál era su situación laboral y familiar y cómo reaccionaban tras cometer el delito. La técnica de perfilamiento criminal aplicada a los incendios forestales.

Al cabo de casi cinco años, el estudio ha proporcionado ya relevantes conclusiones. No es la panacea, pero ha ayudado a clasificar cinco tipos de incendios y a determinar algunas características de quienes están detrás de ellos. «La importancia de acotar es que en el futuro podría conducir a la identificación de las personas que los perpetran. Si hay diferentes tipologías, es posible que exista también algo distintivo en los incendiarios responsables», explica el capitán González. Este psicólogo, que pertenece a la Unidad Técnica de Policía Judicial de la Guardia Civil, es uno de los puntales de la investigación de perfiles. En los últimos cuatro años ha entrevistado al medio centenar de incendiarios, muchos de ellos gallegos, que han estado en algún momento en prisión. Enhebra una anécdota tras otra sobre sus inadecuadamente denominados «pirómanos».

«Había dos gallegos que usaban el fuego para encubrir otro delito. Se dedicaban a robar cobre y encendían hogueras para que ardiera el plástico de recubrimiento; las dejaban abandonadas y en esas, claro, quemaban el monte». Otro caso muy llamativo y de tipología absolutamente distinta se produjo en Onda (Castellón). Allí, la Guardia Civil detuvo a un joven en julio de 2009 como autor de un incendio que obligó a desalojar trece urbanizaciones. Estaba con su familia y sin pensárselo salió de su parcela y prendió el bosque. Mientras las llamas cabalgaban por los árboles, volvió a su hogar chamuscado. Sufría esquizofrenia.

Sin pena de prisión

De los entre diez mil y quince mil incendios forestales anuales, se esclarecen unos 300 en los que se detiene al autor . Desde que se puso en marcha la investigación de perfiles, el psicólogo de la Guardia Civil ha peinado 600 cuestionarios de incendiarios. La condición es que el fuego haya tenido una motivación intencionada o haya sido el resultado de una imprudencia grave. Constan de dos partes: una veintena de preguntas sobre detalles del incendio que tienen que rellenar los investigadores y otras 40 sobre el autor, que han de completar quienes le toman declaración. De todos los test, se ha dado validez a unos 400, con conclusiones genéricas, pero curiosas: solo dos mujeres detenidas por atizar el monte; la venganza detrás de los fuegos de tipo ganadero; jubilados sin antecentes son los responsables mayoritarios de las quemas agrícolas que se van de las manos; los incendiarios tienen muy poco nivel educativo y pertenecen a una clase sociocultural baja. No aparecen empresarios madereros o urbanísticos, como apunta la leyenda, en torno al negocio del fuego.

La casuística es un «pozo sin fondo», destaca un año tras otro la Fiscalía. Al repasarla se entiende la afirmación: desde el fuego como instrumento, tan habitual en Galicia, es decir, para limpiar el campo hasta un rito satánico, una línea eléctrica o ferroviaria, el mantenimiento de montes con implicaciones de los trabajadores contratados para ello, vandalismo, prácticas militares en campos de tiro, pendencias cinegéticas en Andalucía... La variedad es tal que solo la sistematización científica puede establecer un poco de orden.

«Mire usted yo no quería quemar el monte, pero es que bebí un poco y no me enteré». Una borrachera puso en solfa a media sierra de Málaga. Su autor en la prisión de Alhaurín se arrepentía, aunque solo lo justo porque le permitió presumir de que un capitán fuera a hablar con él desde Madrid. Este hombre sigue encarcelado, pero es una excepción: 17 personas en total en los centros penitenciaros que dependen de Interior. «Se han dado casos —reprocha la Fiscalía— de hasta tres detenciones en cadena de la misma persona sin que se adoptase ninguna medida cautelar». Curiosa decisión para un delito cuya pena, si se pone en riesgo la vida de personas, puede llegar a los 20 años de prisión.

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