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MERCADANTE, AUTOR DE COSTUMBRES

LBERTO GLEZ. LAPUENTE

Mal asunto es nacer a la sombra del gran Giacomo Rossini y vivir lo suficiente como para ver a Giuseppe Verdi dominando los teatros del país. Con razón las crónicas hablan de él con relativo entusiasmo, situando su importancia entre aquel primer gigante de la Italia cantante, alargado en Bellini y Donizetti, y los llamados operistas menores. Y estar en medio, se mire por donde se mire, es tan molesto como el jugar para quedarse corto o pasarse. Fétis, belga, compositor, profesor y musicólogo, por tanto alguien acostumbrado a dictaminar, censuraba la falta de cuidado de sus obras, la ausencia de una originalidad auténtica, la instrumentación pedestre y ruidosa para, después del «shock», poner un emplaste aclarando que era el último maestro italiano capaz de conservar las tradiciones de la ilustre y antigua escuela, mediante partituras bien escritas, con demostrado gusto hacia un arte serio que desapareció tras él.

Con este hábito sobre los hombros, Giuseppe Saverio Mercadante (1795-1870) fue recuperado en los setenta del pasado siglo coincidiendo con el auge investigador sobre la intrahistoria del belcantismo, estilo, manera y moda algo apagada tras el huracán de los realismos melodramáticos y viscerales. Se advirtió entonces que fue un autor de éxito, con importantes hazañas en los escenarios italianos, que es algo que importaba mucho en los años veinte del Madrid decimonónico. Por eso, desde aquí se fue en su busca y de la de otros italianos. En su caso, para conciliar afinidades, pues Mercadante provenía de la Nápoles borbónica, reducto de buena música teatral, para envidia de los Habsburgo de Lombardía y Venecia, incluso de Florencia, y de los Papas en Roma.

En Madrid la ópera (italiana) era una borrachera muy al gusto de la palermitana reina María Cristina, impulsora de un conservatorio que se convirtió en repositorio de ese arte. Se dice que Mercadante, trabajando de «maestro, director y compositor» debería haber sido su director, pero le ganó el puesto Francesco Piermarini quien tanto se implicó en nuestros usos y costumbres que nombró a su esposa directora de la sección femenina y salió mal parado del puesto tras un serio desfalco.

En Madrid, Mercadante, se dedicó a lo prescrito en su título con guiños al arte autóctono, hasta el punto de componer una ópera sobre Don Quijote. De las obras metastasianas de juventud pasó a temas más románticos, de acuerdo al gusto donizettiano sobre el que desarrolló un firme academicismo. Cuidadoso con la materia orquestal (Fétis lo reconocía), mantuvo fidelidad a un desarrollo estructural basado en la autonomía del aria, lo que terminó llevándolo a cierta animosidad con la época y con el brillante Giuseppe Verdi cuya ciencia apuntaba hacia la subordinación de la materia musical a favor de la dramaturgia. Andando el tiempo, el autor de Busseto acabaría por sentenciar esta novedad con un célebre dogma: «Torniamo all'antico. Sarà un progresso», forma elegante de ganar el futuro y todavía no siempre bien entendida. De hecho, Mercadante también miró hacia atrás, para quedarse allí.

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