DESDE EL IESE
El día a día
Cuando en una organización se delega, se transfiere autoridad y una parte de la responsabilidad pero no puede transfiere la obligación de controlar y supervisar la ejecución
El día a día tiene mala fama, quizá porque se asocia a la cotidianeidad y ésta, al aburrimiento. En el mundo laboral, además, los trabajos día-a-día no son de los mejor retribuidos y quizá por esto se identifican con actividades de poco valor, a ningunear y, a ser posible, a evitar. Son frecuentes las agresiones al trabajo cotidiano. Una consiste en argumentar como medio para eludir responsabilidades que uno no estaba en el día a día. Cuando sucede esto se comente una injusticia doble: se ningunea el trabajo de los que sí están haciendo y se repudia la responsabilidad que sigue siendo de uno. Cuando en una organización se delega, se transfiere autoridad y una parte de la responsabilidad pero no puede transfiere la obligación de controlar y supervisar la ejecución. Precisamente esta obligación de supervisar es lo que nos mantiene responsables aun cuando ejecutan otros. En un proceso equilibrado el responsable delega una tarea, da autoridad y recursos a quien ha de llevarla a cabo y comparte responsabilidad en los resultados pero no se libra de la obligación de supervisar. Son procesos que pueden pensarse en el mes-a-mes y ejecutarse en el día-a-día pero han de supervisarse en el hora-a-hora. No hacerlo lleva a que, agobiados por compensaciones ajustadas, por soportar toda la carga del hacer y toda la responsabilidad, el agente que no se sienta supervisado hará un mal trabajo y el que se lo encargó apenas podrá balbucear que no estaba en el día-a-día.
Luis Palencia es profesor de IESE, Universidad de Navarra.
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