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Xavier Alcalá: «Los fantasmas no desaparecen hasta que no se hace justicia»

El autor publica en castellano «Fábula», novela ambientada en los primeros años de la Transición, que ya va por la sexta edición en gallego

Xavier Alcalá: «Los fantasmas no desaparecen hasta que no se hace justicia» ABC

MANUEL DE LA FUENTE

Quizá la Transición no fue aquel cuento con final feliz que nos contaron y vivimos. En 1980, el escritor (ingeniero, informático y letrista de las «melódicas» del inolvidable Andrés do Barro) Xavier Alcalá publicó, en gallego, su novela «Fábula» Premios Ciudad de La Coruña y de la Crítica Española). Ahora ha sido traducida al castellano (Pulp Books). La venganza suele servirse fría, y aquí se acompaña de sardinas y una frase desasosegadora: «Para que sepas en carne propia lo que es perder a un ser querido».

—Soy de los que creen que la Transición no fue un cuento de hadas. ¿Cómo la recuerda usted? Parece que todo fuera reinventado.

—Mi recuerdo de la Transición es amargo, porque creí que íbamos a ver una España republicana y modulada por sus realidades culturales diferenciadoras. No fue así; quedaba mucho del pasado. Seguían mandando fuerzas del franquismo disfrazadas de demócratas y la canción «española» era la de las tonadilleras andaluzas.

¿Los fantasmas de la Guerra Civil han desaparecido de nuestra vida?

—No pueden desaparecer. Creo que el mal fue —y es— de toda España. Los fantasmas no desaparecen hasta que se les hace justicia a los muertos, sin rencor, pero justamente.

—¿Cómo se ve y se vive la literatura desde la periferia, en «provincias»?

—Lo de Galicia es muy raro, porque no es un país de lengua minoritaria sino minorizada. Forma parte del sistema galaico-luso-africano-brasileño. No es una cosa de «provincias» porque, recordando a Gonzalo Torrente Ballester, él, de pequeño, nunca oía hablar en Ferrol de Madrid, sino de Nueva York, La Habana y Buenos Aires, que es el París del Plata. Lo que nos fastidia es que se piense que escribimos en «lengua subvencionada», que no tenemos visión. Bueno: yo empecé a escribir «Fábula» en Múnich, y mire todas las vivencias que se citan en el texto, de Brasil a Grecia.

—¿Qué le aporta ser de «ciencias»?

—Microondas y bits me dan claridad de discurso. Una vez me dijo Méndez Ferrín que yo nunca escribiría nada da valor, por cartesiano. Compárense sus novelas con las mías (no hablo de sus poemas) y hágase juicio.

—También quiso ser poeta.

—Pero ya me advirtió sabiamente Ramón Piñeiro: «Tú imitas muy bien a los poetas». No volví al verso.

—¿Le siguen amañando la Historia a su querida Galicia?

—No solo a Galicia. A España. Tengo un amigo almirante que dice que —a pesar de la entrega borbónica a Francia— España tuvo armada porque, si no, no hubiera tenido imperio. ¿Quién sabe aquí de la Marina española? Alguno de los que nos metemos a novelas de aventuras australes (por cierto, con mucho gallego aguantando mar y escorbuto).

—¿Y de saudade cómo andamos?

—No hay mayor saudade que la de verse uno joven en lugares de belleza extrema. Me recuerdo a mí mismo en lo más perdido de la Patagonia.

—¿Este es un país de ficción, de fábula, de folletón, de folletín, de traca?

—España es un país de caraduras sin gracia. Los italianos me parecen artistas del cuento, y los griegos unos locos divinos… Nosotros, si actuamos de sinvergüenzas, somos unos «esaboríos», como dicen los andaluces (y pido perdón a todos los colectivos mencionados por la generalización).

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