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La muerte del dictador reaviva la tensión nuclear

Su hijo Kim Jong-un, de 29 años y sin experiencia, hereda el poder y un arsenal con ocho bombas atómicas controlado por la cúpula militar

PABLO M. DÍEZ

Con lágrimas en los ojos y la voz entrecortada, la presentadora del telediario norcoreano anunció ayer la muerte repentina del caudillo Kim Jong-il, quien llevaba dirigiendo con puño de hierro esta hermética y aislada nación del noreste de Asia desde hacía 17 años. Según la agencia estatal KCNA, el dictador de Corea del Norte falleció el sábado a las ocho y media de la mañana (doce y media de la madrugada, hora española) de un «agudo infarto de miocardio» causado por la «fatiga física y mental» mientras efectuaba uno de sus habituales viajes en tren blindado para dar «instrucciones sobre el terreno».

Venerado como un auténtico dios viviente por la propaganda, el «Querido líder» será despedido el próximo día 28 en un pomposo funeral como el que tuvo en 1994 su padre, fundador del país y «Presidente eterno», Kim Il-sung. Tal y cmo muestra la televisión china, vuelven a repetirse las imágenes de los norcoreanos llorando desconsolados como plañideras y desgañitándose de dolor por las calles de Pyongyang. Hasta el día del funeral, podrán visitar la capilla ardiente instalada en el mausoleo de Kumsusan, donde se exhibe el cuerpo embalsamado de Kim Il-sung y se recuerda que las lágrimas del pueblo se fundieron con el mármol para brillar como diamantes.

Visitas a China

Continuando con la tradición implantada por su padre, Kim Jong-il ha dejado como heredero a su hijo menor, Kim Jong-un, que ronda los 29 años y el año pasado fue ungido como sucesor de la primera dinastía comunista del mundo. Desde entonces, el «Querido líder» dejó bien claro quién iba a relevarle en el poder con varias visitas a China, donde se despidió de sus más estrechos aliados y presentó al futuro dirigente de Corea del Norte. Se cree que el «Joven general» ordenó el año pasado el bombardeo de la isla surcoreana de Yeongpyeong, que dejó cuatro muertos y puso al mundo al borde de la Tercera Guerra Mundial. «Al frente de la revolución coreana se sitúa Kim Jong-un, gran sucesor de la causa “juche” (autarquía) y destacado líder de nuestro partido, Ejército y pueblo», aseguró el despacho de la agencia KCNA.

Aunque ya se conocían los problemas de salud que atravesaba el «Querido líder» desde el infarto cerebral que sufrió en el verano de 2008, su muerte ha dejado al «Reino Eremita» en una encrucijada. Cerrados totalmente al exterior y ajenos por completo a las «revoluciones del jazmín» que están cambiando el mundo, alienados desde la cuna por la propaganda y la represión y malviviendo a base de cartillas de racionamiento, los 24 millones de norcoreanos lloran la muerte de Kim Jong-il como la mayor tragedia de sus vidas. Sólo el tiempo dirá si supone una oportunidad para salir del aislamiento en que viven en plena globalización. Todo dependerá de su sucesor y del respaldo que tenga entre la cúpula militar que controla el país.

Amparándose en sus armas nucleares como moneda de canje, la supervivencia del anquilosado régimen estalinista de Pyongyang se basará en la tutela de China y en su capacidad para guiar una cierta apertura económica y social a cambio de ayuda humanitaria, petróleo, el reconocimiento diplomático de EE.UU y el apoyo de Corea del Sur, con quien teóricamente sigue en guerra.

Mientras el presidente surcoreano, Lee Myung-bak, puso a sus tropas en alerta, Japón y EE.UU. observan con preocupación la transición de poder en Corea del Norte, que tiene plutonio para montar entre seis y ocho bombas atómicas y misiles que podrían golpear Seúl, Tokio, Hawai y hasta Alaska. Para disuadir a la Casa Blanca de intentar cambiar el régimen, Pyongyang ha detonado dos bombas atómicas y practica la diplomacia nuclear en las estancadas negociaciones a seis bandas de Pekín, que incluyen a las dos Coreas, EE.UU., China, Rusia y Japón. El primer interesado en retomar dichas conversaciones es el régimen de Pekín. China teme una oleada de refugiados norcoreanos en su frontera como la que trajo la «Gran hambruna» en los 90 y quiere mantener la estabilidad de Pyongyang como colchón frente a los 28.500 soldados estadounidenses acantonados en la frontera del Paralelo 38.

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