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Toda la memoria de España

Mil historias encierra la Biblioteca Nacional, que celebra con una impresionante exposición sus trescientos años

POR ANDRÉS AMORÓS

Alain Resnais tituló su documental sobre la Biblioteca Nacional francesa «Toda la memoria del mundo». En la Biblioteca Nacional de España, se conserva toda la memoria de este viejo país: lo que hemos sido; lo que somos; lo que podemos ser, si no renunciamos a nuestras raíces...

El Prado y la Biblioteca Nacional son los templos máximos de nuestra cultura: algo que debe estar siempre por encima de las contiendas partidistas y de los regímenes políticos.

Si todo está en los libros, todo lo nuestro está en la Biblioteca Nacional, que ahora celebra, con una impresionante exposición, sus trescientos años.

Fue Felipe V, en 1711, el que aprobó el plan para crear la Real Biblioteca. Hoy, sus tesoros son incalculables: libros impresos, manuscritos, dibujos, grabados, mapas, partituras, fotografías, discos, periódicos, carteles, ex-libris, cromos...

El visitante de la exposición no para de descubrir maravillas. Un ejemplo: disimulados entre otros muchos cuadros, nada menos que dos prodigiosos dibujos a lápiz de Velázquez, dos cabezas femeninas, que serían el centro de cualquier museo del mundo. Me temo que la forma en que ahora se exponen no les hace justicia: permite que pasen inadvertidos para muchos visitantes...

Al comienzo de la muestra, admiramos las miniaturas mozárabes de los Beatos (España es el país que posee más número de ellos). Como es sabido, fue la admiración por estos Beatos lo que empujó a Umberto Eco a escribir su popularísima novela El nombre de la rosa .

El Códice Madrid , de Leonardo de Vinci, fue descubierto casualmente por un estudioso norteamericano: estaba encuadernado junto con otro libro del siglo XV. Suscitó cierto escándalo que pudiéramos tener, sin saberlo, un Leonardo inédito: sin una catalogación completa, todo es posible. (Recuerdo mi asombro, como comisario de la exposición sobre Clarín, cuando un bibliotecario me mostró el manuscrito de Adiós, cordera , del que no existía noticia alguna). Circulaba el chisme —no sé si auténtico— de que la persona que llevaba el original de Leonardo a Suiza, para editarlo, olvidó el maletín en la cafetería de un aeropuerto... y lo encontró, en el mismo sitio, pocos minutos después. Muy raro también es el manuscrito de La dama boba , de Lope. Lo habitual es que tengamos versiones de las comedias, tomadas al oído por «memorillas» (espectadores de excepcional memoria), para usar la obra, sin contar con su autor...

Admiramos en la muestra la edición príncipe de la Primera parte del Quijote , nuestra Biblia. Las miniaturas de las Cantigas de Santa María de Alfonso X el Sabio . Manuscritos de Gustavo Adolfo Bécquer, Galdós, Unamuno, Borges ( El Aleph ), García Lorca, Pablo Neruda, Miguel Hernández, Buero Vallejo; las partituras de La verbena de la Paloma y del Concierto de Aranjuez ...

Catalogación

Junto a estas joyas, documentos muy variados: el cartel de unas señoritas toreras, en Cartagena; el anuncio de los Chocolates Matías López; las elegantes damas de Penagos; fotografías de artistas; discos de fonógrafo; periódicos del XVIII; «Miss Niágara», en el Circo Price; el exlibris de Jovellanos, dibujado por Goya...

Contemplando todo esto, pienso en la labor oscura, benemérita, de tantos bibliotecarios, a lo largo de los años. La exposición informa también de la introducción de nuevas tecnologías y las labores de catalogación. Es imprescindible que la Biblioteca disponga de los medios necesarios para completar la informatización de todos sus fondos y la digitalización de muchos de ellos: una tarea ya en marcha, utilísima para el investigador.

Recuerdo las últimas palabras de Jovellanos, muerto hace exactamente doscientos años: «Nación sin cabeza... Desdichado de mí...» No es el único español que ha pensado así, a lo largo de los siglos. Admirando estas joyas de la Nacional, vemos que tenemos perfecto derecho a sentirnos orgullosos de nuestra historia cultural.

Julio Verne nos enseñó que podemos dar al vuelta al mundo en ochenta días; otro Julio, Cortázar, nos descubrió un viaje más apetecible: la vuelta al día en ochenta mundos. No ochenta, sino veintiocho millones de documentos, en la Biblioteca Nacional, nos permiten todos los viajes, reales e imaginarios.

Estos libros forman, como decía Francisco Ayala, un «arca de palabras»: encierran todos los sentimientos humanos, nos permiten salvarnos de cualquier diluvio. Son toda la memoria de España.

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