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ENTRE BRUMAS

El apaciguamiento

juan granados

EN el otoño de 1938 Neville Chamberlain regresó a Londres tras la conferencia de Munich convencido de que las concesiones que venía de otorgar a Hitler serían las últimas. Aquel pacto firmado por Hitler, Mussolini, Daladier y el mismo Chamberlain supuso la última y más brillante escenificación de la «política de apaciguamiento» a través de la cual las naciones vencedoras en la I Guerra Mundial aspiraban a sosegar el belicismo de las potencias del Eje. La idea era muy simple, saciar a la fiera fascista a través de cesiones y transigencias de aparente levedad, como el Anschluss sobre Austria o la invasión alemana de los Sudetes checoslovacos, a fin de evitar una nueva contienda a escala global. El resultado es conocido, Hitler y sus aliados interpretaron el pacifismo franco-británico como una debilidad más del sistema liberal-burgués y, en consecuencia con sus apresuradas impresiones, la invasión de Polonia no se hizo esperar.

Recordando estas cosas, uno encuentra más de una similitud entre borrascosos pasados y preocupantes presentes. Parece el agonizante gobierno socialista muy ufano con sus pactos y sorprendentes cesiones a los movimientos centrífugos nacionalistas. Desde Galicia se ha hablado largo y tendido sobre el tema, por ser una cuestión que preocupa e inquieta. Si el estatuto catalán supone ciertos desarreglos con respecto a la solidaridad entre comunidades autónomas, siempre puede argumentar que si no fuese por sus hábiles y eufemísticos recortes la cosa hubiese sido peor; si se pacta el fin del terrorismo vasco a costa de la desesperación de las víctimas y previo asiento y acomodo en la sociedad de los que no han hecho otra cosa en la vida que diseminar fríamente el horror, siempre se puede argumentar que se trata de un pequeño sacrificio, añadiendo, por supuesto, en aras de la paz perpetua.

Lo evidente, lo que toca ahora, es que el nacionalismo hegemónico no va a conformarse con eso, ya demanda la plena independencia, más aún, ¿qué ocurriría si un eventual gobierno provisional vasco exige, además, la cesión de Navarra, su particular Polonia?, ¿qué harán entonces nuestros émulos del elegante Chamberlain?

Sólo cabrán dos soluciones, que el gobierno entrante plantee una resistencia democrática y sensata al estilo del viejo Winston Churchill, "We never surrender", o bien se ceda de forma completa y absoluta a las muy cansinas y perennes demandas nacionalistas. Al fin, si se piensa despacio tampoco resultaría tan grave, la nación catalana se convertiría en una próspera república comercial con ciertos deseos expansionistas sobre Valencia y Baleares, y en cuanto al País Vasco, ¡ah amigos!, será bonito de ver a tanto equidistante cliente del PNV sorprendido de contemplarse a sí mismo vistiendo pijama y dirigiéndose al trabajo en bicicleta, bajo las estrictas ordenanzas del politbureau de la república popular de Euskadi formado, a aquellas alturas, por esos despiertos prodigios de la buena política y mejor gobierno que hoy aguardan, también muy ufanos y ya sentados bajo el mismo zaguán de la puerta con el petate liado, su prematura salida de la prevención.

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