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Críticas de los estrenos del 11 de noviembre

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«La guerra de los botones»

POR E. RODRÍGUEZ MARCHANTE

El ser humano tropieza contra las guerras del mismo modo que el moscardón contra un cristal, que ignora y desprecia lo inminente alelado por lo supuestamente posterior. Y la historia de nuestra especie es la historia de sus guerras, aunque de ... la que habla esta película es una de las más dignas y recomendables: «La guerra de los botones» , ya puesta en cine hace cuarenta años por Yves Robert con un resultado inolvidable, que hablaba con sencillez y gracia de valores humanos como la lealtad, la solidaridad, la disciplina, el amor propio y el respeto mediante una feliz metáfora bélica e infantil: los niños de dos pueblos vecinos luchan entre ellos y toman como rehenes y símbolo de la victoria los botones de sus ropas. La historia, imbatible en su gracia y frescura, está tomada de la novela de Louis Pergaud , publicada en 1912 y cuyos derechos han pasado ya al dominio público con un efecto rápido: se han hecho«remakes» a pares, y el primero de ellos se estrena ya. Lo ha dirigido Christophe Barratier , el de «Los chicos del coro» , y ha sometido el material original a unas interesantes y discutibles mudanzas, y la principal es su instalación en otra época: durante la Segunda Guerra Mundial y la ocupación nazi, con lo que encuentran sentido, sensibilidad y amplificación algunas ideas del patrón de origen, como «la resistencia» o el reflejo y el influjo entre guerra grande y guerra chica. El trabajo de Barratier ha sido sin duda hercúleo: un enjambre de niños llevan el peso dramático y cómico de la historia, y todos contribuyen con descaro y personalidad a que el tono general de las interpretaciones sea irreprochable. Funciona, pues, la carne de la historia (incluso las de Laetitia Casta y Guillaume Canet ), pero no del todo la apabullante maquinaria: la cámara de Barratier es grandilocuente y pretenciosa, al contrario que la historia que capta, y en cuanto a la música, no es que sea enfática y pomposa, es que es más plasta que el mudo de los Marx con el arpa. Fuera de este sacar pecho de la película, el tono narrativo de la fábula es cercano, cómplice, amable y le permite al espectador percatarse del drama y al tiempo disfrutar con la comicidad que lo impregna. Hay otras comicidades, aunque menos voluntarias, como ese hecho tan «francés» de presentar un pueblo en el que todos, buenos y malos, grandes y chicos, son de la «resistencia». Como todo el mundo sabe, toda Francia estuvo en «la resistencia» y en el «mayo francés».

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