«Los muertos no se tocan, nene», o como tocar a un intocable
José Luis García Sanchez inaugura el Festival de Sevilla con su adaptación de la novela de Rafael Azcona
OTI RODRÍGUEZ mARCHANTE
El Festival de Cine Europeo de Sevilla se ha abierto como si se abriera la cripta de Tutankamon, y un aire de otra época, preso desde hace mucho, mucho tiempo, se liberó como una exhalación de la pantalla con la película “Los muertos no se tocan, nene” ... , el mismo tufillo que traían hace medio siglo historias, o películas, como “El pisito” o “El cochecito”.
“Los muertos no se tocan, nene” es una antiquísima novela de Rafael Azcona que se le quedó en la pluma hasta hoy que la ha hecho película José Luis García Sánchez… La primera impresión con la cripta ya abierta es que lo irreverente, negro, escatológico y provocador en los años cincuenta es ahora, además y sobre todo, cándido; como si dijéramos, “el tufillo” tiene otro aroma.
La peripecia del muerto don Fabián, un terco centenario que se resiste a morirse del todo sin dejar dicha una frase lapidaria: “¡patata!, ¡patata!”, cuya demoledora gracia consiste en el barullo familiar alrededor del óbito y las urgencias del velatorio, la instalación del televisor y los detalles del entierro, no encuentran el oxígeno adecuado en los aires de la actualidad. Es una película pasada de moda , sí, de tan difícil encaje como si se nos contaran hoy las tensiones de “El pisito” (quizá, en realidad, no tanto)…
Es curioso como un hombre tan poco creyente como José Luis García Sánchez se acoge a sagrado, y por sagrado hay que entender a alguien como Rafael Azcona , que siempre miró su época con ojillos golosos y la estampó con una gracia malévola y estruendosa. El riesgo que asume García Sánchez, aún amparándose en sagrado, es el trasladarla aquí y ahora con el mayor de los respetos.
Mingote no ha tenido que «adaptar» a Azcona, simplemente lo llevaba dentro
El retrato de esa familia y de las distintas situaciones que se provocan a su alrededor es absolutamente berlanguiano , y pide obviamente exceso, confusión, alboroto, plano secuencia hasta que falte la respiración y algo que podríamos llamar “lopezvazquismo”, una sobreactuación medida, cosa en la que se empeña García Sánchez y todos y cada uno de sus actores, estupendos aún en su distancia con los originales de la estampa.
Los diálogos tienen siempre, por detrás, una vocación de delirio y carcajada seca, pero la mayor parte de ellos se pierden al contacto con el aire actual; hay, sin embargo, varios momentos escacharrantes, lunáticos, marcianos, maliciosos, que aguantan íntegros su choque con la atmósfera. Personajes de siempre, sí, aunque no de hoy , como el taurófilo, el pobre de casa, la “criada”, el afilador, el que reparte extremaunciones, el adolescente poeta, el suboficial estirado o el putero rico de Bilbao que forman un magnífico coro, una especie de “patrimonio” de otra memoria de la que ya apenas si queda recuerdo. La cosa es que hay que despojarse de varias capas para exprimirle la macabra comicidad y la insolencia social a lo que queda de aquel Azcona en este remozo de García Sánchez.
El cartel de Mingote
El primer trato con esta película lo tiene uno contra el cartel que de ella ha hecho Antonio Mingote . Un cartel como extraído, también, de esa misma cripta… Se intuye al instante que el propio Rafael Azcona, al verlo, le hubiera dicho a Mingote: "No le pongas un pie escrito al dibujo, si éste ya lo dice todo". Y uno mira el cartel de Mingote para "Los muertos no se tocan, nene" y, desde luego, si algo le falta al dibujo no es precisamente hablar: un niño perplejo con una trompeta en la mano recibe la educada bronca de una señora con el dedo muy, muy levantado, mientras que su marido aguanta un chaparrón que en esta ocasión no va con él; todos están ante un ataúd con dos velas. La sensación es la de que Mingote no ha tenido que “adaptar” a Azcona, sino que simplemente lo llevaba dentro.
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