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hojas de antaño

Tierra de volcanes

La historia dice que el volcán reventará en la isla del Meridiano de un momento a otro, sí, pero también nos tranquiliza en cuanto a los daños que pueda provocar

roberto merino martín

CONVIENE hacer memoria ahora, cuando las alarmas de los sismógrafos se están disparando y los medios de comunicación, implacables y amenazadores, acercan sus objetivos a El Hierro. La historia dice que el volcán reventará en la isla del Meridiano de un momento a otro, sí, pero también nos tranquiliza en cuanto a los daños que pueda provocar. Vamos a acercarnos levemente, a través de las crónicas de ABC, al transcurrir de las tres últimas erupciones volcánicas en Canarias.

Hace sólo 40 años que las lenguas de lava emergieron por última vez en Canarias. El Teneguía, del que ya hemos escrito en estas «Hojas de antaño», captaba la atención de la prensa mundial mientras la isla de La Palma se removía y vomitaba desde sus entrañas. En octubre de 1971, la tierra se sacudía en forma de pequeños terremotos que avisaban de la proximidad de una erupción volcánica: «Unos mil movimientos sísmicos (…) ha observado desde la madrugada de ayer un aparato registrador de esta clase de fenómenos», podía leerse en estas páginas el 23 de octubre de aquel año. Los palmeros conservaban en la memoria colectiva los ecos de aquel otro volcán, ese que se abrió el día de San Juan y que también se anunció en estas páginas; el 26 de junio de 1949, hace hoy 62 años, ABC titulaba así: «A causa de la erupción en Montaña Pelada, de Canarias, los vecinos de El Charco desalojan este lugar». La noticia tenía jugo: «A las once de la mañana se observaron desde muchos puntos de la isla ruidos subterráneos y se vio elevar en el pico de la Montaña Pelada (…) una gran columna de humo negro, que brotó brusca y violentamente. (…) Las últimas noticias acusan que el humo continúa, así como los ruidos subterráneos en las inmediaciones de la montaña, de donde caen, asimismo, piedras, aunque sin causar siniestros». El olor a azufre comenzó a extenderse por toda la comarca. Las crónicas afirman que la chimenea de humo podía divisarse desde el norte de Tenerife. En el paso conocido como «Los Charcos», caían continuamente arenas calcinadas que manchaban todo el entorno de un gris oscuro. El fenómeno natural siguió su curso. La gente de la zona no perdió la serenidad, pese a que, sólo cuatro días después, el titular de este periódico fuera: «Ochenta terremotos cada veinticuatro horas provoca el volcán de la isla de La Palma». El 3 de julio podía leerse que «se ha registrado a las seis de la tarde de ayer un movimiento sísmico con violenta explosión a cuatrocientos metros de la boca del cráter. Se abrió una profunda grieta, de la cual salían densas nubes de humo azul». La actividad, que abrió varias bocas de material incandescente, duró 47 días y dejó sin hogar a varias familias.

La antepenúltima de estas acometidas del estómago de la tierra fue en Tenerife, cuando el volcán Chinyero rasgó la isla en 1909, igualmente precedido de numerosos temblores en la superficie.

Hasta aquí lo que nos dicen las hemerotecas. Los expertos afirman que el nuevo volcán en gestación será similar a sus padres y abuelos, los de los últimos cien años, y que los daños materiales que pueda provocar serán mínimos.

Durante unos días, La Palma se llenó de montañas de curiosos que buscaban disfrutar del grandioso espectáculo que ofrecía el Teneguía (tal y como narró magistralmente Gilberto Alemán), y las excursiones al Chinyero en erupción fueron numerosísimas en Tenerife (aquella, pedagógica, de Cabrera Pinto y sus alumnos desde La Laguna). Los periódicos locales, como el extinto «Arautapala», narraban que los lugareños se reunían, a modo de romería, para presenciar aquel espectáculo sublime. Confiemos que así sea, otra vez, en esta tierra de volcanes.

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